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viernes, 22 de julio de 2011

Está escrito

REPERCUSIONES SOBRE CASO RAMOS

Montevideo Portal. 22.07.2011 17:16

El ex militante del Movimiento de Liberación Nacional, Julio Listre, dijo a Montevideo Portal que sentía "tranquilidad" por la decisión del juez Ruben Saravia, que procesó con prisión al coronel (r) Walter Gulla y al oficial de la Fuerza Aérea Enrique Rivero.


Julio Listre fue dirigente del Movimiento de Liberación Nacional y estuvo 14 años preso, varios de ellos compartidos con Ramos. En conversación con Montevideo Portal, dijo que se enteró del fallo de la Justicia por la hija de Horacio, Patricia, quien le informó "conmovida y emocionada" sobre la decisión judicial.

"Ahora estamos un poco más en paz, se hace justicia y eso deja una sensación de mayor paz", señaló agregando que sería una "frivolidad" decir que se está contento.

Para Listre no hay lugar para la venganza, "aunque se suele vincular el pedido de Verdad y Justicia con la venganza, pero no es así. Yo y muchos creemos que no es así es el sentimiento de querer que se haga Justicia".
Listre escribió sobre la personalidad Horacio Ramos en los Cuadernos de la Historia Reciente, de Ediciones Banda Oriental: "A Horacio "el gorila", lo conocí en los inicios de los años sesenta.

No habíamos cumplido los veinte años y él todavía no era "el gorila", pero estaba en camino: sus compañeros de trabajo lo llamábamos "el mono Ramos". No era para menos. Dueño de una caja toráxica cuadrada y musculosa, los brazos se le habían estirado casi hasta las rodillas posiblemente debido al esfuerzo por sostener el pendular de unas manos enormes".

"Tenía un lejos temible y el cera no era nada tranquilizador. Lo veías venir caminado rápido, algo volcado hacia adelante y se te ocurría que una trompada podía romperte el alma casi por razones de equilibrio gravitatorio. En todo el tiempo que fuimos amigos, compañeros y amigos, siempre anduvo a los abrazos, estrujando costillas; ejecutaba el abrazo como forma de relacionarse. Ese su modo de andar por el mundo lo transformaba radicalmente: era un gorila atractivo.

Una sola vez lo vi dar una trompada. Era una asamblea de la Facultad de Arquitectura, creo que fue en e l 68, a un miembro no recuerdo si de la tercera o la cuarta internacional se le ocurrió decir que el "Che" había sido un aventurero. Lo enterró de la cabeza en la fuente del patio de la facultad. Recordarlo así reduce mi dolor, y me parece que a él le hubiera gustado".

"Cuando Patricia, su hija, me llamó para pedirme que atestiguara el 16 de abril pasado y así respaldar su denuncia por el asesinato de Horacio en "la isla" del Penal de Libertad, otra vez me enfrenté al sentimiento que había esquivado. Entonces se me movió el mundo. Clara, mi compañera, que me observaba, escribió para ella -para mí- estas líneas que me ayudaron tanto: "... ¿qué significa haberse suicidado en la isla? ¿tiene sentido saber si se suicidó o lo suicidaron? El abogado hablará de la convicción de que lo mataron. Y basta. Y eso dirán sus compañeros. Un poco bizquito, muy tierno, creyente.

El gorila Ramos. Hoy recordaba una frase: Tengo una terrible necesidad... ¿diré la palabra?... de religión. Entonces salgo por la noche y pinto estrellas. Es de Vincent van Gogh. Yo mañana voy a sostener a Julio y como no sé pintar pero sí supe dibujar las estrellas de cinco puntas con la T en el medio, intentaré sostenerlo desde aquella adolescencia conmovida por esos muchachos, porque eso eran, muchachos con ideales que nos hicieron, a algunos, un poco más buenos".

"Patricia tiene el temperamento y la fogosidad de su padre. Por suerte para ella, solo en esto se le parece. Nada menos que en esto. Es alta, morocha, hermosa y arrolladora con lo que se propone. La vi nacer y crecer hasta los cuatro años. Después vinieron los tiempos de clandestinidad, cárcel, otra vez clandestinidad y otra vez... hasta que volví a verla, ella con cerca de veinte, yo bandeando los cuarenta. Había vivido parte de su niñez, la adolescencia y la primera juventud en Buenos Aires, desde que con su madre y hermano debieron exiliarse porque aquí la vida era difícil. Alguna vez pudo venir al Penal, con su hermano.

"Pero pasaron años en que eso no les era posible. Las dificultades económicas fueron grandes. La mayoría de las cartas de Horacio no llegaban. El recibía alguna, solo de vez en cuando. Con "el gorila" durante aquellos años, hasta mediados del 69, militamos juntos.

