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domingo, 13 de noviembre de 2011

La memoria de los ex presos políticos

Miradas al Sur. 13 11 11

Por Mariano Abrevaya Dios.




“Ustedes de acá van a salir muertas o locas”, les juraba el jefe de Seguridad
 del penal de Devoto a las detenidas. “Vivíamos una situación de indefensión absoluta”,
dijo Viviana Beguán.

En una charla organizada por Miradas al Sur, ex detenidos contaron sus experiencias en las cárceles de la dictadura.

Organizada por el Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini, el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación y Miradas al Sur, el último martes se realizó, en las instalaciones del centro cultural, una charla denominada “La cárcel en la dictadura”, en la que cuatro ex presos políticos relataron cómo, a pesar de los macabros planes que el Estado genocida argentino del ’76 preparó para ellos, en base a una notoria apuesta por la unidad y el compañerismo, lograron construir una historia colectiva para mantener viva la memoria y fortalecer el sentido de la continuidad.

Participaron, el director del Archivo Nacional de la Memoria, Ramón Torres Molina; las integrantes del colectivo Nosotras, presas políticas, Viviana Beguán y Silvia Echarte, y Augusto Saro, del colectivo Del otro lado de la mirilla.

Ricardo Ragendorfer, editor de Miradas al Sur, moderó la actividad. A modo de apertura, destacó “el inmenso trabajo de sobrevivir de los militantes, que no sólo significaba conservar la vida, sino también la dignidad”.


De manera casual, en el año 1999, un grupo de ex presas políticas de la cárcel de Villa Devoto, y otro grupo de Coronda, Santa Fe, se reencontraron para elaborar –a fuego lento, como si retomasen el espíritu solidario que reinaba en las ranchadas carcelarias–, un proyecto testimonial que hoy es realidad: un libro.


El de ellos se llama Del otro lado de la mirilla. Olvidos y memorias de los ex presos políticos de Coronda. 1974-1979. El de ellas, Nosotras, presas políticas. Obra colectiva de 112 prisioneras políticas entre 1974 y 1983. Echarte explicó que “cuando nos juntamos estábamos en pleno neoliberalismo y nos dimos cuenta que seguíamos en la resistencia”.

El trabajo vio la luz en el 2006, cuando la Argentina se recuperaba en todos sus órdenes. “Lo presentamos en casi todo el país y esto nos permitió cotejar nuestra memoria con la de los otros”, afirmó.


Saro aportó un dato de color para graficar la recomposición del tejido social que significaron las presentaciones: “Un hombre pidió la palabra y blanqueó que durante la dictadura había sido un preso político. Su mujer, entonces, se pone de pie, y confiesa que es la primera vez en veinticinco años que su marido asume públicamente su condición”.


Echarte agregó que “cuando el auditorio está compuesto por gente joven –tenían veinte cuando cayeron presos y ahora andan por los sesenta–, no sólo hay una diferencia de edad sino, también, de experiencia social y vida comunitaria. Esto que nos pasó no nos pasó sólo a las víctimas, sino a todos, y ya forma parte del presente”. También celebró, al igual que todo el panel, las decenas de juicios por delitos de lesa humanidad abiertos en nuestro país.


Un poco de historia.


Torres Molina realizó un detallado recuento de la historia de los presos políticos argentinos. Partió del siglo XIX. “Las guerras civiles argentinas fueron muy crueles y el derecho a la vida no se respetaba, pero sí la dignidad de las personas. Había leyes de amnistía y el detenido permanecía muy poco tiempo detrás de las rejas”, explicó.

El año 1930 marcó un corte. “Cuando Uriburu derrocó a Irigoyen, apareció, por primera vez, la tortura. Pero no hay registros de malos tratos carcelarios”, apuntó. “Los radicales apresados son puestos a disposición del Poder Ejecutivo por mandato constitucional, o son confinados a Tierra del Fuego”, recordó. “Recibían un alojamiento especial pero no un régimen diferenciado. La única excepción era para los anarquistas”, detalló, “que tenían el mismo régimen que los presos comunes. Durante el primer peronismo se mantuvo el sistema, y con el Plan Conintes (Conmoción Interna del Estado) de Frondizi, volvió a aparecer la tortura. “Los primeros presos políticos de la dictadura de Onganía son los que caen en Taco Ralo en septiembre de 1968, que fueron trasladados a un pabellón común de la Unidad 9 de la Plata”.


Torres Molina caería preso al año siguiente en ese mismo penal. Recordó: “Teníamos el mismo régimen que los presos comunes, sólo que el recreo era en un patio diferenciado”. Todavía faltaba un tiempo para que el aparato represor argentino implementase un sistema carcelario para los presos políticos.


