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domingo, 5 de mayo de 2019

El País: entrevista exclusiva a Gavazzo

Gavazzo y el traidor del PVP que desató la matanza (*)

Por Paula Barquet – El País – 5 5 19

Cuando aún resuenan los ecos de sus dichos en el Tribunal de Honor, Gavazzo explica por primera vez por qué afirma que no hubo segundo vuelo. La respuesta está en la historia de un traidor del PVP que señaló a sus compañeros y se aseguró de que murieran todos en Buenos Aires.

Gavazzo vive en Parque Miramar, ha guardado miles de papeles.
Sobre la mesa, la foto del delator que se volvió su amigo Foto: Paula Barquet
Pensaba en cómo lo saludaría cuando lo tuviera en frente y con esa idea llegué a Parque Miramar. La cuadra estaba quieta y se oían los pájaros cantar. La casa, rosada y rodeada de un cerco de verdes, parecía amplia y segura. Antes de decidirme a hacer sonar el timbre, una chica pasó trotando por la calle. Toqué un par de veces, pero finalmente fue el perro y no el timbre el que le avisó a Gavazzo que yo ya estaba ahí.

Y se apareció.

Un hombre de casi 80 años, alto y corpulento, bien erguido, de paso no veloz pero resuelto, mirada atenta, sonrisa fácil, jeans, camisa a cuadros y campera de lana verde, que acepta mi mano extendida y se disculpa por el timbre fallido. En la calle podría ser un abuelo amable, un jubilado activo, un hombre cualquiera.

Hace tres años que José Nino Gavazzo vive en esta casa. Se la presta un amigo extranjero, dueño de varias propiedades en Uruguay. Cuando en 2015 le dieron prisión domiciliaria, por un tiempo estuvo en su apartamento en Pocitos, que si bien no es chico -mide 113 metros cuadrados- tenía el problema de que no podía abrir la puerta de calle a quienes lo fueran a ver porque se salía del límite estipulado por el juez. Hoy disfruta de un fondo, un frente, piscina, parrillero y varios cuartos, y logra recibir visitas sin que su tobillera -que sigue colocada en su pie derecho a pesar de la intención de una jueza de sacársela- emita advertencias. La piscina casi no la usa, aclara, pero reconoce que está más cómodo que antes.

La casa que habita no es suya, ni todo lo que hay allí, pero sí ha procurado tener consigo decenas de carpetas con documentos, fotos, copias de expedientes, y todos los libros que lo mencionan, muchos de ellos escritos por sus enemigos. Son libros que han sido leídos y revisados, tienen partes subrayadas con regla y hasta post it indicando los temas. Todos están firmados en la primera página con la aclaración: “Tte. Cnel. José N. Gavazzo”.

Objetos que Gavazzo conserva en su casa. Foto: El País
Y aunque su nombre ha vuelto a copar los medios por sus confesiones ante el Tribunal de Honor, él, en su mundo, apenas se ha enterado de los titulares. En este primer encuentro conmigo no ha leído las actas ni lo escrito en los diarios. Antes consumía absolutamente todo lo que se decía sobre él. Pero ahora, por hastío -quizás- pero sobre todo por desinterés debido a las “falsedades” que se han reproducido -dice él-, ya no más.

Gavazzo, que negó en la Justicia lo que después reconoció ante el Ejército, se ha ubicado en el imaginario popular como el peor represor, el más cruel torturador, y también como un mentiroso contumaz. Pero, según él, las mentiras han sido siempre de otros. Para cada presunto mentiroso tiene una explicación creíble. En las causas de la dictadura, afirma, él ha sido “un comodín” al que se ha echado mano sin fundamentos. Y si bien quedó en falso en el caso de la muerte del tupamaro Roberto Gomensoro, asegura que fue para defenderse de “otras mentiras”.

La entrevista se concreta después de algunas semanas de dudas de su parte. La propuesta es hablar en profundidad sobre lo dicho en el Tribunal de Honor y finalmente acepta, aunque demorará en revelar por qué. Serán 10 horas, distribuidas en dos días, cuyas revelaciones principales se publicarán en esta sección en etapas.

Cuando me abre la puerta de su casa prestada, Gavazzo avisa que en el momento en que accede a darme esta nota puedo preguntarle lo que sea. Él contestará todo, y dirá “solamente la verdad”. 

