Reseña de "Kollontai, apuntes de resistencia",
dirigida por Nicolás Méndez Casariego.
Por Guilherme de Alencar Pinto - La diaria 24 7 18
Kollontai apuntes de resistencia |
La intrigante sonoridad del título puede hacer pensar en una
de las películas indigenistas del boliviano Jorge Sanjinés, pero en realidad es
una alusión un poco elíptica a la Operación Alejandra, que a su vez fue
bautizada en tributo a la revolucionaria bolchevique Alieksandra Kollontay
(1872-1952). Esta operación involucró a un grupo político militante obrero
uruguayo, cuya plana mayor se refugió en Buenos Aires cuando arreció la
represión durante el gobierno de Juan María Bordaberry, y desde allí
coordinaron, junto a los que permanecieron en suelo nacional, planes y acciones
para intentar derrocar la dictadura uruguaya.
Esencialmente, se trata de la historia de la fundación, en
1975, en la clandestinidad y, sobre todo, en Buenos Aires, del PVP (Partido por
la Victoria del Pueblo), y de las operaciones de resistencia que llevó a cabo
durante la dictadura. El director de Kollontai, apuntes de resistencia, Nicolás
Méndez Casariego, es argentino, hijo de uruguayos, y filmó la película con la
perspectiva de informar ese importante costado de la historia, no desde el punto
de vista de conocedores de la historia reciente de este país, sino para un
público general.
La trama tiene sus complejidades, pero está expuesta en forma
amplia y accesible. Parte de la descripción del Uruguay próspero y democrático,
tal como podría lucir a inicios de los años 60; describe la profundización de
las contradicciones sociales en el correr de la década, la represión y
conflictividad en los gobiernos de Jorge Pacheco Areco y Bordaberry, el golpe
de Estado uruguayo en 1973, la expansión de la epidemia dictatorial en la
región con el golpe de Estado de Chile en 1973 y el de Argentina en 1976, la
terrible represión coordinada que fue posible a partir de entonces, y luego las
grandes manifestaciones de apertura que siguieron al plebiscito de 1980.
Se trazan los orígenes del PVP en la FAU (Federación
Anarquista Uruguaya), en el movimiento sindical, la formación de la ROE
(Resistencia Obrero Estudiantil) y su brazo armado OPR-33 (Organización Popular
Revolucionaria 33 Orientales). Se explican sucintamente las diferencias entre
esta (de tendencia específicamente obrera, concentrada en apoyar las acciones
determinadas por los sindicatos) y el movimiento tupamaro (que se describe como
foquista). Luego se cuenta la formación, en el exilio, del PVP y de las ideas
para derrocar la dictadura, incluyendo el plan, bastante delirante y sin dudas
curioso, de inventar una ficticia marca de cosméticos Vilox (estilizada como
ViloX para poner el énfasis en la X –“por la”– y la V –“victoria”–) y así
incorporar ese elemento característico del capitalismo y de la modernidad (la
propaganda comercial en medios masivos) para darlo vuelta en la forma de
mensajes cifrados o subliminales, y además para propiciar instancias para
filtrar materiales de propaganda política más explícita. El énfasis de la
película está en ese período, y culmina con la brutal represión que siguió al
golpe argentino, que liquidó a casi toda la plana directiva del PVP, sin llegar
a destruir el movimiento, que nunca cesó su actividad resistente.
Quizá los hechos contados, uno a uno, no sean una novedad
absoluta, salvo alguna minucia. Pero el relato como un todo es novedoso, y
puede ayudar a redimensionar el papel histórico del PVP (es impresionante
constatar cómo tantos de los nombres más notorios entre las víctimas directas
de la dictadura –muertos, desaparecidos, presos, familiares de niños
desaparecidos– integran o integraron ese movimiento). Sobre todo, la película
contrasta con la tendencia del relato histórico y de cierta modalidad amnésica
o enajenada de recordar la dictadura como un tiempo en que la resistencia se
anuló.
Para los estándares de un documental latinoamericano, la
película parece haber contado con buenos recursos. Son muchísimos los
militantes entrevistados, junto a la lúcida voz del historiador Álvaro Rico.
Hay una cantidad enorme de material de archivo. Se escuchan algunas canciones
de la época. Hay reconstituciones ficcionalizadas. Las imágenes están
posproducidas para lucir con la mayor nitidez posible, más allá de sus orígenes
diversos (súper 8 desgastados, videos caseros, junto a registros realizados en
forma profesional). Los varios documentos gráficos estáticos (páginas de
periódicos, panfletos, fotos, hojas tipeadas) están elaborados con animaciones
que destacan las palabras o frases que los realizadores consideraron más
relevantes o llamativas, y que muchas veces bailan delante de nuestros ojos.
Para contornear la concentración absoluta en el hilo narrativo, el montaje no
pierde el menor pretexto como para relajar por algunos segundos en elementos
ilustrativos (alguna propaganda pintoresca, fachada, mapa, y una significativa
atracción por los procesos fabriles-industriales).
Me frustran un poco las declaraciones reducidas a una o dos
frases efectivas, que no alcanzan a dar cuenta de qué dijo el declarante. En
este caso, a diferencia de otros documentales que optan también por ese estilo
truncado, la cantidad de declarantes es tan grande que, de alguna manera,
montando de uno a otro se construye un sentido claro. Suena música durante un
porcentaje enorme del metraje (predomina una especie de tango piazzolleano con
armonías oscuras, ominosas, a veces con ritmo de candombe), y también aquí
hubiera sido bueno un poquito más de aire.
El resultado es, de todos modos, entretenido, ágil, claro, y
cumple un papel importante en la construcción de un relato histórico que busca
compensar las distorsiones propiciadas por Julio María Sanguinetti y muchos
tupamaros. Constituye, además, un importante y motivador homenaje a la
actividad resistente durante la dictadura, y a una visión de la izquierda
política con un decidido foco puesto en la clase trabajadora.
Kollontai, apuntes de resistencia. Nicolás Méndez Casariego.
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