“El primer pabellón de presos políticos se levantó en Villa Devoto, en septiembre de 1969, para aquellos compañeros que estaban procesados por la ‘Ley de actividades comunistas’. En 1971 y 1972 (tras la fuga y masacre de Trelew) se endureció de manera definitiva el régimen carcelario para los militantes”.


En las sombras, la resistencia.


Beguán contó que aquellos que ya estaban presos antes del golpe del ’76 observaron como a partir del decreto que ordenaba “el aniquilamiento de la subversión”, empeoraron las condiciones de detención.

“Las asistencias legales disminuyeron, al igual que las visitas, y las requisas del Servicio Penitenciario Federal (SPF) se tornaron muy violentas”, detalló. A finales de 1975 los guardias les pasaban por debajo de la puerta unos volantes que decían: “Soberanía o muerte. Haga Patria. Mate un inmundo delincuente subversivo”. “Con la llegada del golpe, el SPF pasó a depender del Comando en Jefe del Ejército”, remarcó.

Los hombres fueron diseminados en unidades penales del interior y las mujeres quedaron concentradas en Devoto. Había cárceles que funcionaban de manera semilegal, porque a pesar de que los presos políticos estaban blanqueados, se apropiaron de sus vidas convirtiéndolos en rehenes, o directamente masacrándolos, como sucedió en la cárcel de Villa de Rosas, Salta (Masacre de las Palomitas), o en la Unidad 7 de Resistencia (Masacre de Margarita Belén).


Otro decreto terminó con el permiso de que las madres tuviesen a sus hijos hasta sus dos años. “Nuestro tejido social se desmembraba minuto a minuto y era muy difícil poner al bebe al cuidado de un familiar”, explicó Beguán. Desde el ’77 al ’80, la cárcel se convirtió en un infierno.


“Es cierto –asumió–, si comparamos nuestras condiciones de detención con los compañeros que estuvieron en los CCD, nosotros sobrevivimos, pero las fuerzas armadas fueron por nuestra destrucción psíquica y física”. “Ustedes de acá van a salir muertas o locas”, les juraba el jefe de Seguridad del penal. “No se permitían los liderazgos, se realizaban cambios imprevistos en el régimen interno y estrictos controles sobre las visitas, se prohibieron las compras colectivas, se eliminaron las prácticas deportivas y la música se transmitía a altísimos volúmenes para dificultar la comunicación”, detalló.

“Muchos de los familiares que nos visitaban en Devoto fueron después desaparecidos. Vivíamos en una situación de indefensión absoluta. No éramos presos legalizados, sino parte de un andamiaje para mantener de rehenes a miles de personas”.


La dictadura encarceló a diez mil militantes políticos. Echarte recordó que en Devoto llegaron a ser 1.200 mujeres. “Proveníamos no sólo de distintas organizaciones políticas, sino también de diversas comunidades y culturas”. Los ejes de la resistencia en Devoto fueron tres: comunicación entre ellas (signos con las manos, golpes en la pared, periscopios confeccionados con espejitos) y también con el exterior; mantener un grado de organización a través de la conducción de un grupo de delegadas, y mantenerse activas a partir del trabajo (manualidades, estudio, lectura).



Saro relató que el penal Coronda, a partir de marzo del ’76, quedó en manos de la Gendarmería, y no del SPF. “Llegamos a ser unos 1.100”, detalló.


Torres Molina cayó en Río Gallegos el 24 de marzo del ’76 y fue recluido en la cárcel de Rawson. Citó de manera textual al coronel Dotti, jefe del SPF entre 1976 y 1980: “La cárcel es uno de los ámbitos de lucha contra la subversión”. “Primero nos mezclaron a los procesados con los que estaban a disposición del Ejecutivo, o bajo la figura de Consejo de Guerra, cosa que hasta el momento no había sucedido, y después nos empezaron a torturar con un método de golpes sistemáticos, que terminó con la vida de dos compañeros”, recordó.


A partir de 1977 implementan lo que se llamó Régimen de privación sensorial, “que implicaba estar catorce horas acostados en la cama”, detalló. Para resistir hacían cursos de todo tipo. “Los encubríamos. Política o guerrilla por literatura o historia”, recordó. Al igual que los compañeros de mesa, Torres Molina relató que la llegada de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en 1979 descomprimió las condiciones del encarcelamiento.


Tiempo después, en Rawson lograrían un hecho inédito. “Cuando se pudo volver a sacar correspondencia hacia el exterior, los presos presentamos hábeas corpus, con una diferencia sustancial en relación a los que elaboraban los abogados desde la calle: plantear la inconstitucionalidad de la detención en lugar de la irracionalidad de la detención, obligando a la Corte Suprema a que inste al Ejecutivo a liberar o sacar del país a los presos políticos”.

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