José Nino Gavazzo. Foto: Paula Barquet
El vuelo de la duda.

Una de sus verdades es que no existió “segundo vuelo”. Es decir, que no hubo un traslado clandestino desde Buenos Aires a Montevideo de 22 militantes del Partido por la Victoria del Pueblo (PVP), todos desaparecidos. Esto es algo que Gavazzo ha dicho en la Justicia, en el libro de Leonardo Haberkorn Gavazzo sin piedad (2016), y también en el Tribunal de Honor, donde agregó: “Ellos (por los argentinos) al enemigo lo mataban. Nosotros no, ¿verdad? ¿Qué sentido tiene que de la Argentina, donde los mataban a todos, trajéramos una cantidad X de personas para matarlas acá?”, se preguntó. Y se respondió: “Ningún sentido. Si nosotros hubiéramos tenido la necesidad militar o fuésemos unos sádicos, que los queríamos matar, los matábamos allá, pero no los traíamos a Uruguay a matarlos acá”.

El segundo vuelo -y el enterramiento en Uruguay de sus pasajeros- es una certeza para muchos desde el momento en que quien fuera comandante en jefe de la Fuerza Aérea Uruguaya (FAU), Enrique Bonelli, aceptara en agosto de 2005 que existió ese traslado el 5 de octubre de 1976. Ya había habido notas periodísticas afirmándolo, especialmente una de Roger Rodríguez en La República, que en base a testimonios anónimos describió la escena del aterrizaje nocturno y el inmediato traslado de los detenidos, encapuchados, en camiones del Ejército.

En el juzgado, Bonelli dijo que su convicción provenía de investigaciones internas pero no pudo aportar datos concretos sobre el vuelo. Tampoco lo encontraron anotado en los registros de la FAU. De todas formas, la fiscal Mirtha Guianze y el juez Luis Charles entendieron que, aun sin pruebas ni testimonios directos, había elementos suficientes para procesar a dos policías y seis militares, entre ellos Gavazzo, por el homicidio de 28 personas (los 22 del presunto vuelo y otros seis del PVP).

Consultada para esta nota, Guianze reafirma hoy su “convicción a nivel personal” de que el segundo vuelo existió, y se apoya sobre todo en el reconocimiento oficial del mismo. “Bonelli es el testimonio más fuerte. Es el que dio mejor información (en el juicio). Se interesó en averiguar y lo vi realmente conmovido. Su actitud fue, en momentos, casi a punto del llanto. Te daba sensación de verdad”. En cambio, Gavazzo “no dijo nada”: “Siempre como una piedra y hablando de cosas en lenguaje militar; se iba por las ramas”.

Desde el PVP, este partido fundado en Buenos Aires en 1975 a partir de grupos revolucionarios exiliados de Uruguay, razonan igual. Dice Ricardo Gil Iribarne, que integró el aparato militar del PVP por aquellos años, que no tiene sentido dudar de Bonelli: “¿Con que necesidad? ¿Qué ganan con decir que hubo un segundo vuelo?”.

En la entrevista, le pregunto a Gavazzo qué cree que pasó entonces con esas 22 personas, y su primera respuesta es: “¡Los mataron en Argentina! Yo no tengo ninguna duda”.

Tiene un motivo para no dudar, y es que conoce perfectamente a quien los hizo caer. Sabe cómo y cuándo los detuvieron, y también sabe que al cabo de un mes estaban todos muertos, ejecutados en Buenos Aires. Esto no lo había dicho nunca antes. Pero para entender su relato hay que ir un poquito hacia atrás.

La primera delatora

Gavazzo está enfermo. Fue operado del corazón y tiene que cuidarse; no puede hacer ejercicio -apenas 10 minutos al día en el caminador, dice- ni exigirse físicamente. Tuvo una veintena de accidentes cerebrovasculares. Ahora le detectaron una insuficiencia renal que si bien no le afecta en lo cotidiano, puede ser letal. Por eso hoy está internado y en estos días le harán una intervención quirúrgica: deberá empezar a dializarse.

En ese estado, a cinco meses de cumplir 80 años y pese a una sordera en ascenso, conserva una memoria que impresiona. Sobre todo por el nivel de detalles con el que reconstruye los hechos de hace 40 años, algo a lo que acude constantemente para reforzar su intención de ser creíble. Aunque todos crean que miente.

