La
oscura trayectoria de Martín Gutiérrez y
la crónica de una entrevista frustrada
Su participación en el
semanario Azul y Blanco y el vínculo con el caso del vino envenenado, y
testimonios de presos son algunos de los hallazgos sobre el psiquiatra
Por
Leonardo Haberkorn – El Observador – 7 1 2020
Como yo lo había aludido,
me correspondía entrevistarlo. Gutiérrez estaba urgido por dar su versión, pero
intuí que no sería una entrevista fácil, que necesitaría unos días para
documentarme, para poder enfrentar sus previsibles olvidos y negativas.
Lo convencí de posponer la
entrevista por unos días. Comencé a documentarme yendo a la biblioteca del
Palacio Legislativo y visitando al fiscal Ricardo Perciballe. Pero, una vez que
se agotó ese plazo y la cita aún no se había concretado, el controvertido
psiquiatra le dio la entrevista al diario El País.
La entrevista se frustró,
pero su preparación permitió saber más sobre Gutiérrez.
Azul
y blanco
Varios autores, entre
ellos el expresidente Julio María Sanguinetti y el periodista y profesor
Lincoln Maiztegui, refieren que Gutiérrez integró la redacción del semanario
ultraderechista Azul y Blanco, que se publicó entre 1971 y 1973.
En la entrevista con El
País, Gutiérrez negó haber escrito en Azul y Blanco. Ese punto es difícil de
corroborar, porque la enorme mayoría de las notas del semanario se firmaban con
seudónimos. Salvo el director, Diego Ferreiro, nadie daba la cara. La publicación
azuzaba la violencia, el golpe de Estado y el asesinato político, con cobardía,
desde notas anónimas.
“Marcarlos y a Tablada”,
se tituló, por ejemplo, un editorial publicado el 29 de diciembre de 1971, que
proponía “marcar” a los opositores y enviarlos al matadero (“Tablada”):
“Uno piensa si habrá
estado bien, por temor a las consecuencias o simplemente por convicciones
profundas, no matar a los canallas cuando probadamente notamos que lo eran. No,
quizás no estuvimos bien (…) Ahora, si alguno de los delincuentes, de los
canallas disfrazados de honestos, da un solo paso en falso, el que lo vea, el
que lo sepa, estará obligado a marcarlo y mandarlo a tablada”.
Gutiérrez, en la
entrevista con El País, sí admitió que integró el Instituto Oriental de Investigaciones
Culturales y Promoción Social. “Bajo su amparo económico y político, estaba de
alguna forma Azul y Blanco”, admitió.
Es decir que Gutiérrez fue
uno de los promotores de esa publicación fascista, que dejó de publicarse
cuando en 1973 fue clausurada por seis ediciones por el propio gobierno
militar.
El diario El Faro, de la
ciudad de Santa Lucía, ironizó al respecto en su edición del 28 de setiembre de
1973: “El Poder Ejecutivo en uso de las potestades que ejerce en otras cosas,
clausuró por seis semanas al semanario Azul y Blanco. Los muchachos fascistas
íntimamente agradecidos. Hay que ver lo que laburaban para que todos los
kioscos de diarios y revistas trajeran el semanario de marras, que nadie
adquiría. Ahora tienen un lindo pretexto para no salir. Los clausuró el
Superior Gobierno”.
Azul y Blanco tenía un
correlato político, un grupo de ultraderecha que militaba en forma violenta y a
favor del golpe.
En una agenda histórica
del Partido Nacional, el investigador Daniel Cerro Curcho, consigna que el 22
de junio de 1973 Wilson Ferreira convocó a una manifestación en defensa de la
democracia en la plaza Matriz. “El acto se realizó con un fuerte despliegue policial
y con permanentes ataques de elementos pertenecientes al semanario de
ultraderecha Azul y Blanco que se escudaban en los vehículos policiales
popularmente conocidos como ‘chanchitas’. Mientras se desarrollaba el acto fue
apedreada la sede central del Movimiento Por la Patria”.
Ya en la dictadura, Azul y
Blanco realizó un cónclave en el hotel Nirvana de Colonia Suiza para impulsar
su proyecto fascista. El ministro de Economía Alejandro Vegh Villegas fue
invitado a participar en función de ciertas simpatías con lo nazi, según una
entrevista publicada por El Observador en 2016.
