OTRO CAMPO DE CONCENTRACIÓN
EN UNA PROPIEDAD DE LA IGLESIA CATÓLICA
Así como la Armada
usó como campo de concentración la casa de descanso del arzobispo de Buenos
Aires, “El Silencio”, el Ejército utilizó el predio del Seminario Salesiano
Ceferino Namuncurá, de Funes, próximo a Rosario, para secuestrar y torturar al
menos a tres personas, una de las cuales no reapareció. El lugar fue vendido un
año después a la Fuerza Aérea, pero los salesianos conservaron vastas
propiedades linderas. Allí pasó sus últimos años el ex provicario castrense
Victorio Bonamín.
Página 12 – 1 12 13 -Por Horacio
Verbitsky
La justicia federal
de Rosario detectó otro campo clandestino de concentración que funcionó en una
propiedad de la Iglesia Católica Apostólica Romana durante la última dictadura
cívico-militar. Se trata del seminario de la Casa Obra Salesiana Ceferino
Namuncurá, de la ciudad santafesina de Funes, donde fueron torturados al menos
tres prisioneros del destacamento de Inteligencia 121, dependiente del Cuerpo
de Ejército II, que habían sido privados en forma ilegal de su libertad.
Así se desprende de
documentos y de testimonios brindados en la causa conocida como “Guerrieri II”.
Dos sacerdotes forman parte del expediente. Uno integraba el grupo de tareas
que secuestraba en Rosario, y después de la dictadura siguió su carrera y fue
distinguido por el Vaticano. El otro fue una de las víctimas de la tortura, se
alejó de la Iglesia y reconoció el lugar de su cautiverio. También aparece
mencionado un arzobispo, que estuvo al tanto de los hechos.
Al menos uno de los
detenidos que compartió el alojamiento y el martirio con el ex sacerdote, no
reapareció luego de su paso por aquel establecimiento de la Iglesia y hasta hoy
sigue siendo un detenido-desaparecido. En ningún otro país americano la Iglesia
Católica estuvo tan imbricada con la represión dictatorial. El primer campo
clandestino conocido que haya funcionado en una propiedad eclesiástica es la
casa de fin de semana “El Silencio”, en las afueras de la Capital argentina
(Ver “El primer caso”).
El segundo fue
detectado por el fiscal Gonzalo Stara, a cargo de la Unidad de Asistencia para
causas por violaciones a los Derechos Humanos durante el terrorismo de Estado
en Rosario, quien actúa ante el juez instructor Marcelo Bailaque y ante el
tribunal oral de juicio integrado por los jueces Noemí Berros, Lilia Carnero y
Roberto López Arango, que conducen el debate de un tramo de la causa. Esa
utilización clandestina de los bienes eclesiásticos por la dictadura fue
mencionada por el ex cura tercermundista Santiago Mac Guire ante la Conadep,
pero no había sido investigada, porque en aquellos años la Justicia se limitaba
a los altos jefes militares. El dato fue confirmado por Roberto Pistacchia,
quien compartió el lugar de sometimiento con Mac Guire. Igual que en el caso de
“El Silencio”, después de su uso para la represión esa parte del Ceferino
Namuncurá fue vendida para borrar las huellas. “El Silencio” hoy está
abandonado, pero el lugar donde funcionó el seminario salesiano fue vendido a
la Fuerza Aérea en 1979, y desde entonces es sede del Liceo Aeronáutico Militar,
instalado sobre la avenida que lleva el nombre del santo aborigen. Los
salesianos conservan los terrenos linderos (Ver “Buenos vecinos”).
Por denuncia del obispo
Mac Guire integró el
Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, que tuvo duros enfrentamientos
con el arzobispo de Rosario, Guillermo Bolatti, reacio a las reformas
dispuestas por el Concilio Vaticano II. Más adelante Mac Guire dejó los hábitos
y el arzobispo de Santa Fe, Vicente Zazpe, lo casó con María Magdalena Carey,
con quien tuvo cuatro hijos. En agosto de 1971, durante la dictadura del
general Alejandro Agustín Lanusse, Mac Guire y tres sacerdotes a quienes
Bolatti había purgado de sus parroquias fueron detenidos de madrugada en un
violento operativo del servicio de Inteligencia del Ejército, que incluyó el
secuestro de libros de Perón y Eva Perón y de una carta del ex presidente a uno
de los curas.