Recuerda muy bien a Pilar Nores, “la primera delatora” del PVP, una mujer “extraña”. Nores era la secretaria de Gerardo Gatti, secretario general del PVP. Ella dice que la detuvieron. Gavazzo, en cambio, dice que a mediados de 1976 se presentó voluntariamente ante la Policía Federal Argentina porque ella era esencialmente política y estaba “asustada” por los golpes militares que planeaba dar el PVP.

Foto: Paula Parquet
Gavazzo, que como oficial de enlace iba habitualmente a Buenos Aires, pidió para interrogarla en el despacho de Aníbal Gordon, jefe del grupo paramilitar Triple A, que operó en Argentina hasta el golpe de Estado. “Entonces hablo con ella, y cuenta absolutamente todo”. Según el testimonio de Gavazzo, en este caso coincidente con el de varios militantes del PVP -tal como recoge Hugo Cores en su libro Memorias de la resistencia-, Nores (o “Mónica”, como la llamaban) señaló a 24 militantes políticos que fueron detenidos, interrogados en la Organización Táctica 18 (Orletti) y luego trasladados a Montevideo el 24 de julio de 1976. Gracias a ella allanaron la casa de Gatti e incautaron documentación, parte de la cual Gavazzo aún conserva  y a partir de la cual se enteró de que el PVP planeaba matarlo a él y a toda su familia.

Objetos que Gavazzo conserva en su casa. Foto: El País
Casi todos los que vinieron en el primer vuelo estuvieron seis meses en el Servicio de Información de Defensa (SID). Allí fueron reinterrogados, según Gavazzo, sobre cosas menores. Como los habían traído secuestrados y en forma clandestina, debieron montar una operación de “blanqueo” para simular su detención en Uruguay y luego entregarlos a la Justicia.

Pero si bien los argentinos los consideraban “unos perejiles” (no eran peligrosos, sus actividades eran solo políticas), y por eso los dejaron ir, el arreglo con los militares uruguayos fue que después de sacarles información los matarían acá, lo cual no sucedió. En consecuencia, Gavazzo y otros militares dicen que les salvaron la vida.

Eso, y solamente eso, es lo que él considera haber hecho mal en esa época. Porque si bien “fue una cosa buena”, terminó siendo “mala”: muchos de esos 24 luego declararían en su contra, no solo por lo sucedido en este primer vuelo, sino también como testigos del segundo. Son parte de los 107 testimonios que recogieron Guianze y Charles previo a su procesamiento.

“Pero cuando se les entra a preguntar quiénes venían, nombran a los que faltan; y cuando se les pregunta cómo los mataron, dicen ‘ah, no sé’; y cuando se les pregunta quién los mató, dicen ‘ah, no sé’. Entonces nos acusan de haberlos matado pero no saben nada”, alega.

Arresto de los detenidos del primer vuelo en el Chalet Susy. Foto: El País

Si muero, véngame.

Gavazzo sabe bien qué han dicho sobre él los que lo han acusado. Cuando estuvo preso en la cárcel de Domingo Arena, entre 2009 y 2015, se dedicó a leer en profundidad cada uno de los casos. Su hija Rosana, su abogada, le dio una copia del expediente. Empezaba a leer a las ocho de la mañana y terminaba a las nueve de la noche. Así, en esas jornadas sumido en el estudio de su causa, fue que empezó a escuchar el llanto desconsolado de Juan Carlos Gómez, preso por un delito que no había cometido, juzgado erróneamente por la muerte de Gomensoro. Ahí empieza a ablandarse hasta que un día le dice la verdad: que había sido él quien había hecho desaparecer a Gomensoro. Pero esta historia la contaremos más adelante, a pedido del propio Gavazzo, que quiere esperar a que la Justicia defina si reabrirá o no la causa de la muerte del tupamaro.

Estando preso, entonces, se dedicó a revisar las “incongruencias” en las declaraciones. “Me tomé el trabajo de decir “a fojas tal, de tal expediente, fulanito de tal dice que conoció a Gavazzo de tal forma”, cuenta, y después anotaba cómo la misma persona, en otra página de otro expediente, decía que lo había conocido de otra forma. Escribió 50 hojas haciendo esas observaciones. Con ese material tal vez realice un pedido de revisión a la Justicia.