"Me invitaron a
participar de una reunión de una agrupación llamada Azul y Blanco, que era
nazi. Yo fui, fue en Colonia, pero después de ver lo que era no fui nunca más.
Ahí estaba Acosta y Lara, había también algunos militares, más coroneles que
generales. Yo tenía cierta simpatía pero cuando me propusieron participar de
Azul y Blanco claramente lo rechacé. Debo haber decepcionado con mi conducta a
mucha gente de esta tendencia, que simpatizaba con este tipo de pensamiento, el
general Cristi, los hermanos Zubía, y algunos otros. Había militares que
estaban más a la derecha que yo, que no es fácil (Vegh se ríe) ¡Yo era una
especie de bolchevique para ellos!".
En un pasaje inédito de
aquella conversación, Vegh también dijo: “Gutiérrez era el hombre de Azul y
Blanco”.
Vino
envenenado
En 1978 Martín Gutiérrez
debió declarar ante un juez en el marco de la investigación del asesinato de
Cecilia Fontana de Heber, madre del senador y futuro ministro Luis Alberto
Heber, muerta al beber un vino envenenado que alguien dejó como regalo en su
casa.
Otras botellas envenenadas
llegaron a las casas de Carlos Julio Pereyra y Luis Alberto Lacalle, pero por
fortuna nadie bebió de ellas.
Parte de las sospechas por
el atentado recayeron en el grupo Azul y Blanco. Uno de sus integrantes había
comprado Foxdrin, el mismo veneno que traía el vino, pero ni siquiera fue
llamado a declarar al juzgado.
Martín Gutiérrez
reapareció en 1982 encabezando una lista en las elecciones internas del Partido
Nacional. Fue el primer candidato de la lista BAZ, del Movimiento Nacionalista
de Montevideo. Claramente se ubicaba en el sector prodictadura del partido.
Acompañaron a Gutiérrez
varias figuras conocidas. Su segundo fue Diego Ferreiro, el director de Azul y
Blanco, el único que daba la cara. En quinto lugar figuró César Jover, quien
hasta la edición de agosto de 2019 fue director del periódico ultraderechista
Nación, vinculado a sectores militares. El séptimo fue Guillermo Domenech,
senador electo y candidato vicepresidencial de Cabildo Abierto.
La lista obtuvo apenas
1.956 votos, el 0,78% de los votos blancos en Montevideo.
En las elecciones de 1984,
Gutiérrez se candidateó a diputado por Montevideo, encabezando la Lista 1,
dentro del Partido Nacional. Esa vez no lo acompañaron ni Jover ni Domenech,
aunque sí Ferreiro, el director de Azul y Blanco.
Pocos días antes de la
elección, la fórmula presidencial del Partido Nacional, integrada por Alberto
Zumarán y Gonzalo Aguirre, advirtió mediante un comunicado que no respaldaba
“ni personal ni políticamente” a la Lista 1, según dio cuenta el semanario Jaque
el 2 de noviembre de 1984.
Una semana después, Jaque
informó que Sanguinetti había calificado de nazi a Gutiérrez en un programa de
televisión.
“Fascismo
a la uruguaya”
En paralelo con su
actividad política, Gutiérrez se desempeñó como psiquiatra militar.
En la entrevista con El
País sostuvo que su trabajo se concentró en el Hospital Militar y que solo un
par de veces al año iba al penal de Libertad a atender a presos que lo
necesitaban. “Habré atendido unos 20 pacientes”, dijo. Agregó que nunca estuvo
en el centro de detención clandestino conocido como “300 Carlos”, en el 13 de
Infantería, y que nunca existió algo pasible de ser definido como “tortura
psicológica”.
Esta última información se
contradice con declaraciones que Gutiérrez hizo en diciembre de 1985 al abogado
estadounidense Maxwell Greg Bloche, hoy un prestigioso profesor de la
Universidad de Georgetown.
Bloche publicó en 1987 un
trabajo titulado “Los médicos militares de Uruguay: engranajes del terrorismo
de Estado”. Allí Gutiérrez declara: “La guerra continuaba dentro de la prisión.
Día a día, norma a norma, todo fue parte de un gran diseño para hacerlos sufrir
psicológicamente (a los detenidos)”.
Es curioso el uso del
término “la guerra”. Gutiérrez volvió a usarlo en la entrevista con El País.
“¿Cuánto tiempo fue
psiquiatra en Libertad?”, le preguntó el periodista Sebastián Cabrera.