El abogado defensor
de los sacerdotes dijo que las detenciones se produjeron por datos
suministrados por las autoridades eclesiásticas. Un diario rosarino afirmó que
curas tercermundistas y sindicalistas “habían realizado una reunión con fines
subversivos”. Cuando el Movimiento lo querelló ante la justicia, el diario
respondió que la información provenía del Arzobispado y de la SIDE. El Movimiento
de Sacerdotes para el Tercer Mundo acusó en forma directa a Bolatti. Los
servicios de informaciones y el sector del Episcopado que integraba Bolatti no
distinguían entre los sacerdotes tercermundistas, la Juventud Peronista y
Montoneros.
Muchos años después,
la monumental investigación científica del ex salesiano José Pablo Martín
estableció que de los 524 miembros de ese movimiento sacerdotal sólo entre 10 y
15 participaron por decisión individual en organizaciones guerrilleras, y entre
25 y 30 tuvieron contactos con las organizaciones armadas que actuaban en las
mismas villas, barrios, universidades o estructuras políticas: no más de un 5
por ciento en total.
Aquella dictadura
concluyó en 1973, con la entrega del gobierno al presidente electo Héctor
Cámpora, que puso en libertad a todos los presos políticos. Pero menos de tres
años después, el 24 de marzo de 1976, un nuevo y sangriento golpe militar, con
articulado apoyo civil, se apoderó otra vez del gobierno.
El 18 de abril de
1978, el ex cura Mac Guire fue secuestrado una vez más en Rosario, cuando
circulaba en bicicleta con un hijo. Recién recuperó su libertad en diciembre de
1983 al concluir la dictadura.
En 1984 declaró ante
la Comisión Presidencial Investigadora sobre la Desaparición de Personas
(Conadep). Dijo que fue “puesto violentamente en el piso del auto, encapuchado
y llevado fuera de la ciudad a un lugar desconocido que resultó ser el campo de
concentración perteneciente a la localidad de Funes y conocido como ‘Ceferino
Namuncurá’, que fue dado por sus anteriores poseedores, los salesianos”.
Luego
de doce días encapuchado en ese lugar, en el que lo sometieron a varios
interrogatorios bajo torturas cada día, Mac Guire fue conducido al Batallón 121
de Rosario, donde lo esperaban el 2 Comandante del Cuerpo de Ejército II,
general de división Luciano Adolfo Jáuregui, quien “disponía sobre la vida de
desaparecidos definitivos y en tránsito” y su ex arzobispo Bolatti. En ese
batallón, los suboficiales Gauna y Berra le confirmaron que había estado en el
Ceferino Namuncurá. Esposado a una cama del batallón durante un mes y medio,
Mac Guire fue sometido a una parodia de juicio en el Comando del Cuerpo II, en
el que resultó condenado a 15 años de prisión.
El compañero monseñor
Durante su
alojamiento en el Batallón también recibió la visita de un ex compañero en la
arquidiócesis rosarina, Eugenio Zitelli, quien lo reemplazó en la parroquia
obrera de Bajo Saladillo cuando Mac Guire y otros veintiocho sacerdotes
exigieron a Bolatti que aplicara las reformas conciliares.
Cuando volvieron a
verse, Mac Guire era un ex sacerdote, estaba preso y había sido torturado, y
Zitelli era el capellán de la jefatura de policía de Rosario, a cargo del
comandante de Gendarmería Agustín Feced. “Yo tenía todo el cuerpo lastimado por
efecto de la picana y él me preguntaba cómo estaba.”
Zitelli admitió haberlo
visitado, pero negó haber sabido de las torturas. En el subsuelo de la
Jefatura, María Inés Luchetti de Bettanín le contó que las presas, de entre 16
y 60 años, eran torturadas con picana eléctrica y violadas, entre ellas su
suegra. Zitelli la interrumpió:
–Que usen la
picana se justifica porque estamos en guerra y es un método apto para obtener
información. Pero la violación atenta contra la moral y los militares nos prometieron
que eso no iba a pasar.
