Militar dice haber sido
testigo de “tercer vuelo” de la
Fuerza Aérea en 1978
Denuncian un traslado de
prisioneros nunca admitido; la FAU sostiene que perdió los libros de vuelo que
permitirían chequear la información
Por Leonardo Haberkorn - El Observador - 10 8 19
La Fuerza Aérea realizó al
menos un vuelo aun no admitido con un traslado masivo de prisioneros, además de
los dos ya reconocidos en 2005, relató uno de sus exsoldados a El Observador.
El exmilitar, que
revistaba en el escalafón técnico de la Fuerza Aérea, pidió que se reserve su
nombre porque teme por su seguridad, pero indicó datos concretos para poder
chequear la veracidad de su testimonio.
A diferencia del primer y
segundo vuelo, ocurridos en 1976, el “tercer vuelo” habría sido realizado en
1978, entre abril y junio, en un Fairchild del Grupo 4 de la FAU, que habría
aterrizado en la pista de la Base Aérea 1, contigua al aeropuerto de Carrasco.
Al igual que ocurrió con
los dos vuelos de 1976, los prisioneros transportados habrían sido entregados
al Ejército. La existencia de un “tercer vuelo” ya ha sido denunciada antes,
pero ni el Ejército ni la Fuerza Aérea la han admitido.
El relato del exmilitar
que habló con El Observador concuerda con una serie de datos ya corroborados y
que desde hace años alimentan la teoría de que existió un vuelo que trasladó
prisioneros uruguayos desde Argentina en 1978, y que hoy están desaparecidos.
“Era un pobre viejo”
El exmilitar –que no es
una persona pública ni tiene acusaciones por violaciones a los derechos
humanos– se dio a conocer mediante un mensaje enviado por internet y tras un
intercambio virtual de preguntas y respuestas, aceptó ser entrevistado en su
casa.
Dijo que la historia le
pesaba en su conciencia y que se sentía liberado al relatarla.
“Ese día habían dado la
orden de retirarse de la base a las ocho de la noche, pero yo estaba trabajando
en la reparación de un motor junto con otro integrante de la fuerza y se nos
pasó la hora”, relató. “De repente se apagaron todas las luces. Nos metimos en
un edificio que estaba vacío y miramos a través de una persiana. Lo primero que
vimos era que el personal que había tomado la guardia no era de nuestra base.
Los soldados de la base usaban uniforme gris. Y los que habían llegado para
hacerse cargo de la guardia tenían uniformes camuflados, botas más altas y
fusiles FAL. En nuestra brigada todavía se usaba el subfusil M2”.
El informante agregó que
luego aterrizó un Fairchild del Grupo 4. Y una larga fila de camionetas entró a
la pista de aterrizaje.
“Eran camionetas Chevrolet
del Ejército, nuevas, cerradas, sin ventanas atrás. Estaba oscuro y no se podía
ver la matrícula o a qué unidad pertenecían. Eran unas 15. Recogieron lo que
trajo el avión y se fueron. Al rato se encendieron las luces y la guardia otra
vez estaba en manos de la gente de nuestra base”.
Por todo el contexto y la
cantidad de camionetas del Ejército que estacionaron junto al avión, el militar
no duda de que se trató de un traslado de prisioneros. Muchas veces vio otro
tipo de transporte –incluso de contrabando traído de otros países de la región–
y jamás se hacía esa operativa rodeada de tantas precauciones y secretismo.
El mismo militar retirado
también fue testigo de otro vuelo internacional, en el cual se trasladó a un
único prisionero, que fue efectuado en 1978 por un avión Bandeirante,
perteneciente al Grupo 6. En ese caso vio de primera mano la preparación del
vuelo y escuchó los comentarios de uno de sus tripulantes una vez finalizada la
misión.
“Era un pobre viejo, con
ropas rotosas”, dijo que le confesó uno de los tripulantes respecto al
prisionero que habían traído desde otro país de la región, que pudo ser Argentina
o Brasil.
Él siempre pensó que el
trasladado fue el maestro Julio Castro, pero no tiene pruebas al respecto.
Desparecen los libros
La tarea de chequear la
información del testigo hizo emerger otras revelaciones sorprendentes.
El Observador consultó al
comandante de la Fuerza Aérea, general del aire Hugo Marenco respecto a la
posibilidad de acceder a los libros de vuelo de los grupos de transporte para
así cotejar el relato del denunciante.
“No sé si están todos
completos. En realidad, nosotros no tenemos establecido por norma cuánto
debemos mantener los registros. No tenemos una obligación legal de mantenerlos
de por vida”, respondió Marenco en una entrevista en su despacho. Luego agregó:
“Muchos de los viejos libros de vuelo están en el Museo Aeronáutico, pero no
puedo decir que estén todos”.
