Escribe: Débora Quiring - La diaria 6 9 18
"El pueblo está en la calle por libertad, trabajo,
salario y amnistía. ¿Y nosotros, los cristianos, qué?". Esta era una de
las consignas que evidenciaban el conflicto interno que vivían algunos
colectivos católicos y protestantes durante la última dictadura militar: llevar
o no el evangelio a la acción política.
Fotograma de la película |
Si bien existió una iglesia cómplice de la dictadura, de las
desapariciones y la represión, fiel a una tradición reaccionaria y
conservadora, en Latinoamérica también se manifestó con fuerza un movimiento
ecuménico –integrado por el ala más progresista de la iglesia católica y
protestante– más social, asociado a la Teoría de la Liberación, comprometido
con la defensa de los pobres y los derechos humanos; convencido de que la
transformación sólo era posible desde la política, dicho movimiento se movilizó
en diálogo con las organizaciones sociales.
Hoy a las 21.00 en la sala B del Auditorio Nelly Goitiño se
estrenará el documental Fe en la resistencia (que irá hasta el 16 en sala B, y
del 21 al 26 de setiembre se exhibirá en Cinemateca Pocitos), dirigido por
Nicolás Iglesias Schneider, investigador especializado en temas de religión y
política.
El audiovisual registra el testimonio de algunos referentes que mantuvieron
una firme postura de defensa de los derechos humanos, y que se proponían
concretar una transformación social. A través de una serie de reflexiones,
artículos académicos, materiales de archivo y entrevistas a personas de
tradición católica, protestante, judía y afroumbandista, el equipo se propuso
nutrir la memoria colectiva y colaborar con la mejor comprensión de la realidad
social, política y religiosa que vive el país.
Así, por medio de figuras vinculadas con la iglesia
metodista, como el escritor, dramaturgo y ex integrante del Movimiento de
Liberación Nacional Hiber Conteris, o los pastores Emilio Castro (miembro
fundador del Frente Amplio y colaborador del semanario Marcha) y Ademar Olivera
(preso durante la dictadura, presidente emérito del Museo de la Memoria y
actual miembro del Grupo de Verdad y Justicia), y líderes que contribuyeron a
la creación del Servicio Paz y Justicia Uruguay (Serpaj) y protagonizaron el
histórico ayuno de 1983, como forma de resistencia no violenta, el documental
reconstruye el entramado entre grupos religiosos, movimientos sociales y
actores políticos, desde el que evidencia la distancia del rol social y
político que ejercieron algunos sectores religiosos durante la dictadura.
En la
misma línea, retoma premisas esenciales de los años 60 y 70, como el diálogo
cristiano marxista (en el que también participaron dirigentes de los partidos
Comunista y Socialista), la legitimidad del uso de las armas y la teología de
la no violencia, las denuncias contra la dictadura que protagonizaron
organismos religiosos uruguayos, y las reuniones en la cárcel, con ayunos y
ritos que, en su momento, configuraron otras formas de resistencia,
protagonizada por un grupo de personas de distinto pensamiento que “encontraron
un espacio en común para la acción”.
Tensiones internas
Iglesias cuenta que el documental se propuso colectivizar
estos testimonios de resistencia, aunque también quisieron consignar la
presencia de grupos religiosos que “sostenían y favorecían el discurso
militar”: “Sólo queda planteada la tensión interna, la existencia del mecanismo
de delación para aquellos que estaban más comprometidos, de que había
misioneros espías de la CIA, e infiltración de tiras y agentes que escuchaban
los sermones y ejercían presión, pero no fue algo que profundizamos”. Por eso,
el eje central de la narración se concentra en la confluencia de distintos
actores en la defensa de los derechos humanos.
Para el director, este rol de resistencia de algunos grupos
religiosos ha sido invisibilizado a partir de la escasísima mención en los libros
académicos, en las reflexiones o el relato sobre el pasado reciente. “Es que
por una mala comprensión de la laicidad, que entiende que lo religioso no es
relevante para el estudio académico, nunca estuvo presente”, y frente a este
panorama, creyó que se volvía necesario registrar el testimonio –en primera
persona– de algunos de sus protagonistas.