Una Justicia que lo condenó a 25 años de prisión, dice él, en base a mentiras.

-¿Cómo es posible que todos mientan en relación con usted?

-Es muy sencillo. Yo nunca me oculté, siempre dije quién era, siempre cumplí con lo que dije, pero por encima de todo, cuando todo esto empezó, allá por el año 69,70, yo estaba haciendo el curso de Estado Mayor…

Entonces se distrae, interrumpe el relato, mira hacia la pared de la que cuelgan dos cuadros en blanco y negro, y me señala a su padre, vestido de militar, y a su suegro. Hay otros retratos sobre la estufa leña. En uno se ve a su hija Ana, junto a su esposo Hugo Iglesias. “Ese es el que no dejaron ascender a general”, me explica Gavazzo, en relación a la reciente decisión de Tabaré Vázquez de truncar la carrera de su yerno. Le pregunto por unos carteles en chapa que también reposan sobre la estufa. Están escritos en italiano y alcanzo a ver que son frases de Benito Mussolini. Una dice Vincere, ¡vinceremo! (venceré, venceremos) y la otra, Se avanzo seguitemi, se indietreggio uccidetemi, se muoio vendicatemi (si sigo, sígueme; si retrocedo, mátame; si muero, véngame). Le pregunto, entonces, si los carteles son suyos o del dueño de casa.

No diré que se puso nervioso, pero sí que la situación lo incomodó. Igual, entre risas, dijo la verdad:

-Esos no debería tenerlos ahí. Otra hija mía, María Laura, hizo un viaje por Italia. Yo no soy nazi, fascista ni nada por el estilo, pero ta. Ella, como es diabla, me los trajo.

-¿Cómo que es diabla? ¿Ella pensaba que a usted le podían gustar?

-No sé si me los trajo por eso. O como me acusan de todo… Hasta ahora lo único de lo que no me acusan es de matar judíos. De lo demás, todo. No tendrían que estar ahí, tendrían que estar en la biblioteca como algo que trajo mi hija y ta.

Retomamos el tema. Le vuelvo a preguntar cómo es posible que todos mientan sobre él, y después de un relato sobre cómo se fue involucrando en base a méritos y estudios en el combate a “la guerra antisubversiva”, desemboca en los interrogatorios que le hizo a la cúpula del MLN en 1973.

-Ahí hay otro mito, que es el de la tortura. Sí, por supuesto que se llevaron alguna paliza. No más de eso, pero se la llevaron. La mayoría hacía tratos: ‘Si me trata bien, yo le digo todo’. Y nos decían todo. No necesitamos esforzarnos para obtener la información. Ellos la dieron.

-Usted niega que haya habido tortura.

-No, no. Yo no niego eso. Yo lo que niego es la tortura que ellos mencionan. Si yo la agarro a usted a cachetazos acá para que me diga cuánto gana usted en El País, es una tortura, pero solo le pegué unos cachetazos. Si en lugar de eso, agarro un cable y lo enchufo a la corriente, y le pido lo mismo pero le pongo 110 volts, la estoy torturando también. Si la violo, también es una tortura. Bueno, son distintas eta… Todo está mal. Pero estamos hablando de la guerra, ¿verdad? Estamos hablando de la guerra y no de la paz. No existe en el mundo ejemplo de guerra sin tortura.

-¿Dice que no existió el submarino?

-El submarino sí existió, es el más leve de…

-¿La picana?

-Mire, la picana sí, yo personalmente no lo utilizaba porque me parecía que era algo que no servía. El submarino sí porque le da una sensación a la persona que es… Lo que estamos hablando lo estamos hablando civilizadamente, ¿no? No es que yo esté defendiendo la tortura y esté diciendo ‘qué bien la tortura, cada vez que tenga un ratito voy a torturar a alguien’. No, no es ese mi pensamiento. Pero sí, si mañana me dicen que tienen secuestrada a su hija, ¿verdad? Y me dicen que son los tupamaros, y me dicen que lo que quieren es una respuesta política suya para no matar a su hija, ¿sabe una cosa? Yo voy a defender a su hija. Yo lo primero que voy a tratar es de defender la vida de su hija. Me va a importar mucho más la vida de su hija que la vida del que la secuestró. Eso lo tengo incorporado a mi persona. Y además, estoy convencido de que es un sentimiento bueno. No es un sentimiento malo. Es el otro el que no debe hacer lo que hizo. Bueno, ellos lo hicieron. (...) Los interrogatorios tienen etapas: empiezan duros, pero al final usted termina tomando un cafecito con ellos. ‘Yo voy a tomar un cafecito, ¿querés un cafecito?’. ‘Si me das un cafecito, tengo un cuentito para vos’. Y te contaban de repente que habían matado cinco personas. Así son. Así es la realidad. Todo lo demás son historias. O historietas. La verdad es esa. Y no porque lo diga yo. Porque sucedió así.