Lo mismo le contaron
otras prisioneras, ante quienes explicó la necesidad de la tortura, pero se
conmovió con las violaciones. Una vez enterado por Zitelli, el arzobispo
Bolatti no hizo nada para modificar la situación, porque opinaba que de
fracasar la dictadura “el heredero será el marxismo” y se impondrá “el placer
sexual desorbitado” de una sociedad permisiva. La violación pasaba a ser así un
imperativo de la seguridad nacional, apta para combatir hasta el pecado capital
de la lujuria.
Al ex sacerdote Angel
Presello, que también había sido su compañero en el seminario, Zitelli le dijo:
–Sin tortura,
no hay información.
Ex detenidos cuentan
que en 1977 Feced les anunció que festejarían con una comida el haber acabado
con la subversión en Rosario. Les hizo pagar a los que quedaban con vida la
cena de celebración, para la que un preso fue obligado a cocinar, el vino
Nebiolo y el whisky.
Entre los comensales,
estaba el cura. En 1999, el sucesor de Bolatti en el Arzobispado, Eugenio
Mirás, le entregó a Zitelli el título honorífico de monseñor conferido por el
Vaticano. Centenares de habitantes de Casilda, donde oficiaba de párroco, lo
repudiaron. Mirás les replicó que era un excelente sacerdote y que quien
tuviera pruebas estaba en la obligación moral de llevarlas a la Justicia, cosa
que las víctimas habían hecho en vano quince años antes. María Inés Luchetti de
Bettanín le recomendó que consultara la causa Feced, donde constaba la
denuncia. Zitelli dijo que pedía perdón por las acciones lesivas a la humanidad
que hubieran cometido policías católicos, pero aclaró que Feced era agnóstico.
Además negó que ese
centro de detención hubiera sido clandestino y dijo que nunca supo de torturas,
aunque entendía la represión debido a los atentados contra policías, y que cuando
celebraba misa para las detenidas, lo recibían con gozo y alegría. Un ex
suboficial de la policía le respondió que él lo había visto, junto a Feced,
mientras torturaban con picana eléctrica a un detenido.
El año pasado, el
juez Marcelo Bailaque procesó a Zitelli junto con el ex dictador Jorge Videla y
catorce militares y policías en la causa Feced, como “partícipe necesario de
los delitos de privación ilegal de la libertad, agravada por mediar violencia y
amenazas” en nueve casos y “coautor del delito de asociación ilícita”, pero
consideró que no había mérito para procesarlo por tormentos y homicidio.
Bailaque ordenó la cárcel efectiva para los demás acusados, pero permitió el
alojamiento de Zitelli en una casa religiosa y luego dispuso que aguardara en libertad
la apertura del juicio oral.
Enganchados
En la institución
salesiana, Mac Guire compartió una minúscula habitación con otros dos
secuestrados, Roberto Pistacchia y Eduardo Garat. El último nunca reapareció.
Su esposa, Elsa María Lilia Martín, declaró en 1984 ante la Conadep que
militares y policías conocidos le confirmaron que Garat estaba vivo en el
Batallón 121 y que su detención se vinculaba con la proximidad del campeonato
mundial de fútbol.
Cuando el sargento
Durán les confirmó que estaba allí, los familiares recurrieron a la Iglesia
“pidiendo que intercedan por él y nos den información de su suerte. El padre
García, de Rosario, nos informó que estaba vivo. Las otras personas de la
Iglesia con que hablamos, nos pidieron tiempo para averiguar y hubo quienes se
ofrecieron a rezar por él”.
Garat fue
detenido-desaparecido unos días antes que Mac Guire. Cuando el secuestro de Mac
Guire fue convertido en detención, su mujer, María Magdalena Carey, pudo
visitarlo y se comunicó con la esposa de Garat. Le dijo que habían estado en un
centro clandestino en Funes y que luego de torturar al ex sacerdote le
exigieron que firmara una especie de confesión, “o te hacemos boleta como a
Garat que no quiso firmar”. Pistacchia fue secuestrado el mismo 18 de abril de
1978 que Mac Guire.