En cuanto al proyecto, subraya que Fe en la resistencia
traslada el clima de la época, las discusiones sobre el uso o no de las armas,
y la posibilidad de alcanzar una nueva sociedad. “Todos esos sueños y utopías
que estaban en la sociedad también se trasladaban a la iglesia, como el impacto
de la Revolución Cubana, y todo lo que generaron esas discusiones y reflexiones
en contraposición con aquellos que consideraban que esto era ir muy lejos en la
acción política y social de la iglesia”.
En sintonía con la época, este
movimiento contó con una serie de influencias que motivaron una concepción
cristiana y evangelizadora en línea con una “acción espiritual, social,
política y cultural”: entre ellas se encontraba la conocida Teología de la
Liberación, que proponía un renovado compromiso con los pobres, vinculaba
insumos del análisis marxista con elementos de análisis de la sociedad, “en
diálogo con la lectura bíblica; también estaban influenciados por la teología
de la no violencia; por la revolución, desde un punto de vista pacífico; la
transformación social (que proponía Martín Luther King y el Seminario
Evangélico Menonita de Teología que estaba en Uruguay en esa época); y la
crucial concepción espiritual entre iglesia y sociedad que se dio en América
Latina (sustentada por Paulo Freire y una serie de intelectuales uruguayos y
extranjeros de primer nivel). Y, en paralelo, había una apertura al diálogo
entre los partidos políticos y organizaciones sociales con los actores
religiosos. Esto pone en perspectiva que la iglesia era un actor social y
político no partidario, que debía atender y discutir los temas de actualidad”,
analiza.
Se ha planteado –sobre todo en Argentina– que en la dictadura
hubo dos iglesias. Frente a esta idea, Iglesias comenta que siempre han
existido diversas posturas frente a los regímenes autoritarios y la violación
de los derechos humanos. "Decir que hubo dos iglesias es simplificarlo,
aunque en un sentido último uno compruebe que hubo iglesias comprometidas con
la resistencia y la defensa de los derechos humanos y otras que no. Y en todo
esto también hay muchos matices: las iglesias no actúan como un bloque
homogéneo; son muy diversas. La metodista, por ejemplo, tuvo buena parte de sus
pastores presos, y también contó con gente a favor del régimen que integraba la
iglesia.
En el sector católico y evangélico también existió una postura de no
injerencia: había un texto bíblico que en ese momento se usaba mucho en algunas
iglesias, de que Dios ponía a las autoridades y los cristianos debían orar por
ellas [Romanos 13:1-2], legitimando al régimen desde el discurso bíblico.
También había posturas indiferentes, de una espiritualidad que no se comprometía
teóricamente con lo político, manteniendo un posicionamiento pseudoneutral, que
siempre termina sustentando el statu quo. Otros grupos defendían la no
injerencia en la política porque se volvía contaminante, y hoy son los que
están involucrados con la política desde un punto de vista reaccionario.
En el
contexto actual, lo religioso sólo se atiende cuando se vincula a lo político,
siempre de la mano del ala conservadora neopentescostal y evangélica, y son
poco conocidas las expresiones progresistas de pastores y laicos protestantes
sobre temas de actualidad, como la ley de salud sexual y el matrimonio
igualitario".
Uno de los obispos brasileños más recordados, Helder Cámara,
definía su vínculo con los militares con una recordada frase: “Si doy comida a
los pobres, ellos me llaman ‘santo’. Si pregunto por qué los pobres no tienen
comida, me dicen ‘comunista’”. Consultado sobre estas ambivalencias propias del
régimen –y la lógica capitalista–, Iglesias dice que lo mismo les sucedió a
muchos pastores y sacerdotes laicos uruguayos. “Emilio Castro me planteaba que
no sólo había que ser el buen samaritano que levanta al caído todos los días,
sino que también era necesario preguntarse cuáles eran las condiciones
estructurales que generaban esas caídas. No sólo había que tener un rol de
asistencia, sino también de transformación social y política, que apuntara a
las causas que generaban los problemas”.
Plantea que, en un momento en el que se utiliza a la religión
para atacar derechos de grupos vulnerados o excluidos, “es necesario ver que la
fe cristiana puede ser un motor de transformación y de unión con los reclamos
sociales; como antes fue fundamental en la lucha con los trabajadores, en el
período de amnistía, en el trabajo con las madres y los familiares de detenidos
desparecidos, sobre todo en solidaridad con los que estaban presos. Por eso, el
documental aspira a responder a esa consigna de qué están haciendo, hoy, los
cristianos, frente a la defensa de los derechos humanos”.
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