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viernes, 13 de septiembre de 2013

En familia

Belela Herrera y sus hijas recordaron cómo vivieron el golpe contra Allende.


La diaria - 13 9 13



Belela Herrera. Foto: Nicolás Celaya
La ex vicecanciller uruguaya (2005-2008) María Belela Herrera era la esposa del encargado de negocios en Chile, César Charlone, único representante de Uruguay en la nación trasandina cuando ocurrió el golpe de Estado del 11 de setiembre de 1973. A 40 años de ese día, frente a lo que era la residencia de la Embajada uruguaya, Belela y sus dos hijas recordaron junto a la diaria dicha jornada.
Belela Herrera recuerda que esa mañana, como tantas otras, se puso una bata por arriba de la ropa de casa para acercar a su hija menor, Macarena Charlone Herrera, que entonces tenía 18 años, a la Facultad de Arquitectura. La familia Charlone-Herrera vivía en el barrio residencial Las Condes, en una bonita casa de esa municipalidad santiaguina. 
En esa casa fue que se reunieron ese día Charlone, que estaba a cargo de la Embajada, el agregado militar, Pedro Aranco, el cónsul y el primer secretario de la sede diplomática uruguaya para “sesionar” sobre la situación en Chile, cuando aún estaba fresco el quiebre democrático uruguayo de menos de tres meses antes, el 27 de junio. 
También llegó hasta ahí, asustado por el bombardeo a La Moneda, el que asumiría como embajador, Roberto González Casal, quien desde hacía unos días estaba en Chile pero todavía no había presentado sus credenciales. 
La reunión fue interrumpida por una llamada de Montevideo: el entonces presidente Juan María Bordaberry se comunicó para ordenar que “en esa casa no entraba ningún asilado”, según recuerda hoy Herrera en la vereda, frente a lo que fue su residencia entre 1970 y octubre de 1973. 
Esa orden, asegura, se cumplió “rigurosamente”, aunque no por eso ella y sus hijas dejaron de ayudar hasta donde pudieron a chilenos, uruguayos y otros extranjeros que estuvieron en peligro a partir del golpe de Estado que instauró la dictadura de Augusto Pinochet, que se prolongaría hasta 1990.

11 por tres

Macarena estudiaba arquitectura en la Universidad de Chile, que estaba en Cerrillos, unos 30 kilómetros al oeste de Santiago, frente a la sede de las Fuerzas Armadas de Chile (FACH). “Era una época en que era difícil ir a estudiar, pero yo iba igual porque la consigna era estar en los lugares de trabajo y de estudio. Me tocaba hacer muchos viajes a dedo para llegar hasta allá”, recuerda. “El día del golpe mamá me lleva hasta plaza Italia, me hace el primer recorrido y desde ahí me tomo el primer dedo. Entonces empezamos a escuchar las noticias en la radio”.
“Los militares estaban propalando todo el tiempo por radio y televisión que denunciaran a los extranjeros porque eran los que habían traído la subversión a Chile”, recuerda. La hija de la ex canciller explica que en esos viajes a dedo había aprendido a cuidarse de hablar, pero ese día, recuerda, le tocó un chofer que “estaba sintiendo dolor por lo que estaba pasando” y resolvió ir hasta la facultad y se sumó a un grupo de 40 estudiantes “de miles” que se quedaron “defendiendo” la Universidad “de nada, o sea, [se trataba de] estar ahí, por si llegaban” los militares. Macarena se quedó tres días en Cerrillos. Al tercero “llegaron cinco camiones llenos de gente de las FACH”. En un momento, pidieron a los extranjeros que se separaran, ella lo hizo pero mostró su pasaporte diplomático y un militar le dijo: “Bueno, pero va a tener que entender la situación que está viviendo el país en este minuto”, aunque después no tuvo problema.
En tanto, su hermana, Belela (hija), estaba en el municipio de Macul, en El Pedagógico, la Facultad de Ciencias de la Educación, que entonces albergaba también, en un campus, carreras de letras, idiomas y periodismo, entre otras. “Un antro de izquierda”, aclaró irónicamente su madre. Ese día había ido con una compañera, porque tampoco se le hacía fácil llegar. Cuando llegó al centro de estudio, el entonces presidente de la Federación de Estudiantes de Chile pidió que algunos estudiantes se quedaran a defender el lugar y que los demás se fueran. Ella quería quedarse, pero él la mandó para la casa. De regreso en Las Condes, llegó a escuchar el último discurso de Allende y poco después ocurrió el bombardeo a La Moneda.
Herrera, en tanto, se enteró del golpe a bordo de su Fitito, cuando se dio cuenta de que el tránsito se alejaba de Santiago en vez de entrar, como solía ocurrir todas las mañanas. Al llegar, su marido le confirmó que había habido un golpe de Estado.