A mi me tocó la cárcel de Punta Carretas antes que a él. Reencuentro entre los muros en el 70 y fuga en el 71. Después vino "la cacería del 72", al decir corrosivo de "el Canario" cuando escuchaba a algún compañero hablar de la guerra del 72".

Listre y Ramos volvieron a encontrarse en el Penal de Libertad, a principios de 1973: "Horacio llegó antes y lo llevaron al primer piso; a mí me tocó la celda 16 derecha del 2º piso, sector B. Allí estuve no recuerdo si un año y medio o dos. La memoria falla cuando el susto es grande y los días son iguales. Tal vez fue menos tiempo, tal vez más.

Fue una época dura para mí, de pérdidas, la muerte de mi madre, la enfermedad de mi padre. La soledad de la celda me jodía. Desde mi ventana, que daba a las canchas, pasaba las horas mirando a los compañeros de otros pisos jugar al fútbol, correr, trillar, caminar, de a dos -de a tres estaba prohibido-. Los contaba para registrar alguna ausencia y luego preguntar, desde la ventana, si estaría sancionado, o qué... Como estábamos en pisos diferentes no podíamos hablar. Me divertía verlo jugar al fútbol: nadie lo paró nunca; corría en línea recta hacia el arco rival desparramando contrarios".

"Después supe que venía perdiendo una vista, cosa que acrecentaba su natural dificultad para la gambeta. Pero además, en invierno se fajaba con una bufanda de telar, porque el lumbago lo atacaba fuerte.

Como para quiebres de cintura, el gorila. Pocholo Nieto solía decir que Caldwel, el novelista norteamericano que escribió sobre las comunidades de negros trabajadores de las plantaciones de algodón, era un gran mentiroso. Porque en sus relatos los negros solo sufrían, decía Pocholo.

"Fijate que nunca aparece un negro cantando", decía- Es que si a Pocholo le abrías la ventaba de su celda lo encontrabas casi siempre recostado en la cucheta leyendo, al borde de lo permitido, porque solo podíamos estar sentados. Y a la pregunta de cómo andás, respondía: "qué te parece, debute". Y se desperezaba en tren de armarse un "cerrito".

Alguna vez, en reuniones de ex presos, nos confesamos, en voz baja y con algo de vergüenza, el placer de la lectura e aquellos, tantos años. Los milicos no entendían la alegría de los presos. Supongo que querían vernos como a los negros de Caldwel, versión Pocholo. Les resultaría insoportable observar y vigilar a treinta tipos desaforados correr tras una pelota, a los gritos, festejando los goles como en una final. O escuchar que desde alguna celda alguien cantaba o reía".

"Yo estoy seguro que "el gorila" disfrutaba los recreos como gurí chico. Cuando rompían filas, ignorando eso que los psicólogos llaman el espacio de "sí mismo", espacio de cercanía soportable de otro, se le iba encima a algún compañero y lo invadía a carcajadas y manotazos. Calculo que por el 75 me trasladaron al segundo A, y mi pasaje humano se redujo.

Parecía increíble que la distancia de treinta, cuarenta metros que había entre las dos celdas me separara de tantos compañeros. La ventana ahora miraba hacia el campo y la costa. Había aprendido a leer en los cuerpos, en los gestos, en las formas de caminar y correr.

Y con retazos de noticias que volaban de ventana en ventana, tejía las historias de los compañeros, las actualizaba día a día: está bien, contento, me decía y repetía. (Hace muy pocos días, en una oficina, vi entrar a un hombre de más de cincuenta años.

No sé que movimiento insignificante realizó al traspasar la puerta, que hizo que yo inmediatamente pensara: "este es compañero y corría alrededor de la cancha". Casi veinticinco años que no lo veía. Nunca había hablado con él... y sí, era.) En el 2 A, mi celda (mi celda digo...) miraba al oeste, y allá lejos tenía el río sobre una delgada franja del balneario Kiyú, donde, según la inteligencia militar, desembarcaría la "invasión tupamaro - comunista" en cuya "investigación" fue muerto por tortura Vladimir Roslik.

Dentro del perímetro del penal, mi ventaba daba al tendedero de ropa, con dos hileras de cuerda para cada piso. Tenía también a la vista el edificio de la cocina y el ir y venir de compañeros asignados a esa tarea y a la panadería. Solo alguna vez, en esos años, volví a ver a "el gorila", sacudiendo frazadas frenéticamente. Aquel ejercicio de la mirada nos entrenaba para otras exploraciones".

