Por Paula Barquet – El País
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Cuando aún resuenan los
ecos de sus dichos en el Tribunal de Honor, Gavazzo explica por primera vez por
qué afirma que no hubo segundo vuelo. La respuesta está en la historia de un
traidor del PVP que señaló a sus compañeros y se aseguró de que murieran todos
en Buenos Aires.
Gavazzo vive en Parque Miramar, ha guardado miles de papeles. Sobre la mesa, la foto del delator que se volvió su amigo Foto: Paula Barquet |
Pensaba en cómo lo
saludaría cuando lo tuviera en frente y con esa idea llegué a Parque Miramar.
La cuadra estaba quieta y se oían los pájaros cantar. La casa, rosada y rodeada
de un cerco de verdes, parecía amplia y segura. Antes de decidirme a hacer
sonar el timbre, una chica pasó trotando por la calle. Toqué un par de veces,
pero finalmente fue el perro y no el timbre el que le avisó a Gavazzo que yo ya
estaba ahí.
Y se apareció.
Un hombre de casi 80 años,
alto y corpulento, bien erguido, de paso no veloz pero resuelto, mirada atenta,
sonrisa fácil, jeans, camisa a cuadros y campera de lana verde, que acepta mi
mano extendida y se disculpa por el timbre fallido. En la calle podría ser un
abuelo amable, un jubilado activo, un hombre cualquiera.
Hace tres años que José
Nino Gavazzo vive en esta casa. Se la presta un amigo extranjero, dueño de
varias propiedades en Uruguay. Cuando en 2015 le dieron prisión domiciliaria,
por un tiempo estuvo en su apartamento en Pocitos, que si bien no es chico
-mide 113 metros cuadrados- tenía el problema de que no podía abrir la puerta
de calle a quienes lo fueran a ver porque se salía del límite estipulado por el
juez. Hoy disfruta de un fondo, un frente, piscina, parrillero y varios
cuartos, y logra recibir visitas sin que su tobillera -que sigue colocada en su
pie derecho a pesar de la intención de una jueza de sacársela- emita
advertencias. La piscina casi no la usa, aclara, pero reconoce que está más
cómodo que antes.
La casa que habita no es
suya, ni todo lo que hay allí, pero sí ha procurado tener consigo decenas de
carpetas con documentos, fotos, copias de expedientes, y todos los libros que
lo mencionan, muchos de ellos escritos por sus enemigos. Son libros que han
sido leídos y revisados, tienen partes subrayadas con regla y hasta post it
indicando los temas. Todos están firmados en la primera página con la
aclaración: “Tte. Cnel. José N. Gavazzo”.
Objetos que Gavazzo conserva en su casa. Foto: El País |
Y aunque su nombre ha
vuelto a copar los medios por sus confesiones ante el Tribunal de Honor, él, en
su mundo, apenas se ha enterado de los titulares. En este primer encuentro
conmigo no ha leído las actas ni lo escrito en los diarios. Antes consumía
absolutamente todo lo que se decía sobre él. Pero ahora, por hastío -quizás-
pero sobre todo por desinterés debido a las “falsedades” que se han reproducido
-dice él-, ya no más.
Gavazzo, que negó en la
Justicia lo que después reconoció ante el Ejército, se ha ubicado en el
imaginario popular como el peor represor, el más cruel torturador, y también
como un mentiroso contumaz. Pero, según él, las mentiras han sido siempre de
otros. Para cada presunto mentiroso tiene una explicación creíble. En las
causas de la dictadura, afirma, él ha sido “un comodín” al que se ha echado
mano sin fundamentos. Y si bien quedó en falso en el caso de la muerte del
tupamaro Roberto Gomensoro, asegura que fue para defenderse de “otras mentiras”.
La entrevista se concreta
después de algunas semanas de dudas de su parte. La propuesta es hablar en
profundidad sobre lo dicho en el Tribunal de Honor y finalmente acepta, aunque
demorará en revelar por qué. Serán 10 horas, distribuidas en dos días, cuyas
revelaciones principales se publicarán en esta sección en etapas.
Cuando me abre la puerta
de su casa prestada, Gavazzo avisa que en el momento en que accede a darme esta
nota puedo preguntarle lo que sea. Él contestará todo, y dirá “solamente la
verdad”.
José Nino Gavazzo. Foto: Paula Barquet |
El vuelo de la duda.