Entonces, una vez más, le pregunto por qué todos han mentido sobre él. Por qué él es el gran acusado.

-Por una sencilla razón. Porque yo nunca me puse una capucha, y si iba a interrogar a alguien, le sacaba la capucha si tenía capucha puesta. Me parecía que -y lo sigo pensando- yo no tengo que ocultarme de nadie por nada, porque no hice nada que no fuera para bien de nuestra patria o de nuestros conciudadanos. Y le puedo asegurar que no estoy arrepentido, ¡pero de nada! Y si me dicen: lo perdonamos si usted se arrepiente, y si no va a estar 100 años más preso, bueno, ténganme 100 años más preso.

-Pero yo no le pregunté por qué lo señalaban, sino por qué mentían sobre usted.

-¡Por venganza! ¡Porque además ellos están avergonzados de lo que hicieron! (...) Porque ellos dijeron todo, por las buenas o por las malas, pero lo dijeron. La mayoría, por las buenas; los otros, por las malas. Pero lo dijeron. (Resopla) Usted me hace hablar y yo me canso porque estoy viejo, pero ¿qué me decía?

-Usted decía que fue por venganza.

-Por venganza. ¡Y por plata! Usted no se olvide de que todos cobran. Todo aquel que haya estado preso, aunque sea 10 minutos, cobra. Y si logra probar que le pegaron una cachetada, cobra más.

Están todos muertos.

Después de la delación premiada de Pilar Nores -que tras señalar a sus compañeros viajó a Montevideo en un vuelo aparte, y tiempo después quedó en libertad-, hubo otro militante del PVP que se dio vuelta. Se llamaba Carlos Goessens Meré. Había militado en el MLN, luego en el Frente Revolucionario de los Trabajadores (FRT), después se había exiliado en Santiago y finalmente había ido a parar, como muchos, a Buenos Aires. Era uno de los más importantes del aparato militar del PVP.


Carlos Goessens Meré, el delator del PVP. Foto: El País
La traición de Goessens está parcialmente contada. Fue señalada por Cores en Memorias de la resistencia (2002), por Álvaro Alfonso en Buscando a los desaparecidos (2005) y la relató el propio Gavazzo en el Tribunal de Honor el año pasado. Además, en la reconstrucción que hizo la Justicia sobre la desaparición de los 28 miembros del aparato militar aparecen supuestas reuniones que iban a tener con él antes de ser detenidos. El Equipo de Investigación Histórica de la Secretaría de Derechos Humanos para el Pasado Reciente, en un informe oficial de 40 páginas actualizado en 2015, apenas lo menciona así: “Una de las versiones existentes respecto al origen de la segunda caída masiva se vincula con la deserción de un militante del PVP llamado Carlos Goessens, alias el Karateca o Damián”.

Sin embargo, hasta ahora, nunca se ha contado exactamente qué hizo Goessens.

En la versión de Gavazzo, un día sonó el teléfono de la División del Ejército 1. Quien llamaba se identificó como militante del PVP y dijo que quería pasar información. Amaury Prantl, director del SID, dispuso que fuera Gavazzo quien lo atendiera, debido a sus vínculos con Buenos Aires. Todos en el Ejército creían que era una trampa y consideraban mejor evitarla. Finalmente, Gavazzo quiso tomar el riesgo, y sus superiores se lo permitieron.