El ex militante del MLN recordó la victoria del plebiscito del 80: "Era el día siguiente, amanecía y queríamos saber el resultado. Todas las mañanas venía, en una vieja camioneta, un preso social de la colonia de recuperación ubicada en el mismo predio del penal, pero fuera del alambrado, a buscar los restos de comida con que alimentar a los chanchos que criaban esos presos de buena conducta. Ortivas, diríamos.

Le habíamos puesto "el bolsa de pedos" por razones de gordura y de una fuerte antipatía, fácil de concluir. Lo primero que hacía "el bolsa" al llegar era saludar alegremente a los milicos de guardia. "Fijate cómo saluda", me dijo el flaco, mi compañero de celda. "De ahí sacamos el resultado". El "bolsa" se bajó de la camioneta, miró a los milicos y se pegó, fastidiado, una palmada en su esponjosa nalga... ¡"ganamos"!, gritó el flaco y arrancó a pegar trompadas en la puerta.

Yo sentí que ese "ganamos" nos incluía de algún modo en otro espacio que parecía perdido, más allá de los alambrados, con nuestro pueblo. Por esa época subieron a "el gorila" al 2º A, sector derecho, celda 2. Yo estaba en la celda 5. Así que pudimos dedicar unos cuantos trilles para ponernos al día en noticias, intercambiando figuritas de casi diez años. Había entre nosotros todos un renacer de esperanzas, de esas que "el gorila" nunca había abandonado, alentando con un generosidad hosca y burlona a cuanto compañero nos diera por flaquear. Su reservado cristianismo se había fortalecido.

No era tipo de crisis existenciales ni religiosas. Más bien tendía a retirarse, a las risas y agarrándose la barriga, cuando la conversación venía de profundidades tales como "marxismo y cristianismo, dos concepciones..." o cosas por el estilo. Empezamos a pasarnos apuntes de libros, cartas, esbozos de poemas y cuentos.

Increíblemente se venía salvando un tomo de las obras completas de Luckacs. Para tratar de resguardarlo de las requisas, yo, como otros compañeros, lo había copiado casi íntegro. Se lo pasé y en nuestras conversaciones sobre noticias familiares y políticas intercambiábamos arriesgadas interpretaciones, con sorpresa para los dos, reconocidos como teníamos nuestros antecedentes, sobre estética y filosofía".

"´Duro´ para los milicos, grandote bonachón y sentimental para nosotros, un día de junio de 1981 lo mandaron para la isla. Patricia me preguntó muchas veces sobre esas circunstancias y el repaso de los detalles siempre me toma mal parado. El objetivo de los milicos era desgastar y finalmente enloquecer a los presos. Y selectivamente matar. Aunque la locura es otra forma de muerte, muchas veces, con ayuda se puede resolver. Por eso a los duros mejor buscaban eliminarlos. Y mandar un preso a la isla era sencillo.

Ese día "el gorila" estaba de fajinero. Repartí el rancho y era "responsable" de que no faltaran cubiertos, los que eran distribuidos de a dos juegos por celda. Había un conteo previo a cada comida y uno posterior bajo la mirada atenta del guardia.

Curiosamente, la bandera de cubiertos, una vez repartidos, quedaba a cargo del guardia o el eventual relevo, mientras el fajinero comía en su celda. Siempre sobraba algún cubierto que quedaba en la bandeja, más un cucharón y una espumadera. En bandeja. La situación para el fajinero era, siempre, la de un islaso en bandeja. A "el gorila", le "desapareció" un cucharón. La última vez que lo vi, la tercera que abría la ventanilla de la celda esa noche de junio, fue para ironizar: "compañeros, larguen el cucharón que encanutaron". Luego vino lo que muchos sabemos.

Apareció muerto, colgado, en un calabozo de la isla. Hace más de veinte años que Patricia anda recomponiendo la historia de su padre. Volvió de Buenos Aires con 19 años a pelear por ello. Habló con decenas de compañeros, familiares, amigos. Los juntó, les hizo contar tramos de pequeñas anécdotas, desde diferentes ángulos, en los variados perfiles de su padre".

"Necesitó de todo ese tiempo para reconocer las marcas de su identidad, buscando un poco a tientas que sus heridas un día pudieran cicatrizar. Trabajó, se enamoró, tuvo hijas que son adolescentes; siempre peleando. En este abril de 2007 fuimos con el petiso, con Lalo, con el Guille, con el Turco, el Viqui (constelación a veces jocosa de apodos surgidos desde un pudoroso cariño) y otros hermanos de "el gorila" a acompañarla a su denuncia contra el asesino dictador Álvarez.

Hace unos días me llamó por teléfono para decirme que estaba bien, aliviada, que podía soltar el dolor (olvidar tal vez, me pregunto; el olvido necesario para que el pasado no se convierta en un peso insoportable), porque había encontrado su memoria y podía, como su padre, amar la vida".

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