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jueves, 23 de julio de 2020

Los que nunca olvidarán


Los que nunca olvidarán (*)

Emanuel Bremermann – El Observador -13 7 2020
 

La historia que revela los secretos del único asesinato de un nazi en Uruguay
El escritor uruguayo Fernando Butazzoni habla de "Los que nunca olvidarán", una investigación que reconstruye el asesinato del nazi Herberts Cukurs en Uruguay a manos del Mosad en 1965 y que ya está en librerías

A los martillazos en una casa de Shangrilá. Así liquidó un comando del Mosad al único nazi ajusticiado en nuestro país, en febrero de 1965. Su nombre era Herberts Cukurz, era letón, vivía en Brasil, había sido parte de las atrocidades de las SS en la ciudad de Riga y su grotesco final fue el último eslabón de una cadena de engaños trenzada durante mucho tiempo desde Israel. De Cukurz y su final se sabe hace tiempo, pero las incógnitas son muchas y longevas: quiénes fueron los uruguayos que colaboraron con los israelíes, por qué decidieron matarlo en Uruguay y no en su residencia en San Pablo, por qué se metió el cuerpo en un baúl y qué intereses políticos había detrás de esta “cacería” que, de alguna manera, se emparenta con la de Adolf Eichmann ocurrida cinco años antes en Buenos Aires.

Los que nunca olvidarán, la nueva novela del escritor uruguayo Fernando Butazzoni (67), responde esas interrogantes, reconstruye el asesinato y echa luz a un caso lleno de claroscuros. Pone en el centro a una figura particular –a Cukurs se lo acusa de cosas terribles pero, al mismo tiempo, es visto como un héroe en Letonia–, desenreda una compleja madeja de espionaje internacional y emplea su pulso como narrador para construir una novela/investigación trepidante que no se puede soltar. Butazzoni, que viene de dos best-sellers sobre nuestra historia reciente –Las cenizas del cóndor y Una historia americana– tiene todo para marcar el 2020 con otro superventas, esta vez metiéndose con una investigación mucho más complicada, que interpela el lugar de nuestro país en el tumultuoso siglo XX y que moja los pies en la negrura insondable del nazismo.

Con el tapabocas en el bolsillo, un café cortado delante y en medio de una de las mañanas más heladas de julio, el autor se hundió de nuevo en el corazón de Los que nunca olvidarán y este es el resultado.

¿Cuándo fue la primera vez que escuchó de Herberts Cukurs?

Tenía 12 años. Vivía en Las Piedras y vi el titular de un vespertino o del diario de la noche: “Asesinado un nazi en Shangrilá”. Me impactó mucho porque en esa época veraneaba en ese balneario, y lo hacía a pocas cuadras de donde sucedió. Pero eso fue todo. Me causó un gran impacto y creo que a la media hora me había olvidado. De alguna forma, igual, me quedó allí resonando.

Es curioso cómo, sin saberlo, algo que en la infancia nos pasa por delante de los ojos termina convirtiéndose en algo que le demanda tantos años de trabajo y dolores de cabeza.

En general sucede. Creo que uno cuando escribe, en cierta medida escarba y busca dentro de sí mismo sensaciones, datos, experiencias, impresiones, convicciones. Y eso tarda muchos años en salir a flote.

¿Cómo fue el proceso interno de entender que esta historia se tenía que convertir en un libro?

Siempre es un proceso muy largo y complejo. Y me ha pasado de trabajar en un tema por más de un año y que de un día para el otro se desinfle. Cuando pasa es una desilusión, casi que una especie de ruptura amorosa. Así que el proceso es complejo. En general, le doy mucha importancia y me parece atractivo rescatar episodios que han sido deformados, no han sido bien contados o se han perdido. Me gusta la idea de tener una especie de acta de determinados momentos de la historia reciente, no necesariamente vinculados a la dictadura.

Que, sin embargo, es la asociación que se hace de inmediato.

Sí. Pero en Uruguay hay muchos episodios de lo que se podría calificar como historia reciente que no tienen nada que ver con la dictadura, ni siquiera en cuestiones políticas. Por ejemplo, uno de esos casos en que estaba investigando y que se desinfló fue la última epidemia de rabia que hubo en el país. Investigué bastante, averigüé quién fue la primera víctima y lo trabajé como eso. Es una parte de la historia reciente que está perdida en el enorme bosque de la historia política reciente.

Parece lógico que la dictadura termine por eclipsar al resto de los temas, de todas formas.