Una de sus verdades es que
no existió “segundo vuelo”. Es decir, que no hubo un traslado clandestino desde
Buenos Aires a Montevideo de 22 militantes del Partido por la Victoria del
Pueblo (PVP), todos desaparecidos. Esto es algo que Gavazzo ha dicho en la
Justicia, en el libro de Leonardo Haberkorn Gavazzo sin piedad (2016), y
también en el Tribunal de Honor, donde agregó: “Ellos (por los argentinos) al
enemigo lo mataban. Nosotros no, ¿verdad? ¿Qué sentido tiene que de la
Argentina, donde los mataban a todos, trajéramos una cantidad X de personas
para matarlas acá?”, se preguntó. Y se respondió: “Ningún sentido. Si nosotros
hubiéramos tenido la necesidad militar o fuésemos unos sádicos, que los
queríamos matar, los matábamos allá, pero no los traíamos a Uruguay a matarlos
acá”.
El segundo vuelo -y el
enterramiento en Uruguay de sus pasajeros- es una certeza para muchos desde el
momento en que quien fuera comandante en jefe de la Fuerza Aérea Uruguaya
(FAU), Enrique Bonelli, aceptara en agosto de 2005 que existió ese traslado el
5 de octubre de 1976. Ya había habido notas periodísticas afirmándolo,
especialmente una de Roger Rodríguez en La República, que en base a testimonios
anónimos describió la escena del aterrizaje nocturno y el inmediato traslado de
los detenidos, encapuchados, en camiones del Ejército.
En el juzgado, Bonelli
dijo que su convicción provenía de investigaciones internas pero no pudo
aportar datos concretos sobre el vuelo. Tampoco lo encontraron anotado en los
registros de la FAU. De todas formas, la fiscal Mirtha Guianze y el juez Luis
Charles entendieron que, aun sin pruebas ni testimonios directos, había
elementos suficientes para procesar a dos policías y seis militares, entre
ellos Gavazzo, por el homicidio de 28 personas (los 22 del presunto vuelo y
otros seis del PVP).
Consultada para esta nota,
Guianze reafirma hoy su “convicción a nivel personal” de que el segundo vuelo
existió, y se apoya sobre todo en el reconocimiento oficial del mismo. “Bonelli
es el testimonio más fuerte. Es el que dio mejor información (en el juicio). Se
interesó en averiguar y lo vi realmente conmovido. Su actitud fue, en momentos,
casi a punto del llanto. Te daba sensación de verdad”. En cambio, Gavazzo “no
dijo nada”: “Siempre como una piedra y hablando de cosas en lenguaje militar;
se iba por las ramas”.
Desde el PVP, este partido
fundado en Buenos Aires en 1975 a partir de grupos revolucionarios exiliados de
Uruguay, razonan igual. Dice Ricardo Gil Iribarne, que integró el aparato
militar del PVP por aquellos años, que no tiene sentido dudar de Bonelli: “¿Con
que necesidad? ¿Qué ganan con decir que hubo un segundo vuelo?”.
En la entrevista, le
pregunto a Gavazzo qué cree que pasó entonces con esas 22 personas, y su
primera respuesta es: “¡Los mataron en Argentina! Yo no tengo ninguna duda”.
Tiene un motivo para no
dudar, y es que conoce perfectamente a quien los hizo caer. Sabe cómo y cuándo
los detuvieron, y también sabe que al cabo de un mes estaban todos muertos,
ejecutados en Buenos Aires. Esto no lo había dicho nunca antes. Pero para
entender su relato hay que ir un poquito hacia atrás.
La primera delatora
Gavazzo está enfermo. Fue
operado del corazón y tiene que cuidarse; no puede hacer ejercicio -apenas 10
minutos al día en el caminador, dice- ni exigirse físicamente. Tuvo una
veintena de accidentes cerebrovasculares. Ahora le detectaron una insuficiencia
renal que si bien no le afecta en lo cotidiano, puede ser letal. Por eso hoy
está internado y en estos días le harán una intervención quirúrgica: deberá
empezar a dializarse.
En ese estado, a cinco
meses de cumplir 80 años y pese a una sordera en ascenso, conserva una memoria
que impresiona. Sobre todo por el nivel de detalles con el que reconstruye los
hechos de hace 40 años, algo a lo que acude constantemente para reforzar su
intención de ser creíble. Aunque todos crean que miente.