Viajó a Buenos Aires y se puso en contacto con el Ejército argentino, que coordinó el encuentro con Goessens. Fue en un calle aislada, con francotiradores por todos lados. Al llegar, el hombre se quitó el saco disimuladamente para mostrar que no estaba armado. Gavazzo se le acercó y le fue dando órdenes hasta conducirlo a la puerta de una casa. “Abrió la puerta y entró. Cuando entró, le cayeron 70 mil que lo estaban esperando, no sabían ni por qué. Yo les dije ‘no le hagan nada’”, cuenta, pero igual le golpearon para reducirlo. Y fueron a Orletti en auto.

-Entonces me dice ‘¿cómo andás, Nino?’ Yo no sabía ni quién era. ‘Yo soy el que te tengo que matar, a vos, a tu esposa y a tus hijas’. Dijo los nombres propios de cada una de ellas. Yo me quería morir. Pero me dice: ‘No, no lo vamos a hacer, los vamos a agarrar uno por uno. Yo ya le dije a la dirección del movimiento que si tengo que pelear contra 20 soldados, peleo, pero no mato a un niño. Yo ya tomé una decisión: no solo no voy a hacer eso, sino que paso a ser un soldado de ustedes y los voy a ayudar a agarrar a cada uno de los del sector militar’.

-¿A cambio de qué?

-De nada. A cambio de nada.

Pero tenía motivos, y no era solo que no se negaba a matar a las niñas Gavazzo. Quería vengarse de un compañero que había querido estar con su mujer.

El interrogatorio a Goessens duró 24 horas. Les contó, por ejemplo, que pensaban volar un petrolero que tenía la Armada en el puerto de Montevideo. “Si lo hubieran hecho, la explosión iba a tomar Ancap, la planta de La Teja. Dicen los ingenieros y arquitectos que se consultaron en ese momento, que habría desaparecido la Ciudad Vieja. Tenían dos o tres operaciones más previstas”, asegura Gavazzo. En un momento, Goessens pidió “orden”.

-Dijo ‘vamos a sentarnos, traigan para escribir’. Nos hizo una descripción de la organización que parecía hecha por un general. Estaba perfecta. Bueno, dijo: ‘Ahora vamos a ver los integrantes. Si nosotros hacemos los allanamientos...’ -y ya se puso como un hombre nuestro.

-Qué raro.

-¿Vio? A todos nos pareció raro.

-Muy raro.

-Pero fue así. Yo estaba ahí. Muy raro porque usted no lo conoció. Yo después lo conocí muy bien.

Les dijo los nombres, los roles y las direcciones de unos 30 o 40 compañeros. Gavazzo no recuerda quiénes eran, a muchos no los conocía. Lo que sí sabe es que todos figuran como pasajeros del famoso segundo vuelo. También les dijo que tenían “mucha plata”, lo cual según Gavazzo “era cierto” (ver recuadro).

Los US$ 10 millones del PVP, el “premio” a Gavazzo y los tres que nunca aparecieron

El 2 de octubre de 1976, día de su cumpleaños número 37, a Gavazzo le avisaron que en Buenos Aires habían detenido a Alberto Mechoso, uno de los principales del aparato militar del PVP. Le dijeron que Mechoso se negaba a hablar con cualquiera que no fuera él. 

Así que armó su valija y fue. Allá, encontró un ambiente “hostil” hacia él. Cuando vio a Mechoso, entendió por qué. “Lo habían molido a palos”, le habían dado, según Gavazzo, “una paliza argentina”; pero Mechoso había guardado silencio. Cuenta Gavazzo que el detenido le dijo: “Quiero hablar con vos porque sé que vos cumplís con tu palabra”. Lo que le contó fue qué había pasado con los US$ 10 millones que habían obtenido del secuestro de un industrial judío-holandés-argentino, de apellido Hart. 

Según Gavazzo, los argentinos estaban “desesperados” por el dinero. Mechoso le reveló que de esos 10 millones, llevaban 2 millones gastados en “infraestructura” (casas, autos, armas). Le dijo -siempre según Gavazzo- que otros 3 millones los tenía Hugo Cores, líder político del partido, que se había radicado en París -esto nunca se corroboró-. “¿Y los 5 que faltan?”, le preguntó el militar. 

El detenido le dijo que se lo respondería, pero que le prometiera a cambio que les salvaría la vida a su esposa e hijos. “Yo le dije: no solo te prometo eso, sino que te prometo que te salvo la vida a vos también. Te venís conmigo a Montevideo. Allá arreglamos cuentas, le dije, pero te venís conmigo y salvás la vida”. Mechoso insistió con la supervivencia de su familia.

