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viernes, 15 de noviembre de 2019

Lezama, el discreto

La justicia cita al presunto interrogador de Bleier

Por Samuel Blixen – Brecha 15 11 2019

El general retirado Juan Alberto Lezama, oficial de inteligencia especializado en interrogatorios a prisioneros durante la dictadura, sabe los pormenores de las torturas y el destino de militantes del Partido Comunista y del Pvp desaparecidos en 1975 y 1976, tras el despliegue de la Operación Morgan, coordinada por el Ocoa, del que él fue jefe de la División Informaciones en ese período.


Velatorio de Eduardo Bleier en la Universidad de la República 
Foto: Héctor Piastri

Una orden de la jueza penal de 27° turno, Silvia Urioste, permitió el miércoles 8 la captura de documentación vinculada a la guerra antisubversiva de la dictadura, en un apartamento de Pocitos, domicilio del general retirado Juan Alberto Lezama. El allanamiento fue una indicación del fiscal especial para delitos de lesa humanidad, Ricardo Perciballe, quien reabrió la causa judicial por la desaparición del militante comunista Eduardo Bleier, a raíz de la reciente ubicación de los restos en predios del Batallón 13 de Infantería.

Lezama, de 79 años, uno de los principales represores del temible y casi clandestino Organismo Coordinador de Operaciones Antisubversivas (Ocoa), mantuvo hasta ahora un discreto bajo perfil sobre su decisiva responsabilidad en la captura e interrogatorio a prisioneros y en la sistematización de la información obtenida bajo torturas, tareas que desarrolló desde 1972 hasta 1978, cuando fue nombrado agregado a la misión militar de Uruguay en Estados Unidos.

Un repaso de sus principales misiones indica que, cuando era mayor del Ocoa, Lezama fue el autor de una “apreciación de situación” del Partido Comunista que puso a punto el lanzamiento de la Operación Morgan en octubre de 1975. Seis meses después, a mediados de 1976, la represión había desbaratado la estructura financiera del Pc y desmantelado su aparato armado. El saldo fue de unos 600 detenidos, ocho desaparecidos y la captura de prácticamente toda la cúpula dirigente del partido en la clandestinidad.

Como señalaba el coronel Julio César González Arrondo, jefe del Ocoa, buena parte del mérito de esos éxitos represivos deben adjudicarse a los métodos impulsados por Lezama: “Como lo viene haciendo diariamente, mantiene, dirigiendo y actuando directamente, el registro de los hechos y personas detenidas, a los efectos de determinar responsabilidades en las acciones antinacionales. Trabaja intensamente en el procesamiento de los informes obtenidos con base en las investigaciones que dirige y efectúa”. La anotación revela que Lezama participó en los interrogatorios y después analizó la información obtenida mediante tortura, para impulsar nuevos interrogatorios.

Esos juicios del jefe del Ocoa están fechados precisamente en la segunda quincena de octubre de 1975, cuando se desencadenó la Operación Morgan. Lezama participó en la captura de Eduardo Bleier, ocurrida el 29 de octubre de 1975, como revela la anotación según la cual “comanda operativos orientados a la captura de elementos que se desempeñan en actividades antinacionales. La captura de personas requeridas y el material incautado demuestran la efectividad de las acciones desarrolladas”. En el marco específico de la reapertura de la causa y del allanamiento de Pocitos, se infiere que, al dirigir los interrogatorios de los detenidos, tanto en la casa de Punta Gorda como en el centro de detención 300 Carlos, el entonces mayor Lezama interrogó al desaparecido Eduardo Bleier. “Trabaja intensamente, interrogando, confeccionando actas.”

Más aun: el trabajo de análisis de los interrogatorios y el “registro pormenorizado de los detenidos” implica que Lezama tuvo conocimiento directo y acabado de la suerte de los ocho militantes comunistas desaparecidos en esa etapa, así como la de Elena Quinteros, militante del Pvp, también víctima de la Operación Morgan. Su trabajo consistía en interrogar, analizar la información, calificar al detenido, vincular su testimonio con el de otros detenidos y confeccionar listas de peligrosidad; tenía, por tanto, un conocimiento puntual y directo de cada prisionero y, a la vez, una visión de conjunto.

Las anotaciones de concepto de sus superiores detallan su responsabilidad en el desarrollo de la Operación Morgan en 1976, pero, en tanto jefe de la División Informaciones del Ocoa, es lícito suponer que el mismo trabajo, con la misma orientación, se prolongó durante el primer semestre de 1977, cuando la represión instaló su base de operaciones en La Tablada.