Recuerda muy bien a Pilar
Nores, “la primera delatora” del PVP, una mujer “extraña”. Nores era la
secretaria de Gerardo Gatti, secretario general del PVP. Ella dice que la
detuvieron. Gavazzo, en cambio, dice que a mediados de 1976 se presentó
voluntariamente ante la Policía Federal Argentina porque ella era esencialmente
política y estaba “asustada” por los golpes militares que planeaba dar el PVP.
Foto: Paula Parquet |
Gavazzo, que como oficial
de enlace iba habitualmente a Buenos Aires, pidió para interrogarla en el
despacho de Aníbal Gordon, jefe del grupo paramilitar Triple A, que operó en
Argentina hasta el golpe de Estado. “Entonces hablo con ella, y cuenta
absolutamente todo”. Según el testimonio de Gavazzo, en este caso coincidente
con el de varios militantes del PVP -tal como recoge Hugo Cores en su libro
Memorias de la resistencia-, Nores (o “Mónica”, como la llamaban) señaló a 24
militantes políticos que fueron detenidos, interrogados en la Organización
Táctica 18 (Orletti) y luego trasladados a Montevideo el 24 de julio de 1976.
Gracias a ella allanaron la casa de Gatti e incautaron documentación, parte de
la cual Gavazzo aún conserva y a partir
de la cual se enteró de que el PVP planeaba matarlo a él y a toda su familia.
Objetos que Gavazzo conserva en su casa. Foto: El País |
Casi todos los que
vinieron en el primer vuelo estuvieron seis meses en el Servicio de Información
de Defensa (SID). Allí fueron reinterrogados, según Gavazzo, sobre cosas
menores. Como los habían traído secuestrados y en forma clandestina, debieron
montar una operación de “blanqueo” para simular su detención en Uruguay y luego
entregarlos a la Justicia.
Pero si bien los
argentinos los consideraban “unos perejiles” (no eran peligrosos, sus
actividades eran solo políticas), y por eso los dejaron ir, el arreglo con los
militares uruguayos fue que después de sacarles información los matarían acá,
lo cual no sucedió. En consecuencia, Gavazzo y otros militares dicen que les
salvaron la vida.
Eso, y solamente eso, es
lo que él considera haber hecho mal en esa época. Porque si bien “fue una cosa
buena”, terminó siendo “mala”: muchos de esos 24 luego declararían en su
contra, no solo por lo sucedido en este primer vuelo, sino también como
testigos del segundo. Son parte de los 107 testimonios que recogieron Guianze y
Charles previo a su procesamiento.
“Pero cuando se les entra
a preguntar quiénes venían, nombran a los que faltan; y cuando se les pregunta
cómo los mataron, dicen ‘ah, no sé’; y cuando se les pregunta quién los mató,
dicen ‘ah, no sé’. Entonces nos acusan de haberlos matado pero no saben nada”,
alega.
Arresto de los detenidos del primer vuelo en el Chalet Susy. Foto: El País |
Si muero, véngame.
Gavazzo sabe bien qué han
dicho sobre él los que lo han acusado. Cuando estuvo preso en la cárcel de
Domingo Arena, entre 2009 y 2015, se dedicó a leer en profundidad cada uno de
los casos. Su hija Rosana, su abogada, le dio una copia del expediente.
Empezaba a leer a las ocho de la mañana y terminaba a las nueve de la noche.
Así, en esas jornadas sumido en el estudio de su causa, fue que empezó a
escuchar el llanto desconsolado de Juan Carlos Gómez, preso por un delito que
no había cometido, juzgado erróneamente por la muerte de Gomensoro. Ahí empieza
a ablandarse hasta que un día le dice la verdad: que había sido él quien había
hecho desaparecer a Gomensoro. Pero esta historia la contaremos más adelante, a
pedido del propio Gavazzo, que quiere esperar a que la Justicia defina si
reabrirá o no la causa de la muerte del tupamaro.
Estando preso, entonces,
se dedicó a revisar las “incongruencias” en las declaraciones. “Me tomé el
trabajo de decir “a fojas tal, de tal expediente, fulanito de tal dice que
conoció a Gavazzo de tal forma”, cuenta, y después anotaba cómo la misma persona,
en otra página de otro expediente, decía que lo había conocido de otra forma.
Escribió 50 hojas haciendo esas observaciones. Con ese material tal vez realice
un pedido de revisión a la Justicia.
