EL TERRIBLE TESTIMONIO DE SYRA VILLALAIN EN LA CAUSA ESMA
Página 12 - 29 12 13 - Por Alejandra Dandan.
A los 87 años contó en detalle, con perfecta ilación y fechas
exactas, la destrucción de su familia. Dos violentos allanamientos y dos
secuestros, un padre que escucha cómo torturan a su hijo, el exilio de los
sobrevivientes.
Syra Villalain tiene 87 años. Hace rato ya que enumera con
toda precisión una serie de fechas ante los jueces del tribunal de la causa
ESMA. Son tantas que parecen dar cuenta de un enorme clan de familia, pero en
este caso no hay aniversarios festivos, sino una cadena interminable de días,
meses y hasta años que enumeran los efectos de la dictadura sobre su familia.
Una de las primeras fechas que aparece es la madrugada del 17
de febrero de 1977, en la casa de Floresta. Una patota revisa los doce
ambientes de las dos plantas, revuelve todo, da vuelta todo y se lleva a la
fuerza a Eduardo Alvaro, el hijo más chico de los siete que tienen Syra y su
marido, el médico del barrio Eduardo Manuel Franconetti. Unico varón, de la
familia, tenía 18 años, había militado en la UES, pero a esa altura ya no lo
hacía.
“Yo quiero destacar entre las secuelas de la represión del
terrorismo de Estado la destrucción de tantas familias como la mía”, dijo la
mujer al Tribunal Oral Federal 5. “Nosotros, yo, tenía siete hijos. Mi marido
era médico, médico de gente pobre, médico de barrio como los que había antes.
Eramos una familia con dificultades y con problemas, como ocurre en tantísimos
hogares, pero mi esposo tenía derecho a conocer a sus nietos y mi hija y su
marido (también desaparecidos más tarde) tenían derecho a ver crecer a sus
hijas. Lo que pasó con mi familia no fue solamente con una o dos familias, sino
con treinta mil que sufrieron lo más terrible que le puede pasar a un adulto,
que es vivir la muerte de un hijo.”
Syra habló sin pedir recesos. Sólo alguna vez les pidió a los
jueces “un segundito”. Tomó agua como quien aprendió a darse fuerza con lo que
tiene a mano y siguió. El grupo armado que entró a la casa hizo una revisión
minuciosa. “Los doce ambientes quedaron totalmente desordenados, con los pisos
cubiertos por las cosas que fueron sacando de los placards y muebles.”
Además
de llevarse a su hijo Eduardo, se llevaron por unas horas a su esposo Eduardo
Manuel, al que liberaron a la mañana siguiente. Eduardo padre estuvo alojado en
una celda de un sótano, desde donde pudo sentir lo peor. “Pudo llegar a oír
–dijo Syra– los gritos de mi hijo, que estaba siendo torturado.”
Ese mismo 17 de febrero, otra patota entraba a una casa de
Sarandí donde vivía la segunda hija de Syra, Ana María, poco más grande que
Eduardo, también antigua militante de la UES y para ese momento artesana en
Plaza Francia. Ana María vivía con su compañero y el padre de su compañero,
ambos uruguayos.
Esa noche, su compañero no estaba. La patota entró, ató al
hombre mayor, a una pareja que estaba de visita y se llevó a la chica. Con el
tiempo, lo único que supo la familia de los dos hijos más chicos es que fueron
vistos en el centro clandestino del Atlético. “Fue un día terrible porque ese
día entraron al centro clandestino del Club Atlético 19 pibes de la UES, muchos
del Nacional Rivadavia y de los cuales sólo hay dos sobrevivientes.”
Las fechas de las que Syra habló en la audiencia continuaron.
Un 29 de marzo de ese mismo año, 1977, no hubo patotas, ni secuestros pero
Eduardo padre murió de algo que su familia menciona como tristeza. “Los
secuestros, de sus hijos no sólo lo afectaron afectivamente, sino que –agregó
su mujer– lo sacudió enormemente en la visión que tenía de la sociedad. No pudo
resistir. Era un hombre joven. En el momento en que murió tenía 64 años. Y se
murió de pena, de dolor, como murieron tantos padres y madres ante semejante
situaciones.”
Syra fue convocada en la audiencia de la ESMA para dar cuenta
de lo que en realidad siguió a partir de ese momento. El 11 de septiembre de
1977 una patota secuestraba a Adriana María, su hija más grande, y a su
compañero, Jorge Donato Calvo. Ellos hacían la cola en el cine Ritz de Cabildo
y Olleros para ver una película de Buñuel, Los olvidados, apuntó Syra en unas
notas.
Se llevaron a los dos. Tenían dos hijas, una había cumplido un año y “no
caminaba”, escribió su abuela alguna vez. La otra tenía casi tres años. Esa
tarde las habían dejado con los padres de Jorge. Ellos fueron los primeros que
se dieron cuenta de que no volvían. Adriana estudiaba antropología, era
empleada administrativa en Obras Sanitarias. Jorge era médico residente en el
Hospital Ramos Mejía. Los dos militaban en Montoneros zona norte, él en el área
de Sanidad.