Manos tendidas

Enseguida después del golpe comenzó a llegar gente a la residencia de Herrera y Charlone. Se trataba de “personas que no tenían problemas en Uruguay, que podían volver, pero que se sentían en peligro” debido a los llamados a denunciar a todos los extranjeros, explicó Herrera. Entre quienes pasaron por la casa durante esas semanas posteriores al golpe de Estado había una mujer uruguaya de la edad de Belela hija y compañera suya, embarazada de casi nueve meses, que llegó junto con su compañero. “Pero ella no se quedó en la casa”, aclaró Herrera, “la asilamos en la Embajada argentina”. Cuando la fueron a llevar, Belela hija se encontró con el novelista Ariel Dorfman, que era profesor suyo en la universidad, “cubierto con una cortina de la embajada”, recuerda.
“Como teníamos muchos vínculos con las embajadas, tratábamos de hacer que los que no podían volver a Uruguay pudieran refugiarse en otros lados”, contó Herrera. En ese sentido destacó que “en particular, la Embajada argentina recibió a mucha gente”, ya que en Argentina la dictadura no llegó hasta tres años más tarde. 
En esa sede diplomática “llegó a haber como 900 personas de todas las nacionalidades”, dijo la ex vicecanciller. Esa cantidad de gente se debe a que se demoró la negociación con la cancillería chilena para que se abrieran finalmente cinco refugios para extranjeros en ex conventos. Las normas internacionales implican que se asile a quienes no pueden regresar a su país de origen, por persecución política o riesgo de vida, así que mientras los centros no estaban disponibles, Herrera y otros recurrieron a las embajadas. “Naturalmente teníamos muy buenas relaciones con los embajadores de los países de Europa del Este, pero todos rompieron relaciones con Chile, menos Rumania”, recuerda Herrera, quien tiempo después del golpe pasó a trabajar con el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados.
La ex canciller también ayudó a muchos compatriotas en esos momentos. Consultada por la diaria, reconoció haber entrado al Estadio Nacional cuando servía de centro de detención y tortura, en el que permanecieron secuestrados más de 50 uruguayos, hombres y mujeres. “Estábamos con el embajador sueco [Harald Edelstam], y fue una gestión que hizo principalmente él, que yo apoyé, nada más”, dijo.
Por otro lado, destacó lo “maravillosos” que fueron para ella los años del gobierno de Allende, para balancear “el horror” que se recuerda respecto de la fecha del 11 de setiembre. Durante ese período “la gente del pueblo eran hermanos” con los que se sentía unida por un “proyecto en común”, en el marco del cual “había muchas cosas que hacer”. Remarcó los logros de la Unidad Popular, entre ellos que los niños recibieran medio litro de leche por día. Ésa fue una de las 40 medidas de Allende, varias veces mencionada en el marco del aniversario que se cumplió el miércoles. También destacó la elección de autoridades que se hacía en la Universidad. “Yo le decía el otro día a mi hijo: fui una privilegiada” por haber vivido esos momentos. Según ella, “los 1.000 días de Allende fueron días de mucha lucha, pero también de muchas gratificaciones y esperanza”.
Marina González desde Santiago, Chile

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