Una Justicia que lo
condenó a 25 años de prisión, dice él, en base a mentiras.
-¿Cómo es posible que
todos mientan en relación con usted?
-Es muy sencillo. Yo nunca
me oculté, siempre dije quién era, siempre cumplí con lo que dije, pero por
encima de todo, cuando todo esto empezó, allá por el año 69,70, yo estaba
haciendo el curso de Estado Mayor…
Entonces se distrae,
interrumpe el relato, mira hacia la pared de la que cuelgan dos cuadros en
blanco y negro, y me señala a su padre, vestido de militar, y a su suegro. Hay
otros retratos sobre la estufa leña. En uno se ve a su hija Ana, junto a su
esposo Hugo Iglesias. “Ese es el que no dejaron ascender a general”, me explica
Gavazzo, en relación a la reciente decisión de Tabaré Vázquez de truncar la
carrera de su yerno. Le pregunto por unos carteles en chapa que también reposan
sobre la estufa. Están escritos en italiano y alcanzo a ver que son frases de
Benito Mussolini. Una dice Vincere, ¡vinceremo! (venceré, venceremos) y la
otra, Se avanzo seguitemi, se indietreggio uccidetemi, se muoio vendicatemi (si
sigo, sígueme; si retrocedo, mátame; si muero, véngame). Le pregunto, entonces,
si los carteles son suyos o del dueño de casa.
No diré que se puso
nervioso, pero sí que la situación lo incomodó. Igual, entre risas, dijo la
verdad:
-Esos no debería tenerlos
ahí. Otra hija mía, María Laura, hizo un viaje por Italia. Yo no soy nazi,
fascista ni nada por el estilo, pero ta. Ella, como es diabla, me los trajo.
-¿Cómo que es diabla?
¿Ella pensaba que a usted le podían gustar?
-No sé si me los trajo por
eso. O como me acusan de todo… Hasta ahora lo único de lo que no me acusan es
de matar judíos. De lo demás, todo. No tendrían que estar ahí, tendrían que
estar en la biblioteca como algo que trajo mi hija y ta.
Retomamos el tema. Le
vuelvo a preguntar cómo es posible que todos mientan sobre él, y después de un
relato sobre cómo se fue involucrando en base a méritos y estudios en el
combate a “la guerra antisubversiva”, desemboca en los interrogatorios que le
hizo a la cúpula del MLN en 1973.
-Ahí hay otro mito, que es
el de la tortura. Sí, por supuesto que se llevaron alguna paliza. No más de
eso, pero se la llevaron. La mayoría hacía tratos: ‘Si me trata bien, yo le
digo todo’. Y nos decían todo. No necesitamos esforzarnos para obtener la
información. Ellos la dieron.
-Usted niega que haya
habido tortura.
-No, no. Yo no niego eso.
Yo lo que niego es la tortura que ellos mencionan. Si yo la agarro a usted a
cachetazos acá para que me diga cuánto gana usted en El País, es una tortura,
pero solo le pegué unos cachetazos. Si en lugar de eso, agarro un cable y lo
enchufo a la corriente, y le pido lo mismo pero le pongo 110 volts, la estoy
torturando también. Si la violo, también es una tortura. Bueno, son distintas
eta… Todo está mal. Pero estamos hablando de la guerra, ¿verdad? Estamos
hablando de la guerra y no de la paz. No existe en el mundo ejemplo de guerra
sin tortura.
-¿Dice que no existió el
submarino?
-El submarino sí existió,
es el más leve de…
-¿La picana?
-Mire, la picana sí, yo
personalmente no lo utilizaba porque me parecía que era algo que no servía. El
submarino sí porque le da una sensación a la persona que es… Lo que estamos
hablando lo estamos hablando civilizadamente, ¿no? No es que yo esté defendiendo
la tortura y esté diciendo ‘qué bien la tortura, cada vez que tenga un ratito
voy a torturar a alguien’. No, no es ese mi pensamiento. Pero sí, si mañana me
dicen que tienen secuestrada a su hija, ¿verdad? Y me dicen que son los
tupamaros, y me dicen que lo que quieren es una respuesta política suya para no
matar a su hija, ¿sabe una cosa? Yo voy a defender a su hija. Yo lo primero que
voy a tratar es de defender la vida de su hija. Me va a importar mucho más la
vida de su hija que la vida del que la secuestró. Eso lo tengo incorporado a mi
persona. Y además, estoy convencido de que es un sentimiento bueno. No es un
sentimiento malo. Es el otro el que no debe hacer lo que hizo. Bueno, ellos lo
hicieron. (...) Los interrogatorios tienen etapas: empiezan duros, pero al
final usted termina tomando un cafecito con ellos. ‘Yo voy a tomar un cafecito,
¿querés un cafecito?’. ‘Si me das un cafecito, tengo un cuentito para vos’. Y
te contaban de repente que habían matado cinco personas. Así son. Así es la
realidad. Todo lo demás son historias. O historietas. La verdad es esa. Y no
porque lo diga yo. Porque sucedió así.