El 1º de noviembre de
este año hizo una primera declaración ante el fiscal Stara y esta semana lo
amplió ante Bailaque. Dijo que fue secuestrado en la puerta de su casa e
introducido en el baúl de un Ford Falcon, que lo condujo primero a la Jefatura
de Policía de Rosario y, luego de algunas horas, a un lugar de la ciudad de
Funes, donde permaneció más de un mes. Por las deplorables condiciones de
detención, perdió casi 30 kilos. Como bienvenida y sin hacerle preguntas
“empiezan las palizas, a tirarme agua fría y caliente”.
También padeció la
“aplicación de picana en el pie y simulacro de fusilamiento”. En ese lugar
estuvo con Mac Guire y Garat, “quienes también fueron interrogados con
tormentos”. Los tres compartían una minúscula habitación, pero eso no era un
problema para sus captores, ya que colgaron a cada uno “de un gancho por medio
de las esposas que tenían puestas”.
Agregó que una vez
fue llevado junto con Mac Guire a un patio, donde los mojaron con una manguera
en pleno invierno y les dispararon como si los fueran a fusilar. Un par de días
después de la llegada de Garat al lugar, escuchó a los secuestradores decir “se
nos va”, y a partir de allí quedó solo con Mac Guire. Pocos días después
aparecieron unos hombres de mejor nivel cultural que los torturadores, que
Pistacchia piensa que eran militares. “Hay que trasladarlo al cura”, dijo uno
de ellos. Pero se lo llevaron a él, que estaba encapuchado, hasta el Batallón
121. Lo curaron en la enfermería y lo esposaron a la cama. Hasta allí llegó una
comitiva de militares y hombres de civil. La encabezaba el general Jáuregui, a
quien acompañaba el Arzobispo.
–Hemos
cumplido. Aquí tiene a Santiago Mac Guire –dijo Jáuregui.
–Este no es Mac Guire
–replicó Bolatti.
Jáuregui ordenó que
volvieran a Funes a buscar al ex sacerdote y que trasladaran a Pistacchia.
–Supongo que este
señor queda acá –advirtió Bolatti.
Jáuregui asintió.
A Mac Guire lo
trajeron a la rastra porque no podía caminar solo y lo ubicaron en otra cama
junto a la de Pistaccchia. El ex cura saludó a Bolatti y ambos conversaron.
Pistacchia y Mac Guire fueron trasladados al Comando del Cuerpo II, en Moreno y
Córdoba, donde les anunciaron que les formarían un Consejo de Guerra.
Los llamaban
“enemigos de la Patria”, pero dejaron de torturarlos. Luego de una recorrida
por las cárceles de Coronda, Sierra Chica, La Plata, Villa Devoto y Rawson,
recuperaron la libertad al finalizar la dictadura. Pistacchia contó que en el
primer lugar donde estuvo secuestrado se escuchaba el vuelo de aviones. Por el
estado del piso y las paredes parecía un lugar en construcción.
También se escuchaba
el funcionamiento continuo de un generador eléctrico. Lo mismo le había dicho
Mac Guire al diario Democracia, al quedar en libertad en diciembre de 1983.
Agregó que al llegar al Batallón 121, el Sargento Gauna y el Cabo Primero Berra
le contaron que el centro clandestino al que lo condujeron estaba en Funes.
En la pieza donde
estuvo había materiales de construcción. Era un lugar muy silencioso y de noche
prendían un generador eléctrico. El fiscal Stara pidió al juez Bailaque el
llamado a indagatoria por la privación de la libertad y los tormentos aplicados
allí contra personal del Cuerpo de Ejército II y su destacamento de
Inteligencia y contra el capellán Zitelli. La familia del ex sacerdote presentó
querella y solicitó al Arzobispado que informe si los salesianos tienen o
tuvieron un predio en la localidad de Funes. También se pidieron informes al
registro de la propiedad y al Ministerio de Defensa. El miércoles y el jueves
de esta semana, el fiscal Stara presentará su alegato ante el tribunal oral por
la parte del proceso en curso.
El primer caso
La isla “El Silencio”
era la residencia de descanso del Arzobispado de Buenos Aires, en las afueras
de la capital argentina, y escenario del festejo anual de graduación de sus
seminaristas. Como titular figuraba el solterón Antonio Arbelaiz, administrador
de los bienes de la Curia durante más de treinta años, con los cardenales
Santiago Copello, Fermín Lafitte, Antonio Caggiano y Juan Carlos Aramburu.
