La revolución fundida en los hierros de los dos bandos.
La diaria - 4 6 15 - Por Aldo Marchesi
“Hegel dice en alguna
parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal
aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como
tragedia y la otra como farsa”. Con esta frase, al comienzo de El
dieciocho brumario de Luis Bonaparte, Karl Marx expone las diferencias
entre Napoleón Bonaparte y su sobrino Luis. Debe ser una de las frases más
citadas de Marx, pero no por eso deja de ser pertinente para pensar diversos
ciclos históricos.
Cuando escuché la iniciativa del ex presidente José Mujica,
plasmada luego en un decreto firmado también por el ministro de Defensa
Nacional, Eleuterio Fernández Huidobro, acerca de fundir armas utilizadas por
el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T) y el Ejército para realizar
una escultura que cierre los conflictos del pasado, la frase comenzó a resonar
en mis oídos.
La tragedia griega
consistía en contar historias de valerosos hombres que se enfrentaban al
destino impuesto por los dioses. La farsa consistía en transformar una historia
en algo caricaturesco, alejado de la realidad. Las analogías resultan bastante
obvias. El sueño revolucionario de los años 60 tuvo algo de tragedia. Los
comentarios actuales de Eleuterio Fernández Huidobro y la propuesta de dicho
monumento tienen bastante de caricatura de aquel pasado.
Es cierto que en
aquellos movimientos de izquierda de los 60 la dimensión militar tuvo un lugar
importante. Tales movimientos, que se expandieron por América Latina, el Tercer
Mundo e incluso el Primero, pensaron la acción política como guerra
revolucionaria. En un tiempo de “guerra fría”, el lenguaje militar proveyó
herramientas para trascender los límites que la acción política parecía tener.
En América Latina, Ernesto Che Guevara expresó esta
sensibilidad de una forma muy transparente en su mensaje a la Conferencia
Tricontinental, publicado en 1967.
El MLN-T fue parte de
dicho movimiento global. Logró traducir con inteligencia y creatividad las
maneras en que el lenguaje de la guerra revolucionaria se podía incorporar a un
país de sectores medios y mayoritariamente urbanos. Sus documentos
fundamentales vieron a la guerra como una continuación de la política. Pero la
guerra revolucionaria no era un mero conflicto entre dos bandos de militares
profesionales. Era una guerra “entre imperio y nación”, cuyo objetivo final era
el cambio social, concebido como la liberación nacional y el socialismo. Dicha
noción de guerra revolucionaria tenía dimensiones militares pero implicaba un
cambio político radical de la sociedad uruguaya.
Esa estrategia nunca
llegó a consolidarse. En 1972, cuando los tupamaros se sentían dispuestos a
avanzar en la construcción de su ejército revolucionario, la participación de
los militares en la lucha antisubversiva (con su Justicia Militar, sus
asesinatos políticos, sus métodos sistemáticos de tortura y su ampliación de la
represión al conjunto de la izquierda) llevó a una fuerte derrota militar del
MLN-T y a que los militares se entronizaran en la vida política del país. Para
fines de ese año, gran parte de los militantes de la organización estaban en la
cárcel o en el exilio.
En 1973 llegó el golpe y
la represión se incrementó aún más. La dictadura cívico-militar desarrolló
sistemáticamente el terrorismo de Estado. Las Fuerzas Armadas asumieron un rol
central en los operativos represivos contra toda la izquierda, algunos sectores
de los partidos tradicionales y el movimiento social, mientras que los civiles
se dedicaron a otras áreas de la vida estatal como la economía y la cultura.
El MLN-T se mantuvo
fragmentado entre el exilio, la cárcel y las autocríticas que llevaban a
diversas conclusiones sobre la derrota. Recién en 1985, luego de la liberación
de los presos, comenzó a reagruparse. En el contexto de los democráticos años
80, cuando la revolución parecía cosa del pasado, uno de los dilemas que
tuvieron que afrontar fue el de cómo explicar su opción por la guerra
revolucionaria. Las críticas no sólo venían por la derecha sino también, en
varios casos, desde la izquierda. En un documento preparatorio del Tercer
Congreso del PIT-CNT, realizado en 1985, sectores cercanos al Partido Comunista
plantearon que las acciones del MLN-T en 1972 habían acelerado y habilitado la
intervención militar. Frente a esto, los recién organizados tupamaros respondieron
con un documento llamado “La Historia no se transa”, en el que describían el
golpe de Estado como resultado de un gran plan ideado desde mediados de los 60
por sectores militares.
Ésa fue la retórica
central de los tupamaros durante los 80. La dictadura había sido el resultado
de una guerra contra el pueblo en la que los militares habían tenido un papel
central. Y de ahí se derivaba un discurso fuertemente antimilitarista que,
entre otras cosas, los llevó a tener un activo papel en el movimiento por el
referéndum para la derogación de la Ley de Caducidad.
Investigadores,
periodistas y ex tupamaros han señalado que a partir de los 90 algunos líderes
del MLN-T comenzaron a cambiar su visión y a acercarse a los militares. El
desarrollo de una ONG integrada por el general retirado Hugo Medina y el ex
dirigente tupamaro Mauricio Rosencof fue uno de los encuentros que tuvieron
visibilidad. Estos acercamientos, entre personas que efectivamente sentían que
habían vivido una guerra pero tenían voluntad de hablar entre ellos, ocurrieron
a espaldas del público. Fernández Huidobro, como líder histórico del MLN-T,
senador y por último ministro de Defensa, tuvo un activo rol en las
conversaciones. No sabemos qué se discutió en ellas, pero por algunas
declaraciones de Fernández Huidobro podemos suponer que se ha ido desarrollando
una suerte de idea reconciliatoria, seguramente basada en un discurso
nacionalista, donde ambos se ven como combatientes que hicieron lo que creyeron
justo para defender la nación.
El último momento de
esos encuentros parece estar vinculado con la iniciativa del monumento. Dos
cosas resultan llamativas. Por un lado, el secretismo con el que se manejó esta
propuesta. El decreto fue firmado en total silencio, tan es así, que el actual
presidente Tabaré Vázquez declaró no conocer la iniciativa. La reconciliación
que se procura realizar parece ser un acto más privado que público, del que
queda por fuera el resto de la sociedad, incluyendo a las víctimas del
terrorismo de Estado, pero también varios de aquellos tupamaros, que se han
expresado duramente sobre la iniciativa.
Por otro lado, llama la
atención el cambio de interpretación del conflicto. Aquella guerra parece haber
dejado de ser considerada revolucionaria, para ser evocada de la misma manera
en que los partidos tradicionales evocaron los conflictos del siglo XIX cuando,
durante el XX, intentaron acercarse. En el camino parece haber quedado la idea
de revolución vinculada con el cambio social, la liberación nacional, el
socialismo, la lucha contra la pobreza y contra la concentración de la
propiedad de la tierra, y tantas otras consignas que caracterizaron a la lucha
tupamara en la segunda mitad del siglo XX.
-----