Entonces, una vez más, le
pregunto por qué todos han mentido sobre él. Por qué él es el gran acusado.
-Por una sencilla razón.
Porque yo nunca me puse una capucha, y si iba a interrogar a alguien, le sacaba
la capucha si tenía capucha puesta. Me parecía que -y lo sigo pensando- yo no
tengo que ocultarme de nadie por nada, porque no hice nada que no fuera para
bien de nuestra patria o de nuestros conciudadanos. Y le puedo asegurar que no
estoy arrepentido, ¡pero de nada! Y si me dicen: lo perdonamos si usted se
arrepiente, y si no va a estar 100 años más preso, bueno, ténganme 100 años más
preso.
-Pero yo no le pregunté
por qué lo señalaban, sino por qué mentían sobre usted.
-¡Por venganza! ¡Porque
además ellos están avergonzados de lo que hicieron! (...) Porque ellos dijeron
todo, por las buenas o por las malas, pero lo dijeron. La mayoría, por las
buenas; los otros, por las malas. Pero lo dijeron. (Resopla) Usted me hace
hablar y yo me canso porque estoy viejo, pero ¿qué me decía?
-Usted decía que fue por
venganza.
-Por venganza. ¡Y por
plata! Usted no se olvide de que todos cobran. Todo aquel que haya estado
preso, aunque sea 10 minutos, cobra. Y si logra probar que le pegaron una
cachetada, cobra más.
Están todos muertos.
Después de la delación
premiada de Pilar Nores -que tras señalar a sus compañeros viajó a Montevideo
en un vuelo aparte, y tiempo después quedó en libertad-, hubo otro militante
del PVP que se dio vuelta. Se llamaba Carlos Goessens Meré. Había militado en
el MLN, luego en el Frente Revolucionario de los Trabajadores (FRT), después se
había exiliado en Santiago y finalmente había ido a parar, como muchos, a
Buenos Aires. Era uno de los más importantes del aparato militar del PVP.
La traición de Goessens
está parcialmente contada. Fue señalada por Cores en Memorias de la resistencia
(2002), por Álvaro Alfonso en Buscando a los desaparecidos (2005) y la relató
el propio Gavazzo en el Tribunal de Honor el año pasado. Además, en la
reconstrucción que hizo la Justicia sobre la desaparición de los 28 miembros
del aparato militar aparecen supuestas reuniones que iban a tener con él antes
de ser detenidos. El Equipo de Investigación Histórica de la Secretaría de
Derechos Humanos para el Pasado Reciente, en un informe oficial de 40 páginas
actualizado en 2015, apenas lo menciona así: “Una de las versiones existentes
respecto al origen de la segunda caída masiva se vincula con la deserción de un
militante del PVP llamado Carlos Goessens, alias el Karateca o Damián”.
Carlos Goessens Meré, el delator del PVP. Foto: El País |
Sin embargo, hasta ahora,
nunca se ha contado exactamente qué hizo Goessens.
En la versión de Gavazzo,
un día sonó el teléfono de la División del Ejército 1. Quien llamaba se identificó
como militante del PVP y dijo que quería pasar información. Amaury Prantl,
director del SID, dispuso que fuera Gavazzo quien lo atendiera, debido a sus
vínculos con Buenos Aires. Todos en el Ejército creían que era una trampa y
consideraban mejor evitarla. Finalmente, Gavazzo quiso tomar el riesgo, y sus
superiores se lo permitieron.