Sí. Los escritores y los narradores, sin embargo, le han dedicado poco espacio en la literatura. Hay muchísimos libros, pero si te fijás hay pocas novelas, algunos pocos cuentos más, y menos obras de teatro. Es un tema que ha generado cierta dificultad para ser tratado y abordado, ya sea por prejuicios políticos, por corrección política, o como decían los viejos “por temor al qué dirán”.

Justamente, en Los que nunca olvidarán hay abordajes sobre temas moralmente pesados, como las cacerías de los nazis a manos de los israelíes, entre otros. ¿Cómo lo manejó?

En realidad, en el libro nunca se cuestionan esas acciones, se exponen sus conductas, las historias. Si surgen los cuestionamientos, vienen desde el lector. Me parece muy jodido meter subliminalmente mis opiniones en el texto. Por eso me apego mucho a los hechos; creo que ayuda a despejar los mantos con los que se cubren las verdades. El caso de Cukurs es apasionante desde el punto de vista ético y moral, y creo que al final el lector se lleva un volumen de información lo suficientemente grande como para decidir por su cuenta si se actuó bien o mal. Porque los hechos son los hechos. Hace poco, en una entrevista me preguntaron si había que llamar “asesinos” a quienes ejecutaron a los criminales de guerra nazi. Y lo que dije fue que una ejecución extrajudicial, realizada además con alevosía, es un asesinato y punto. Para algunos habrá asesinos buenos y asesinos malos. O asesinatos buenos y malos. Yo, en cambio, creo que es difícil hacer una planilla y decir “a este lo ponémos acá, y a este acá”. El asesinato, y más un asesinato político como este, incluye una cierta postura moral.


¿Cómo trabaja para que sus propias opiniones no se cuelen a la hora de exponer los hechos?

Encontrar el alma de los hechos, como dice Onetti, es la mejor manera de contar lo que pasó. Sobre todo para mí, que hace muchos años que estoy en una zona fronteriza que me obliga, sobre todo, a no pifiar y confirmar todo lo que escribo. Mi meta fue que todo lo que se escribía tenía que ser verdadero, aunque a veces no fuera real.


¿Fue la investigación más difícil a la que se sometió?

Sin dudas. Fue agotadora. Primero, porque las fuentes directas que me podían contar las cosas estaban muertas. De algunas obtuve testimonios grabados o escritos, pero estaban en idiomas que no domino, como el hebreo, el letón o el ruso. Por lo tanto tenía que encontrar traductores y de mi confianza. Pero además de eso, no era un conocedor muy grande de la cultura judía. Y los personajes principales de esta historia son judíos, incluso son judíos antes que israelíes. Tenía, entonces, que lograr entender su mentalidad, sobre todo la de los judíos europeos. Me obligué a rodearme de una especie de consejo de asesores que me auxiliara, por eso tengo la tranquilidad de que cada cosa que se dice está bien fundada.

¿Cuál es el precio, psíquico y emocional, a pagar por un libro así?

Philip Roth, un escritor al que admiro, decía que los escritores siempre están buscando a alguien que esté tan loco como ellos. Yo escribo por vocación, porque soy muy feliz haciéndolo, investigando, encontrando elementos y poniéndolos a disposición de los lectores. Pero el precio emocional siempre es alto porque te involucrás en procesos jodidos. Y tenés que convivir con eso. En este caso, me involucré mucho con la investigación del Holocausto en Letonia, que realmente es estremecedor y que no se conoce tanto como, por ejemplo, Auschwitz. Y el autor de ese genocidio en Letonia fue Friedrich Jeckeln, casi un compadre de Cukurz, que es algo que trato de desarrollar en el libro.

Más allá de que su asesinato fue en Uruguay y que eso nos vincula con el hecho, la figura de Cukurs es particular. A diferencia de otros nazis, él mantuvo su nombre, reivindicó su pasado y hasta es considerado como un héroe para gran parte de Letonia.

Es una figura especial, extraordinaria. Pero un criminal de guerra no puede ser otra cosa que un criminal de guerra. Todo lo que haya hecho antes o después, no importa. Pero sí, era un hombre que siempre adujo inocencia y su familia también. Siempre discutió con los judíos brasileños por su pasado, y era además un aviador pionero, alguien que si hubiera que hacer un salón de la fama de la aviación estaría entre los principales. Pero las pruebas en su contra son abrumadoras. Son cientos de testimonios. Con nombre, apellido, lugar y hora.

¿Qué tanto se conocía su historia y su asesinato en Uruguay?

Muy poco. Los mayores de 60 años tienen alguna idea; saben que mataron a un nazi o a un alemán en Shangrilá y que lo metieron en un baúl. Pero, en general, en el mundo no se conoce demasiado. Salvo en Letonia, donde están muy divididos y pelándose por si es un héroe o un criminal, es un caso que pasó inadvertido. De todas formas, aunque fue un episodio mucho más reservado que el caso de Eichmann, por ejemplo, tuvo un gran impacto político para Alemania e Israel y significó que la decisión del parlamento alemán de prescribir los crímenes nazis se postergara.