Finalmente, le reveló: “Los 5 millones están en mi casa”. Cuenta Gavazzo que entonces le explicó que a la entrada de la cocina había una escalera de metal, de las antiguas, y que habían tapiado la parte de abajo. Allí, dentro de heladeritas de espuma plast, estaban los US$ 5 millones. “Por supuesto que tuve que ir con los argentinos, no podía ir yo solo. Eso siempre lo hacían ellos”, dice. 

También asegura que el dinero se lo quedaron los porteños. Al regreso a Orletti, pidió autorización para trasladar a Mechoso (que tenía unos 50 años) y a su familia. Le dijeron que sí, pero al día siguiente pasó por el centro de detenciones y el guardia le informó que Mechoso ya no estaba allí. Entendió que lo habían matado. “Traté de buscar a Gordon, busqué a quien me pudiera dar información y no encontré a nadie”. Finalmente, recogió a la familia de Mechoso y fue al aeropuerto. 

Allí estaba la familia de otro militante detenido, Adalberto Soba, a la que también trasladarían a Montevideo en un vuelo comercial. Policías argentinos frenaron el despegue y le entregaron a Gavazzo un maletín con US$ 1.200.000. “Un obsequio para nuestros hermanos uruguayos”, le adelantaron. Ya en Montevideo, él se lo entregó a sus superiores del servicio de inteligencia. El cuerpo de Mechoso apareció poco después en el canal San Fernando, fundido en cemento con el del argentino Marcelo Gelman. Recién se los identificó en 2012.

-¿Y usted qué hace? ¿Hasta dónde se entera de esa detención? ¿Participa?

-No. No participamos para nada, porque hicieron una especie de operación relámpago. La hicieron bien los argentinos, que normalmente hacían las cosas mal. Esperaron a tener todo.

Esto fue a fines de setiembre y principios de octubre de 1976. Mientras sucedía, a Gavazzo no le permitieron tener mucho contacto con Goessens, presume él que para evitar que supiera del dinero incautado a los detenidos. Hasta que un día lo habilitaron a hablar con él.

-Y ahí me cuenta todo. Me dijo: ‘No queda nadie. Ya los detuvimos a todos. No queda ninguno vivo’.

-¿Ya los detuvimos? ¿Él participaba?

-Él participaba de las operaciones con los argentinos. Él iba armado y él los detenía.

-¿Y le dijo que los habían matado a todos?

-¡Sí! ‘Están todos muertos’, me dijo. Y yo le dije ¿y la información? ‘Está todo guardado. Todo lo que ellos fueron confesando lo fui anotando, y lo demás lo tengo acá (señala la cabeza)’. Y lo tenía.

-Esto que me está diciendo no se sabe.

-No sé. No sé. No sé si lo dije en el juzgado o no.

-Pero si él le dijo a usted que los habían matado a todos, eso terminaría con la hipótesis del segundo vuelo.

-¡Pero seguro! Por eso tengo la certeza de que no existió el segundo vuelo.

El delator amigo.

En ese diálogo, que efectivamente Gavazzo no informó en la Justicia, Goessens no le reveló si además de ayudar a detenerlos los había matado. “Pero si me guiara por lo que pienso, yo creo que si él pudiera, los mataba. Porque él ya tenía odio hacia la organización”, dice. Lo que sí le contó fue que al cabo de un mes, más o menos, no quedaba nadie vivo. Sobre los cuerpos, Gavazzo dice que no preguntó. Que eso no se pregunta.

A Goessens lo retribuyeron ampliamente. Lo trajeron a Montevideo junto a su pareja, le pusieron un despacho para que “siguiera trabajando” junto a Gavazzo en el SID, y le compraron un apartamento en Guayaquí y Masini, en Pocitos, con parte de la plata incautada al PVP. Allí vivió aproximadamente un año más hasta que murió de cáncer. Ese día, Gavazzo estaba en China y no pudo enterrarlo.

Mi segundo encuentro con él duró seis horas y media de corrido. Tomamos solo un café. Él no necesitó siquiera ir al baño. Di por terminada la entrevista porque estaba exhausta. Él no. Él hubiera seguido. Gavazzo no se cansa.