Viajó a Buenos Aires y se
puso en contacto con el Ejército argentino, que coordinó el encuentro con
Goessens. Fue en un calle aislada, con francotiradores por todos lados. Al
llegar, el hombre se quitó el saco disimuladamente para mostrar que no estaba
armado. Gavazzo se le acercó y le fue dando órdenes hasta conducirlo a la
puerta de una casa. “Abrió la puerta y entró. Cuando entró, le cayeron 70 mil
que lo estaban esperando, no sabían ni por qué. Yo les dije ‘no le hagan
nada’”, cuenta, pero igual le golpearon para reducirlo. Y fueron a Orletti en
auto.
-Entonces me dice ‘¿cómo
andás, Nino?’ Yo no sabía ni quién era. ‘Yo soy el que te tengo que matar, a
vos, a tu esposa y a tus hijas’. Dijo los nombres propios de cada una de ellas.
Yo me quería morir. Pero me dice: ‘No, no lo vamos a hacer, los vamos a agarrar
uno por uno. Yo ya le dije a la dirección del movimiento que si tengo que
pelear contra 20 soldados, peleo, pero no mato a un niño. Yo ya tomé una
decisión: no solo no voy a hacer eso, sino que paso a ser un soldado de ustedes
y los voy a ayudar a agarrar a cada uno de los del sector militar’.
-¿A cambio de qué?
-De nada. A cambio de
nada.
Pero tenía motivos, y no
era solo que no se negaba a matar a las niñas Gavazzo. Quería vengarse de un
compañero que había querido estar con su mujer.
El interrogatorio a
Goessens duró 24 horas. Les contó, por ejemplo, que pensaban volar un petrolero
que tenía la Armada en el puerto de Montevideo. “Si lo hubieran hecho, la
explosión iba a tomar Ancap, la planta de La Teja. Dicen los ingenieros y
arquitectos que se consultaron en ese momento, que habría desaparecido la
Ciudad Vieja. Tenían dos o tres operaciones más previstas”, asegura Gavazzo. En
un momento, Goessens pidió “orden”.
-Dijo ‘vamos a sentarnos,
traigan para escribir’. Nos hizo una descripción de la organización que parecía
hecha por un general. Estaba perfecta. Bueno, dijo: ‘Ahora vamos a ver los
integrantes. Si nosotros hacemos los allanamientos...’ -y ya se puso como un
hombre nuestro.
-Qué raro.
-¿Vio? A todos nos pareció
raro.
-Muy raro.
-Pero fue así. Yo estaba
ahí. Muy raro porque usted no lo conoció. Yo después lo conocí muy bien.
Les dijo los nombres, los
roles y las direcciones de unos 30 o 40 compañeros. Gavazzo no recuerda quiénes
eran, a muchos no los conocía. Lo que sí sabe es que todos figuran como
pasajeros del famoso segundo vuelo. También les dijo que tenían “mucha plata”, lo
cual según Gavazzo “era cierto” (ver recuadro).
Los
US$ 10 millones del PVP, el “premio” a Gavazzo y los tres que nunca aparecieron
El 2 de octubre de 1976,
día de su cumpleaños número 37, a Gavazzo le avisaron que en Buenos Aires
habían detenido a Alberto Mechoso, uno de los principales del aparato militar
del PVP. Le dijeron que Mechoso se negaba a hablar con cualquiera que no fuera
él.
Así que armó su valija y fue. Allá, encontró un ambiente “hostil” hacia él.
Cuando vio a Mechoso, entendió por qué. “Lo habían molido a palos”, le habían
dado, según Gavazzo, “una paliza argentina”; pero Mechoso había guardado
silencio. Cuenta Gavazzo que el detenido le dijo: “Quiero hablar con vos porque
sé que vos cumplís con tu palabra”. Lo que le contó fue qué había pasado con
los US$ 10 millones que habían obtenido del secuestro de un industrial
judío-holandés-argentino, de apellido Hart.
Según Gavazzo, los argentinos
estaban “desesperados” por el dinero. Mechoso le reveló que de esos 10
millones, llevaban 2 millones gastados en “infraestructura” (casas, autos,
armas). Le dijo -siempre según Gavazzo- que otros 3 millones los tenía Hugo
Cores, líder político del partido, que se había radicado en París -esto nunca
se corroboró-. “¿Y los 5 que faltan?”, le preguntó el militar.
El detenido le dijo
que se lo respondería, pero que le prometiera a cambio que les salvaría la vida
a su esposa e hijos. “Yo le dije: no solo te prometo eso, sino que te prometo
que te salvo la vida a vos también. Te venís conmigo a Montevideo. Allá
arreglamos cuentas, le dije, pero te venís conmigo y salvás la vida”. Mechoso
insistió con la supervivencia de su familia.