Arbelaiz hizo testamento a favor de la Curia. A raíz de la visita de la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en 1979, el Grupo de Tareas de la
Escuela de Mecánica de la Armada necesitaba un lugar donde esconder a sesenta
prisioneros para que los investigadores no los encontraran.
Arbelaiz vendió “El
Silencio”, sobre el río Chañá-Miní, a monseñor Emilio Grasselli, secretario
general del Vicariato Castrense y secretario familiar de Caggiano hasta su
muerte, ese mismo año. Gra-sselli transfirió esa propiedad al Grupo de Tareas
de la ESMA, que la adquirió con el documento falso del detenido ilegal Marcelo
Hernández. Pude reconstruir las sucesivas ventas encadenadas, típicas de una
operación de lavado en la que se confunden las pistas, por la colaboración del
actual Papa Francisco, quien en 1999 me indicó en un manuscrito de su puño y
letra en qué juzgado estaba el expediente.
El círculo se cerró
cuando el dinero que la Armada le debía a Grasselli por la hipoteca sobre la
isla fue a parar a la Curia, como heredera de Arbelaiz. En uno de sus
testimonios judiciales, el entonces cardenal Jorge Bergoglio dijo que nunca oyó
hablar de la isla “El Silencio”, ante lo cual publiqué el facsímil de su manuscrito.
Los prisioneros
estuvieron dos meses en “El Silencio” y al terminar la misión de la OEA la
mayoría volvió a la ESMA, algunos fueron puestos en libertad, y otros
asesinados. Recién en junio de este año, casi dos décadas después de conocida
su existencia, el lugar fue reconocido por la Justicia, durante una visita con
los sobrevivientes que realizó el juez federal de la Capital, Sergio Torres,
instructor de la causa ESMA.
Buenos vecinos
Los tres prisioneros
identificados hasta ahora fueron torturados en abril de 1978 en el sector donde
estaba en construcción el Seminario Salesiano de la Casa Obra Ceferino
Namuncurá. Al año siguiente, los salesianos vendieron esa parte del predio de
40 hectáreas a la Fuerza Aérea, que construyó allí su primer Liceo Aeronáutico
Militar.
La operación de
compraventa se cerró el 19 de abril de 1979 y el 10 de agosto se firmó la
resolución que creó el liceo, que fue inaugurado el 15 de marzo de 1980. Los
salesianos conservaron una buena porción del terreno, lindera con el Liceo,
sobre la avenida Fuerza Aérea Argentina.
Allí siguen
existiendo hasta el presente la Casa Obra Ceferino Namuncurá, la Fundación Apis
y la Casa Obra María Auxiliadora, con escuela primaria y secundaria, ambas
subvencionadas en un 60 por ciento de su presupuesto por el Estado nacional. La
primaria tiene 28 agentes educativos o pastorales y 357 alumnos y la
secundaria, 31 y 132. Allí pasó los últimos años de su vida, hasta su muerte en
1991, el salesiano más notorio del Litoral, el provicario castrense Victorio
Bonamín, desde cuya habitación se veían las instalaciones del Liceo
Aeronáutico.
El general Jáuregui,
el provicario Bonamín y el arzobispo Bolita participaron en la ceremonia
inaugural. El primer abanderado del Liceo fue el cadete Carlos Bonamín y su
primer director el comodoro Alsides (está bien con s) París Francisca. En la
Orden del Día Nº 1 ordenó “inculcar en el cadete, un profundo amor a Dios, a la
Patria y a la Libertad del Hombre, tomando como base la Familia, por ser el
pilar de toda la estructura social”.
También sostuvo que
“la administración de justicia nos debe merecer especial atención”. No lo decía
en vano. Acababa de desempeñarse como jefe de la policía de Mendoza. En marzo
de 2013, París Francisca fue condenado a prisión perpetua como coautor mediato
de los delitos de privación ilegítima de la libertad agravada, homicidio
triplemente agravado, sustracción de menores y robo, y como autor de asociación
ilícita, crímenes de lesa humanidad que cometió en aquella provincia. Además
está procesado en otras ocho causas y será uno de los 41 procesados en la
megacausa que comenzará en febrero. Por sus 82 años goza de la prisión
domiciliaria.
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