Ante esta respuesta, El
Observador realizó un pedido de acceso a la información pública, y solicitó a
la Fuerza Aérea tener acceso a los libros de vuelo de sus grupos 3, 4 y 6,
entre 1976 y 1979.
La respuesta al pedido de
informes llegó el 15 de junio con la firma de Marenco y fue tan categórica como
sorprendente. “No se poseen registros sobre actividad de grupos 3, 4 y 6 de la
Fuerza Aérea Uruguaya, entre los años 1976 y 1979”.
Tal afirmación contradice
anteriores documentos de la propia Fuerza Aérea.
En 2005 los libros de
vuelo fueron citados en el informe que el entonces comandante Enrique Bonelli
presentó al presidente Tabaré Vázquez. En aquel documento, en el cual se
admitió por primera que la FAU había realizado los llamados primer y segundo
vuelo, Bonelli escribió respecto a cómo hizo su investigación:
“Se realizaron
averiguaciones referente a la actividad de vuelo desarrollada en el período
comprendido entre los años 1973 y 1980, por los Grupos de Aviación N° 3, N° 4 y
N° 6 (Transporte) con asiento en la Brigada Aérea N° 1. Fueron consultados los
tripulantes que cumplieron misiones de vuelo en dicho período y que no hubieran
fallecido al presente. Las fuentes documentales de información utilizadas
fueron los registros individuales de vuelo, los libros de vuelo y libros de
marcha, existentes al momento de los Grupos de Aviación antes referidos (los 3,
4 y 6)”.
Bonelli no quiso hacer
declaraciones pero fuentes cercanas a su persona señalaron que mantiene lo
firmado en aquel informe.
Cinco años más tarde, en
2010, una revista oficial de la Fuerza Aérea señaló que los libros de vuelo
estaban en el Museo Aeronáutico.
En la edición de ese año
de Alabes, la publicación oficial de la Escuela Técnica de Aeronáutica de la
FAU, se incluyó un artículo sobre el Museo Aeronáutico en el cual se lee:
“Integran el museo varios órganos de consulta: la Biblioteca Sargento 1º (TE)
Carlos L. Bernasconi que contiene libros de carácter aeronáutico e histórico, manuales
de vuelo, motores, comunicaciones, aviones, armamento, mecánica, instrucción de
vuelo para pilotos, medicina aeronáutica, reglamentos, libros de vuelo,
diseños, enciclopedias, revistas y publicaciones”.
En 2013 el mayor aviador
Leonardo Cortés publicó una monografía respecto a una de las aeronaves del
Grupo 4, el Fairchild 572, un avión gemelo del que cayó en la Tragedia de los
Andes y que sirvió a la aviación militar oriental entre 1972 y 1989. El trabajo
se llama “El FAU 572: un hito de la Fuerza Aérea Uruguaya” y en él Cortés
incluye una planilla extraída de las páginas del libro de vuelo del Grupo 4,
del año 1989.
Un segundo pedido de
informes elevado a la Fuerza Aérea para saber cuándo dejaron de tener los
libros de vuelo de los grupos 3, 4 y 6 en el Museo Aeronáutico, quién tenía
acceso a ellos y si existe constancia de que alguien los retirara, aún no fue
respondido.
Muchas pistas desde 2005
Desde finales de 1977 y
durante 1978, oficiales de inteligencia de la Armada y del Ejército desarrollaron
una verdadera cacería en Argentina de militantes de los Grupos de Acción
Unificadora (GAU), el Partido Comunista Revolucionario (PCR) y otros grupos de
izquierda menores.
Los detenidos fueron
vistos en los centros de detención clandestinos Pozo de Banfield, Pozo de
Quilmes y Centro de Operaciones Tácticas I Martínez, donde se los torturó.
Según el testimonio de
prisioneros argentinos sobrevivientes, a partir del 16 de mayo de 1978 los
uruguayos allí detenidos dejaron de ser vistos. Y existen datos que apuntan a
que fueron trasladados a Uruguay y muertos aquí.
Testimonios en ese sentido
constan en el fallo por el cual el juez Luis Charles condenó en 2009 al
expresidente de facto Gregorio Álvarez y al oficial de la Armada Juan Carlos
Larcebeau, como culpables de estas desapariciones.
Soledad Dossetti, hija de
un matrimonio de militantes del GAU detenidos en Buenos Aires, declaró: “Con
respecto a posibilidad de los traslados, yo tuve conocimiento por primera vez
de esa hipótesis hace 17 años, por intermedio de la prima-hermana de mi madre,
Adriana García Ramos, cuyo esposo Jorge Alberto Torres, de nacionalidad
argentina, era amigo íntimo del general Camps, quien les confirmó
que mis padres estaban muertos y que habían sido trasladados al Uruguay”.