Finalmente, le reveló: “Los 5
millones están en mi casa”. Cuenta Gavazzo que entonces le explicó que a la
entrada de la cocina había una escalera de metal, de las antiguas, y que habían
tapiado la parte de abajo. Allí, dentro de heladeritas de espuma plast, estaban
los US$ 5 millones. “Por supuesto que tuve que ir con los argentinos, no podía
ir yo solo. Eso siempre lo hacían ellos”, dice.
También asegura que el dinero
se lo quedaron los porteños. Al regreso a Orletti, pidió autorización para
trasladar a Mechoso (que tenía unos 50 años) y a su familia. Le dijeron que sí,
pero al día siguiente pasó por el centro de detenciones y el guardia le informó
que Mechoso ya no estaba allí. Entendió que lo habían matado. “Traté de buscar
a Gordon, busqué a quien me pudiera dar información y no encontré a nadie”.
Finalmente, recogió a la familia de Mechoso y fue al aeropuerto.
Allí estaba la
familia de otro militante detenido, Adalberto Soba, a la que también
trasladarían a Montevideo en un vuelo comercial. Policías argentinos frenaron
el despegue y le entregaron a Gavazzo un maletín con US$ 1.200.000. “Un
obsequio para nuestros hermanos uruguayos”, le adelantaron. Ya en Montevideo,
él se lo entregó a sus superiores del servicio de inteligencia. El cuerpo de
Mechoso apareció poco después en el canal San Fernando, fundido en cemento con
el del argentino Marcelo Gelman. Recién se los identificó en 2012.
-¿Y usted qué hace? ¿Hasta
dónde se entera de esa detención? ¿Participa?
-No. No participamos para
nada, porque hicieron una especie de operación relámpago. La hicieron bien los
argentinos, que normalmente hacían las cosas mal. Esperaron a tener todo.
Esto fue a fines de
setiembre y principios de octubre de 1976. Mientras sucedía, a Gavazzo no le
permitieron tener mucho contacto con Goessens, presume él que para evitar que
supiera del dinero incautado a los detenidos. Hasta que un día lo habilitaron a
hablar con él.
-Y ahí me cuenta todo. Me
dijo: ‘No queda nadie. Ya los detuvimos a todos. No queda ninguno vivo’.
-¿Ya los detuvimos? ¿Él
participaba?
-Él participaba de las
operaciones con los argentinos. Él iba armado y él los detenía.
-¿Y le dijo que los habían
matado a todos?
-¡Sí! ‘Están todos
muertos’, me dijo. Y yo le dije ¿y la información? ‘Está todo guardado. Todo lo
que ellos fueron confesando lo fui anotando, y lo demás lo tengo acá (señala la
cabeza)’. Y lo tenía.
-Esto que me está diciendo
no se sabe.
-No sé. No sé. No sé si lo
dije en el juzgado o no.
-Pero si él le dijo a
usted que los habían matado a todos, eso terminaría con la hipótesis del
segundo vuelo.
-¡Pero seguro! Por eso
tengo la certeza de que no existió el segundo vuelo.
El delator amigo.
En ese diálogo, que
efectivamente Gavazzo no informó en la Justicia, Goessens no le reveló si
además de ayudar a detenerlos los había matado. “Pero si me guiara por lo que
pienso, yo creo que si él pudiera, los mataba. Porque él ya tenía odio hacia la
organización”, dice. Lo que sí le contó fue que al cabo de un mes, más o menos,
no quedaba nadie vivo. Sobre los cuerpos, Gavazzo dice que no preguntó. Que eso
no se pregunta.
A Goessens lo retribuyeron
ampliamente. Lo trajeron a Montevideo junto a su pareja, le pusieron un
despacho para que “siguiera trabajando” junto a Gavazzo en el SID, y le
compraron un apartamento en Guayaquí y Masini, en Pocitos, con parte de la
plata incautada al PVP. Allí vivió aproximadamente un año más hasta que murió
de cáncer. Ese día, Gavazzo estaba en China y no pudo enterrarlo.
Mi segundo encuentro con
él duró seis horas y media de corrido. Tomamos solo un café. Él no necesitó
siquiera ir al baño. Di por terminada la entrevista porque estaba exhausta. Él
no. Él hubiera seguido. Gavazzo no se cansa.