“Y, no sé, el tiempo que
duró la guerra supongo. No sé si duró tres o cinco años, no sé”, respondió.
En la entrevista Gutiérrez
negó haber estado en el 300 Carlos. El fiscal Perciballe dijo, sin embargo, que
hay múltiples testimonios de lo contrario.
Uno de ellos es el de Luis
Santo, militante comunista allí detenido y torturado. Desbordado por los
apremios físicos y ante la inminencia de ser trasladado a un sitio desconocido,
Santo intentó fugarse del 300 Carlos.
“Traté de irme, pero no
estaba en las mejores condiciones físicas ni mentales. Me detuvieron y me
tiraron al suelo. Dieron la orden de que me llevaran para adentro otra vez,
pero antes que eso ocurriera vino un hombre que se puso al lado mío. “Me dijo:
‘quedate tranquilo. ¿A qué le tenés miedo? ¿A un Trelew?’”
El 22 de agosto de 1972,
16 militantes de grupos armados peronistas y de izquierda, que habían intentado
fugarse del penal de Rawson, fueron ejecutados en una base militar de Trelew,
provincia de Chubut.
Santo entendió la
referencia y respondió que sí, que temía un Trelew. “Yo pienso que cuando me
saquen de acá, me van a ejecutar”, le dijo a su interlocutor. El hombre le
respondió que no debía temer: “Esto es fascismo, pero un fascismo a la
uruguaya”.
Volvió a ver al mismo
hombre otras dos veces en el Hospital Militar y allí otros detenidos le
informaron que era Gutiérrez.
Mario Moreni, también
detenido por integrar el Partido Comunista, vio y padeció al psiquiatra en el
300 Carlos.
Moreni relató que en 1976
fue torturado en esa base militar por Jorge “Pajarito” Silveira. En cierta
oportunidad, la tortura se suspendió por su mal estado físico. Lo acostaron en
un plinto y fue revisado por un médico, que con tono paternal intentó
convencerlo de que respondiera las preguntas que le hacía Silveira, que no
valía la pena hacerse matar. Acostado, pudo ver el rostro de ese médico mirando
por debajo de las vendas que le cubrían los ojos.
Moreni le respondió al
médico que no podía responder, porque desconocía lo que le estaban preguntando.
“El médico se enfureció
con mi negativa y ordenó: `súbanlo que todavía aguanta’. Me llevaron a donde
torturaban, me tiraron al piso, que estaba mojado y con sal, y él médico en
persona empezó a torturarme, dándome electricidad con un magneto. Primero, tres
minutos. Después, cinco. Fue tan salvaje que Silveira le dijo: ‘por favor,
señor, déjeme a mí, que yo sé’”.
A Moreni le llamó la
atención que Silveira llamara de “señor” a ese hombre. Tiempo después otros
detenidos le dijeron que era Gutiérrez.
Tanto Santo como Moreni
testificaron ante la justicia, en un caso iniciado con una denuncia del
periodista Rodolfo Porley. Por ese caso, la fiscal Ana María Tellechea pidió
procesar a Gutiérrez en 2016.
Perciballe dijo que el
caso no ha avanzado. Primero, el psiquiatra no concurrió a las citaciones,
luego sus abogados interpusieron dilatorias procesales.
En la entrevista con El
País, Gutiérrez dijo respecto a los prisioneros: “Los atendía, no
cariñosamente, pero me daba pena verlos presos”.
También afirmó: “En general
tomábamos todas las precauciones porque el riesgo de suicidio existía. Gracias
a Dios nunca se me murió ningún preso”.
En esto también hay
evidencia documental en sentido contrario. El tupamaro Rodolfo Fernández Cúneo,
detenido en 1972, intentó suicidarse varias veces en prisión. Existen
documentos publicados por la Secretaría de Derechos Humanos para el Pasado
Reciente que muestran que Gutiérrez atendió a Fernández Cúneo al menos cuatro
veces entre marzo y julio de 1974, recetándole medicamentos y electroshocks.
Los intentos de suicidio continuaron. Se mató en octubre.
Gutiérrez también fue
denunciado en 2011, junto con otros oficiales y médicos militares, por el trato
brutal recibido por Norma Cedrés, una militante comunista detenida en 1975 y
que se suicidó en 1978 tras haber comenzado a padecer severos trastornos
psiquiátricos luego de pasar por el 300 Carlos.
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