Los padres de Julio César
D’Elía, otro de los detenidos, concurrieron a la embajada de Estados Unidos,
“donde un funcionario de apellido Gordon les dijo que sus hijos habían sido
muertos por la fuerzas uruguayas y quemados para no ser identificados”.
Las actas de los
interrogatorios que se le hicieron a D´Elía en Argentina aparecieron en la
Armada uruguaya. Lo mismo ocurrió con otros de los detenidos en 1977-78, sin
que la Armada haya logrado explicarlo.
Ángel Gallero, que estuvo
detenido en La Tablada, dijo a la
justicia que vio allí a Carlos Cabezudo, un militante del PCR que había sido
detenido en Buenos Aires en las redades de 1977-78.
El tupamaro Ary Severo, al
que le decían Negro Tatú, fue detenido en Buenos Aires en abril de 1978. Wilson
Falero, que estaba detenido en Uruguay, oyó que pocos días después un oficial
comentó: “El Negro Tatú sí que aguantaba y no largaba nada”.
Ante el juez Charles, dos
marineros de la Prefectura Nacional Naval relataron haber visto un traslado
clandestino de prisioneros desde Argentina a Uruguay, realizado en lancha en
febrero de 1978.
El marinero Daniel Mauriño
relató: “Al llegar a la playa encontramos tres autos y una persona que los
estaba cuidando, vimos personas encapuchadas que habían bajado de una lancha de
pasaje, similar a las de la línea Carmelo”.
Los encapuchados eran
cinco. Cuando el oficial a cargo fue a ver qué pasaba, le indicaron que aquello
“era un operativo” y que se tenían que retirar.
Rubí Veliz, otro marino de
Prefectura, ratificó el relato. “Las personas estaban encapuchadas, eran unas
cuatro o cinco, no alcanzamos a ver bien, había un grupito y se sentía el
llanto (de una mujer). Se comentó que había intercambio de prisioneros con la
Argentina, de ahí se está a un paso, hay diez minutos de lancha a la costa
argentina”.
En base a las
informaciones que pudo recoger, la Comisión para la Paz sostuvo que se presume
que varios de los detenidos en Buenos Aires entre 1977 y 1978 fueron traídos a
Uruguay en mayo de 1978, sin que luego se supiera más de ellos.
Se cree que los viajes en
lancha pudieron ser dos, pero no explican la totalidad de los traslados que se
habrían efectuado.
“A un grupo grande de
compañeros los trasladaron el 16 de mayo de 1978. Hay testigos argentinos que
relatan cómo los sacaron a todos juntos. Una posibilidad es que los trajeran
acá en un vuelo y los hicieran desaparecer acá, como hicieron con los del
segundo vuelo”, dijo a El Observador Martín Ponce de León, exviceministro de
Industria.
Ponce de León escribió
junto a al exsenador Enrique Rubio el libro “Los GAU. Una historia del pasado
reciente”.
La existencia de un
“tercer vuelo” fue denunciada en agosto de 2005 por el periodista Gabriel
Pereyra desde páginas de El Observador.
Según aquel artículo, el
vuelo había sido de Argentina a Uruguay con “al menos seis” detenidos. Y se
hablaba de un “cuarto vuelo” en que se había trasladado a otros dos prisioneros
hoy desaparecidos.
Pereyra identificó a sus
fuentes como “exoficiales” de la dictadura.
De acuerdo con Pereyra, el
“tercer vuelo” ocurrió “a mediados de 1978, trasladó “al menos a seis uruguayos
detenidos en Argentina, los cuales fueron asesinados en Montevideo”. Ary Severo
y Jorge Martínez Horminoguez, habrían sido dos de los trasladados.
Tras la denuncia, el
entonces comandante en jefe de la Fuerza Aérea, Enrique Bonelli, se comprometió
a investigar la existencia de ese tercer vuelo. Pero luego anunció que no había
podido confirmarla.
En mayo de 2007, el
periodista Roger Rodríguez informó en el diario La República que el 15 o 16 de
mayo de 1978 una veintena de uruguayos había sido traidas desde Buenos Aires a
Montevideo “en el marco de cuatro o cinco traslados ilegales que implicarían a
40 víctimas, que fueron ejecutadas y enterradas en Uruguay”.
Tal afirmación fue el
resultado de una investigación conjunta llevada a cabo con el abogado Oscar
López Goldaracena.
López Goldarecena dijo al
periodista Emiliano Cotelo en 2008: “Ese traslado, por sus características,
debió haber sido en un vuelo (cuando digo en un vuelo me refiero a un avión, no
a una avioneta) o en varios o en varios lanchones o en varias avionetas, pero
la hipótesis es que fue en un vuelo”.
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