¿Por qué pasan los años y el Holocausto y sus perpetradores siguen ejerciendo esa atracción y tiene el peso actual?

Es cierto que tiene peso, pero ojo: es un peso ambivalente. Hay mucha gente que sigue atraída al hecho desde ese sentido, desde el horror, y hay gente que sigue fascinada en un sentido positivo. En el libro se cuenta, por ejemplo, que en Riga se hacen desfiles en honor a la Legión Letona, aliados de la ocupación nazi en el país. Y este año se celebró igual que siempre. Lo que quiero decir es que hay un sector de la población europea que es abiertamente pro nazi, sobre todo porque se tragaron el verso de que lo que hicieron los nazis fue invadir sus países para combatir a los bolcheviques. De ahí deriva la idea de que se liberaron de los alemanes pero no del comunismo, y que por ende hasta que cayó la URSS fue todo lo mismo. La diferencia, claro, es que los seis millones de muertos ocurrieron durante el nazismo. Eso es algo que me interesa subrayar: cómo hoy la política de los nazis en Europa está siendo reivindicada. Y también en América Latina y en Uruguay.

De alguna manera es difícil no conectar ese discurso de la “liberación” nazi con el discurso nostálgico de la dictadura en Uruguay. Sobre todo en el momento de repartir culpas, cuando se echa mano a que las cosas se hicieron “siguiendo órdenes”.

Fue el discurso de todos. Y el de los nazis también. La defensa de Jeckeln, por ejemplo, fue “asumo la culpa, yo era un militar y tenía que acatar”. La obediencia debida es una especie de gran bandera en defensa de las violaciones a los derechos humanos. Y creo que eso no es un invento de las dictaduras latinoamericanas, viene desde mucho tiempo atrás. Tiene que ver con el funcionamiento de ciertas estructuras castrenses.

Algo que también aparece en el libro cuando se discute en Alemania la prescripción de los crímenes nazis, es el discurso de que el pueblo está “harto del pasado” y que quiere “dar vuelta la página”. Se asemeja mucho a discursos que hemos escuchado últimamente.

La diferencia es que este planteo en Alemania se dio veinte años después de la guerra. El planteo actual se da casi cincuenta años después de la dictadura.

¿Y es más peligroso?

Claro, porque a medida que pasa el tiempo las cicatrices individuales se van diluyendo y lo que queda son los conceptos. De todas formas, no quise con eso hacer una metáfora del presente, no me interesa el paralelismo. Pasó así, es un hecho. Y un tema que queda planteado es qué hubiese pasado si los israelíes no ejecutaban a Cukurs. ¿Qué pasaba si en el parlamento alemán se prescribían los crímenes del nazismo? No son temas menores.

La venganza y la justicia son dos conceptos que el libro aborda de manera recurrente. Por la dimensión del Holocausto ¿fue posible la justicia para las víctimas, o solo quedaba la venganza?

Soy muy respetuoso del pueblo judío y del Holocausto y creo que sería irrespetuoso de mi parte opinar. Quienes deben responderlo son las propias víctimas, ni siquiera los judíos en general. Sí reconozco que es un tema moralmente difícil. Creo firmemente que la justicia y la venganza son primas hermanas, que la justicia termina siendo una evolución civilizadora de un impulso de venganza. Es una especie de institucionalización, estructuración y adecuación de determinados comportamientos primitivos que se fueron civilizando. En muchos casos, para mucha gente, al acto de justicia lo termina sintiendo como una venganza deconstruida. Y no sé si está mal que lo sea.

Cómo contar un asesinato

Pese a que sabemos cómo muere Cukurs desde la primera línea, la reconstrucción de su asesinato es el punto cúlmine de la novela. Para plasmarlo en papel, Butazzoni se valió de múltiples documentos y fuentes, pero tuvo que lidiar con temores e inseguridades que lo mantuvieron alejado del tema por un rato. “Pasé mucho tiempo sin saber cómo podía abordarlo. Tenía miedo de errarle y quedar paralizado. Sin embargo fue mágico, porque un día me senté y escribí las cuatro páginas de corrido. Había escrito lo que quería y encima funcionaba narrativa y dramáticamente”. En efecto, el tramo final del libro, que se vincula a su vez con el final del general letón Jeckeln, es donde el brío narrativo del autor se desata; ya sabemos todo lo que pasó, ya no hay nada que saber, y sin embargo es imposible apartar la vista de las páginas.

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