Tiempos
recios, de Mario Vargas Llosa
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a casa
Búsqueda Nº2054 - 09 AL 15 DE ENERO DE 2020
Por
Rodolfo Ponce de León
La última novela de Mario
Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936) comienza con un episodio que no podía ser
más actual: la elaboración de una fake news con una finalidad política espuria.
El encuentro de dos judíos emigrados a Estados Unidos, el creador de la empresa
United Fruit y el inventor de las public relations y experto en publicidad
urdirán la trama para convencer a los directivos de la poderosa empresa
multinacional norteamericana que con la ley de reforma agraria que se acaba de
aprobar en Guatemala, su presidente Jacobo Árbenz pretende convertir al país en
un protectorado soviético.
La feroz reacción anticomunista no demora: hay
amenaza de invasión con los marines y la sombra macartista oscurece América
Central. Estamos en 1954, apenas tres años después que Árbenz, hombre ajeno al
comunismo, había asumido el gobierno en elecciones libres y empezaba a intentar
la modernización de su país. Su ley de reforma agraria molestó comercialmente a
United Fruit y eso fue suficiente para que la CIA lo empujara al abismo,
reemplazándolo por un dictadorzuelo.
Se trata entonces de una
novela política en la tradición hispanoamericana de novelas de dictadores que se inicia con Tirano Banderas, de Ramón
del Valle Inclán, y continúa con El señor Presidente de Miguel Angel
Asturias, El recurso del método de Alejo
Carpentier, Yo el Supremo de Augusto Roa Bastos, El otoño del patriarca de
Gabriel García Márquez, a las que debemos sumar del propio Vargas Llosa
Conversación en la catedral y La fiesta del Chivo, donde destripa
respectivamente los tiempos de Odría en Perú y de Rafael Leónidas Trujillo en
la República Dominicana.
Tiempos recios (Alfaguara,
2019, 353 páginas) se divide en dos partes desiguales: la primera, “Antes”,
extensa y fascinante, contiene todas las historias y los hechos reales o
imaginarios ocurridos en la Guatemala de los años 50; la segunda, “Después”, es
una suerte de epílogo mucho más breve, y nos sorprende con que uno de los
personajes que parecía de ficción pertenece en cambio al mundo real y entabla
una conversación actual con el novelista.
Con esa facultad hipnótica
propia de los grandes narradores, Vargas va dibujando la figura del bueno de
Árbenz, del desalmado coronel Castillo Armas que lo derroca, del viscoso
coronel dominicano Johnny Abes García, del embajador americano John Peurifoy.
En el centro de todos ellos está el personaje de Marta Borrero, que siendo
adolescente es violada y embarazada por el médico Efrén García Ardiles, amigo
íntimo de Arturo Borrero, padre de Marta.
Los convencionalismos sociales de la
época hicieron que se casara con el violador y que el padre se negara a
volverla a ver. Luego, ella abandonará a su marido y a su pequeño hijo y se
transformará en amante del dictador Castillo Armas, y más tarde llegará a ser
compañera de Johnny Abes García, comentarista política radial en la República
Dominicana de Trujillo, y admirada por este.
El autor denuncia con
claridad el papel del imperialismo norteamericano, del capitalismo feroz y de
la complicidad de la Iglesia Católica en la persona del arzobispo guatemalteco
Mariano Rossell y Arellano en todo el complot que derribó a Árbenz y lo
reemplazó por Castillo Armas.
Y es muy probable que le asista razón a Vargas
Llosa al especular que el derrocamiento de Árbenz al que contribuyeron los
dictadores Somoza de Nicaragua y Trujillo de República Dominicana, fue una
equivocación trágica y sangrienta con el paradójico final de empujar a buena
parte de la juventud rebelde americana de 1954 a las filas de la ortodoxia
comunista y a la búsqueda, bajo el paraguas de la Unión Soviética, de
protección contra similares desmanes de la CIA en sus países.
Pone como ejemplo
a los líderes revolucionarios cubanos que ocuparon La Habana en 1959 y que no
eran comunistas pero vieron en la Unión Soviética la garantía de que la CIA no
les montaría una operación como la de Guatemala.
La novela es un prodigioso
mecanismo que invita al lector a dejarse llevar por esos saltos en tiempo y
espacio a que ya nos tiene acostumbrados el autor, aunque esta vez con menos
virtuosismo que en sus tiempos jóvenes.
De todas maneras es un disfrute seguir
el intercalado en la acción de ese diálogo plácido entre el chófer cubano y el
funcionario dominicano, diálogo que va creciendo en intensidad y suspenso hasta
el día del cumplimiento del encargo. O ver cómo en el capítulo VII se solapan
en una verdadera cascada de diálogos con saltos en el tiempo el entramado de la
relación personal entre Castillo Armas y Trujillo preparando la sublevación y
evaluando su triunfo.
O emocionarse ante el relato del conmovedor encuentro
entre el moribundo Arturo Borrero, el padre de Marta, y quien fuera su amigo y
repudiado yerno Efrén García Ardiles. En todo momento el cruce de voces, el
ensamblado del contrapunto narrativo y hasta el lucimiento de una profusa
información que delata una investigación exhaustiva detrás, completan el cuerpo
robusto de esta nueva entrega del peruano.
Me ocurre con Mario Vargas
Llosa algo que no me sucede con ningún otro autor hispanoamericano. Es tanto lo
que ha escrito desde que eclosionó al mundo hace 60 años, tan permanente su
producción y tan persistente su calidad, que se ha transformado en una
infaltable compañía en tantos gratos momentos de lectura.
Casi diría que ya es
como un amigo de la casa, un compañero de muchísimos años cuya presencia
disfrutamos una y mil veces por su agudeza, su humor, la elegancia de su estilo,
la seriedad de su información. Porque, como los buenos amigos, sabemos que
alguna vez estará más inspirado que otra, pero nunca nos va a defraudar. Y
siempre será bienvenido.
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