“En el primero de los homenajes que se hizo en el Ramos Mejía
por sus desaparecidos, creo que son nueve –dijo Syra a los jueces–, tuve la
suerte de encontrar a un compañero de Jorge que todavía está en el hospital y
que había guardado dos cuadernos de anotaciones que habían quedado en el
armario donde mi yerno guardaba sus cosas. Me los entregó y ahora los atesoran
mis nietas.”
Adriana y Jorge se habían conocido en el Nacional de Buenos
Aires. “Los dos fueron excelentes alumnos, fueron alumnos brillantes, eran
personas inteligentes, preocupadas por la realidad y deseosos de promover una
igualdad de oportunidades para todos. Era un momento en que en toda América
latina despertaban movimientos populares. Y ellos estaban inmersos en ese deseo
colectivo de transformación de la sociedad.”
Desde Montoneros trabajaron en una serie de barrios
populares, desde San Fernando hasta Carupá, que hoy ya no existen, dijo. “Todo
eso fue loteado y urbanizado, ayudaron a los que allí vivían a organizarse para
pedir la luz, el asfalto, las cloacas, el agua corriente, una guardería, una
salita de primeros auxilios. Al mismo tiempo se dedicó mi hija a hacer trabajos
de alfabetización y de ayuda escolar y Jorge trabajó en el área de Sanidad.”
Syra supo que no estaban cuando la llamaron al trabajo. Al
otro día presentaron un hábeas corpus y al otro publicaron una nota con la
denuncia en el diario Buenos Aires Herald. Gracias a la nota, dijo la mujer,
supieron con los años que Adriana y Jorge habían estado en la ESMA. Un grupo de
detenidos desaparecidos obligados a realizar trabajo esclavo leyeron la noticia
y la relacionaron con la llegada a Capucha de una pareja que aparentaba ser muy
joven.
“En verdad, tanto mi hija como mi yerno tenían 27 años, pero
aparentaban muchísimo menos –dijo ella–; de hecho, en algunos cines les pedían
documentos para entrar porque pensaban que eran pibes.”
En la ESMA los vieron varios sobrevivientes. Syra fue
conociendo distintos relatos. Alguna vez los situaron en momentos distintos al
operativo y para certificarlo todo de nuevo ella fue al Herald a revisar toda
la edición 1977. Buscó operativos en cines. Vio uno en el Splendid de la
avenida Santa Fe, otro enfrente, pero sólo uno en Belgrano, el de su hija. Lila
Pastoriza los mencionó en el Juicio a las Juntas y Alicia Milia de Pirles dijo
que lo vio a Jorge desde su cucha, “y que la sorprendió porque tenía un aspecto
muy, muy joven y le llamó la atención porque estaba bien vestido y limpio, no
como los que estaban en el campo”. Ese dato es importante para la familia, pero
también para los fiscales por ejemplo. Aunque parezca pequeño, la idea del
estar bien vestidos puede asociarse a la ida al cine.
Adriana al parecer estuvo sólo unos días en la ESMA y Jorge
unas semanas. Ambos están de-saparecidos. También lo están los dos hijos más
chicos de la familia, Eduardo y Ana María.
Cuando terminó de contar todo esto, Pablo Llonto, abogado de
la querella, le preguntó si podía explicar qué pasó con el resto de los hijas.
“Yo, después de que sucedió todo esto, tenía cuatro hijas que
habían salvado sus vidas. Tres de ellas viajaron a México, donde estuvieron
exiliadas. México realmente fue un país que acogió a los exiliados argentinos,
los ayudó, pero el exilio siempre fue duro. Una de mis hijas hizo estudios
universitarios, estudió psicología y allí estuvieron. Una volvió junto con la
democracia, vino con Alfonsín. Y las otras dos volvieron más tarde. Y aquí
quedó una sola, que no viajó porque en ese momento estaba casada con un chico que
a los 23 años murió de cáncer.”
En México vivieron María Teresa, María Mercedes y María
Gloria. María Victoria fue la que quedó viviendo en Buenos Aires.
“Yo quiero simplemente expresar mi satisfacción por la
concreción de estos juicios que, la verdad, llegan un poco tarde, pero están
funcionando”, dijo Syra. Y agradeció a los que sobrevivieron a los campos.
“Ellos, después de vivir las atrocidades por las que tuvieron que pasar,
tuvieron el coraje de dar sus testimonios y en gran parte muchos dieron sus
testimonios antes de llegar la democracia. Eran noticias terribles, pero
paradójicamente nos dieron seguridad porque uno ahí supo dónde estábamos
parados y qué es lo que teníamos que hacer.”
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