“En marzo de 1977 presenta el estudio exhaustivo de las actividades subversivas detectadas, agregando conclusiones y sugerencias que se orientan a contrarrestar las influencias negativas que aquellas pueden tener en el ámbito nacional e internacional”, según su jefe González Arrondo. Durante todo el período de despliegue de la Operación Morgan, Lezama interactuó con el mayor Ernesto Ramas, jefe de la División Operaciones, con el teniente Armando Méndez, con el teniente Jorge Silveira y con el mayor José Nino Gavazzo, jefe del Departamento III del Sid, designado en comisión en el Ocoa.

“TENÍA UNA MANÍA POR ANOTAR TODO”

Esa caracterización de la prensa, a raíz del allanamiento y la ubicación de documentación en el apartamento de Pocitos, reduce notoriamente el rol intelectual y operativo del artillero Lezama en la lucha antisubversiva. Su compromiso con la represión revela que integró el Ocoa desde su misma creación en setiembre de 1971: su “dedicación y preocupación en dotar al Ocoa de elementos esenciales para su buen funcionamiento” lo llevó a gestionar, en la Oficina de Claves, en la Ute, en el Servicio Geográfico Militar y en la Intendencia de Montevideo, materiales, teléfonos, cartas y planos de Montevideo para hacer operativo el nuevo organismo.

En marzo de 1972 hizo su primer estudio sobre la guerra antisubversiva –que reiterará periódicamente– y un mes después, al declararse el estado de guerra interno, pasó del Ocoa al Servicio de Información de Defensa (Sid). Su director, el coronel Ramón Trabal, destacó “el trabajo de procesamiento de profusa y muy diversa información”, que permitió que “en pocos días cambiara el panorama existente de un enemigo desconocido a otro perfectamente ubicado”. Lezama “participó en operaciones de búsqueda de información, o confirmación de datos ya obtenidos, actuando en varias oportunidades a cargo de procedimientos”, incluso en un enfrentamiento armado en el que “se comportó bajo fuego con aplomada decisión, firme determinación y valor personal”.

UN INTELECTUAL DE LA REPRESIÓN

A su regreso de un curso de inteligencia en Estados Unidos, durante 1974, destinado en el Estado Mayor de la División de Ejército 1, Lezama se encargó de la sistematización de la información sobre los prisioneros y su calificación, hasta que, en abril de 1975, fue destinado nuevamente al Ocoa. Un mes después, un operativo en el que también participaron el Sid y la Dirección Nacional de Información e Inteligencia de la Policía, desarticulaba la estructura clandestina del Mln Tupamaros, que se venía reorganizando desde principios del año. La Operación Conejo arrojó un saldo de 5 muertos y 25 detenidos.

Siendo Lezama responsable de los detenidos de Ocoa en la División de Ejército 1, tras la Operación Conejo se produjeron cambios sustanciales en la mecánica del tratamiento de los prisioneros. La Operación Morgan incorporó, en octubre de 1975, el criterio de una total compartimentación de los detenidos que permanecían en los centros clandestinos, al punto que se les designó un número correlativo y progresivo de las detenciones, que eliminó la identidad por el apellido. Las listas numéricas de los prisioneros de la Operación Morgan exhiben saltos que corresponden a los números adjudicados a quienes después desaparecieron.

Después de una dilatada vinculación directa con la represión, la carrera de Lezama cobró otro vuelo como agregado militar en Estados Unidos, tanto en la misión diplomática como integrando las delegaciones ante la Oea y la Junta Interamericana de Defensa.

Su carrera culminó con su ascenso a general, pero sin mando efectivo de tropa y en destinos considerados “secundarios”, quizás por el traspié que sufrió en 1988 cuando, siendo coronel, en plena campaña por el plebiscito para derogar la ley de caducidad, organizó una cena en el Centro Militar, sin solicitar permiso a sus superiores, para agasajar a José Gavazzo, Manuel Cordero y Jorge Silveira, que en esos momentos eran “denostados en la prensa”. 

En respuesta a un interrogatorio por escrito, Lezama explicó que el motivo del agasajo era que “quienes habían compartido horas de lucha antisubversiva pudieran demostrarle (a los agasajados) que actualmente se conserva la misma camaradería de entonces”. Aunque no fue sometido a un tribunal de honor, Lezama se negó a identificar a los oficiales que concurrieron a la cena. Utilizó un argumento original: “El suscrito no recuerda la totalidad de la concurrencia”. El oficial retirado de Artillería no se encontraba en su domicilio al momento del allanamiento y se presume que permanece en Islas Canarias, donde tiene un segundo domicilio. Se espera que la jueza penal lo cite a declarar en el expediente de Eduardo Bleier, lo que depende de la agenda del juzgado; pero para el caso de que el general no se presente, sería automáticamente librada una orden internacional de captura, según sugirió el fiscal.

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