Volví días después a buscar algunos documentos prometidos y sacarle fotos, porque tras una ardua negociación -en la cual me trató de “gas de guerra”, por lo persistente-, aceptó que yo le tomara alguna imagen. No quería que nadie más entrara a su casa. Había confiado en mí, según me aseguró, porque le habían dicho que yo era “buena persona”.

En esa última oportunidad, Gavazzo me mostró un cuadro con el retrato de Goessens. Se lo regaló él mismo antes de morir, y lo tuvo colgado en su escritorio por años. Porque vio que era “un hombre de principios”. Porque siente que le debe la vida. El cuadro iba con una dedicatoria que Gavazzo recita de memoria: “Para un buen soldado de combate y un amigo como pocos. Siempre a sus órdenes”.

Una historia poco contada y de mucha contradicción

Es poco lo que se ha escrito sobre el Partido por la Victoria del Pueblo (PVP) y su historia es más bien desconocida por el común de la población, pese a que es la organización que cuenta con más desaparecidos: 39. Luciano Álvarez, que lamentablemente falleció el año pasado, se había dedicado a estudiarlo y a fines de 2017, en sucesivas columnas en su espacio en la editorial de El País, fue volcando sus datos. 

En una de ellas, Álvarez hacía un balance conciso de los elementos que había para reafirmar la existencia de un segundo vuelo a Montevideo. Citaba un fragmento de lo informado por la Fuerza Aérea en agosto de 2005, donde se daba por cierto el traslado pero se reconocía desconocimiento acerca de “las tripulaciones, la cantidad e identidad de los pasajeros”. 

Y concluía: “Estas son las únicas certezas; el resto es noche y niebla”. A su juicio, de los 28 desaparecidos que se les imputaron como homicidios a Gavazzo y a otros, “es casi seguro que nueve murieron en Buenos Aires: Gerardo Gatti y León Duarte en julio del 76. Antes habría muerto Ary Cabrera Prates, detenido el 5 de abril. Asilú Maceiro, pareja de Cabrera, detenida en Automotores Orletti, preguntó por él y le «contestaron con una frase que ellos usaban mucho: está tocando el arpa con San Pedro»”. Álvarez cuestionaba, así, que el juez Luis Charles y la fiscal Mirtha Guianze hubieran dado por hecho el segundo vuelo.

Para Guianze, más allá de que haya existido el traslado, hay testimonios suficientes para afirmar que Gavazzo participó de las detenciones de varios de los desaparecidos, lo cual lo compromete en sus muertes. Gavazzo lo niega. Dice que él en Buenos Aires trabajaba como “oficial de enlace” en busca de información, y que no participaba de los operativos, entre otras cosas porque los argentinos no lo permitían. Asegura que hasta a él le resultaban violentos los paramilitares de Aníbal Gordon: “Le puedo asegurar que pasar un día o dos con ellos era un sufrimiento grande. Porque eran formas de proceder, de actuar, de pensar ni que hablar, totalmente distintas”.

El perro se llama infierno y tiene collar de castigo

El perro de Gavazzo es un ovejero alemán que hace las veces de timbre, pero también ladra fuerte durante la entrevista. Él percibe que me altera y le reconozco que sí, sobre todo porque pretendo que la grabación quede audible. Entonces me dice: “Espere”. Se levanta, camina hacia el jardín, y a través de la cortina lo veo en interacción con el perro, que deja de ladrar. Cuando vuelve le pregunto, casi admirada -ingenua- cómo lo hizo. Me cuenta sin rodeos que le puso un collar que lo inmoviliza cuando el perro intenta mover el cuello. No es con electricidad, me intenta explicar; es algo mecánico que lo aqueja solo si insiste con ladrar. En el correr de las 10 horas de nota, irá a colocarle el collar tres veces. El perro se llama Orco. “¿Orco?”, pregunto para corroborar que entendí bien. “Sí, Orco. ¿Sabe qué significa? Infierno”. Luego me aclara que ya llevaba ese nombre cuando se lo regalaron.

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(*) La difusión de la presente nota periodística es meramente de carácter informativo y no supone ningún grado de aceptación y/o compromiso con los conceptos, juicios o comentarios que en la misma se formulan.

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