Volví días después a
buscar algunos documentos prometidos y sacarle fotos, porque tras una ardua
negociación -en la cual me trató de “gas de guerra”, por lo persistente-,
aceptó que yo le tomara alguna imagen. No quería que nadie más entrara a su
casa. Había confiado en mí, según me aseguró, porque le habían dicho que yo era
“buena persona”.
En esa última oportunidad,
Gavazzo me mostró un cuadro con el retrato de Goessens. Se lo regaló él mismo
antes de morir, y lo tuvo colgado en su escritorio por años. Porque vio que era
“un hombre de principios”. Porque siente que le debe la vida. El cuadro iba con
una dedicatoria que Gavazzo recita de memoria: “Para un buen soldado de combate
y un amigo como pocos. Siempre a sus órdenes”.
Una
historia poco contada y de mucha contradicción
Es poco lo que se ha
escrito sobre el Partido por la Victoria del Pueblo (PVP) y su historia es más
bien desconocida por el común de la población, pese a que es la organización
que cuenta con más desaparecidos: 39. Luciano Álvarez, que lamentablemente
falleció el año pasado, se había dedicado a estudiarlo y a fines de 2017, en
sucesivas columnas en su espacio en la editorial de El País, fue volcando sus
datos.
En una de ellas, Álvarez hacía un balance conciso de los elementos que
había para reafirmar la existencia de un segundo vuelo a Montevideo. Citaba un
fragmento de lo informado por la Fuerza Aérea en agosto de 2005, donde se daba
por cierto el traslado pero se reconocía desconocimiento acerca de “las
tripulaciones, la cantidad e identidad de los pasajeros”.
Y concluía: “Estas
son las únicas certezas; el resto es noche y niebla”. A su juicio, de los 28
desaparecidos que se les imputaron como homicidios a Gavazzo y a otros, “es
casi seguro que nueve murieron en Buenos Aires: Gerardo Gatti y León Duarte en
julio del 76. Antes habría muerto Ary Cabrera Prates, detenido el 5 de abril.
Asilú Maceiro, pareja de Cabrera, detenida en Automotores Orletti, preguntó por
él y le «contestaron con una frase que ellos usaban mucho: está tocando el arpa
con San Pedro»”. Álvarez cuestionaba, así, que el juez Luis Charles y la fiscal
Mirtha Guianze hubieran dado por hecho el segundo vuelo.
Para Guianze, más allá
de que haya existido el traslado, hay testimonios suficientes para afirmar que
Gavazzo participó de las detenciones de varios de los desaparecidos, lo cual lo
compromete en sus muertes. Gavazzo lo niega. Dice que él en Buenos Aires
trabajaba como “oficial de enlace” en busca de información, y que no
participaba de los operativos, entre otras cosas porque los argentinos no lo
permitían. Asegura que hasta a él le resultaban violentos los paramilitares de
Aníbal Gordon: “Le puedo asegurar que pasar un día o dos con ellos era un
sufrimiento grande. Porque eran formas de proceder, de actuar, de pensar ni que
hablar, totalmente distintas”.
El
perro se llama infierno y tiene collar de castigo
El perro de Gavazzo es un
ovejero alemán que hace las veces de timbre, pero también ladra fuerte durante
la entrevista. Él percibe que me altera y le reconozco que sí, sobre todo
porque pretendo que la grabación quede audible. Entonces me dice: “Espere”. Se
levanta, camina hacia el jardín, y a través de la cortina lo veo en interacción
con el perro, que deja de ladrar. Cuando vuelve le pregunto, casi admirada
-ingenua- cómo lo hizo. Me cuenta sin rodeos que le puso un collar que lo
inmoviliza cuando el perro intenta mover el cuello. No es con electricidad, me
intenta explicar; es algo mecánico que lo aqueja solo si insiste con ladrar. En
el correr de las 10 horas de nota, irá a colocarle el collar tres veces. El
perro se llama Orco. “¿Orco?”, pregunto para corroborar que entendí bien. “Sí,
Orco. ¿Sabe qué significa? Infierno”. Luego me aclara que ya llevaba ese nombre
cuando se lo regalaron.
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(*) La difusión de la
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ningún grado de aceptación y/o compromiso con los conceptos, juicios o
comentarios que en la misma se formulan.
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