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sábado, 28 de julio de 2012

La operación Cóndor y el Estado paralelo

J. Patrice McSherry, Ph.D. (*)


Me siento muy honrada de estar aquí con tantos colegas y amigos distinguidos y ante una audiencia tan destacada. Quiero expresar mi reconocimiento a Jair Krische del Movimiento por la Justicia y los Derechos Humanos de Brasil, y la congresista Luiza Erundina de Sousa, Coordinadora de la Comisión Parlamentaria para la Memoria, la Verdad y la Justicia. 

Confío en que este proceso en curso para descrubrir la verdad acerca de la Operación Cóndor contribuya a la lucha por la verdad y la justicia, tanto en Brasil como en otras partes, incluido mi propio país, y a impedir la repetición de otras operaciones de este tipo en el futuro.

En mi exposición de hoy, voy a presentar algunas evidencias y conceptos de mi libro, especialmente evidencias sobre el rol de los EEUU en la Operación Cóndor y mi concepto del Estado paralelo.

La Operación Cóndor se ajustó completamente dentro de la doctrina y estrategia contrainsurgente como un programa de “caza y muerte”. Como sabemos, los agentes operativos de Cóndor llevaron a cabo encubiertas detenciones-desapariciones de disidentes exiliados a través de las fronteras, entregaron a estos a otros países, y los sometieron a tortura y ejecución extrajudicial. 

Los escuadrones de Cóndor también asesinaron o intentaron asesinar a dirigentes clave de la oposición política que estaban exiliados en América Latina, Europa y los Estados Unidos. La Operación Cóndor funcionaba en tres niveles: compartiendo entre sí información de inteligencia y coordinando la vigilancia política de disidentes seleccionados; acciones encubiertas, usualmente operaciones transfronterizas de caza y muerte y otras formas de guerra ofensiva no convencional; y, de manera más secreta, una capacidad para realizar asesinatos que se denominó “fase III”.

Como parte de la fase III, se formaron equipos especiales de asesinos provenientes de los países miembros para viajar por el mundo con el propósito de eliminar a los “enemigos subversivos”, es decir, dirigentes políticos que pudiesen organizar y dirigir movimientos a favor de la democracia en contra de los regimenes militares. Uno de esos asesinatos de Cóndor fue dirigido contra Orlando Letelier, ex Ministro de Relaciones Exteriores de Chile y crítico prominente del régimen de Pinochet, y Ronni Moffitt, su colega estadounidense, que fueron asesinados con una bomba colocada en su auto, en Washington, en 1976. 

Otros blancos de ataque incluyeron a Carlos Prats, general constitucionalista chileno, y su esposa, Sofía Cuthbert, que fueron asesinados en Buenos Aires (1974), y dos parlamentarios uruguayos que eran opositores del régimen militar uruguayo, Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez, que fueron desaparecidos, torturados y muertos en Buenos Aires (1976).

En general, la Operación Cóndor se debe entender en el contexto del sistema de hegemonía, o dominación, configurado por Washington en la era posterior a la Segunda Guerra Mundial, esto es, un sistema diseñado para preservar las estructuras existentes de poder y riqueza en la región e impedir que se les desafiara. 

Washington volcó enormes recursos en el sistema interamericano de defensa, del cual Cóndor fue una parte totalmente secreta, para movilizar y unificar a las fuerzas militares, con el propósito de impedir que dirigentes izquierdistas se hicieran del poder y controlar y destruir los movimientos de izquierda y populares en América Latina.

Después de la Segunda Guerra Mundial y, especialmente, luego de la revolución cubana en 1959, surgieron nuevos movimientos progresistas y nacionalistas en América Latina y en el mundo, que exigían justicia social, control de los recursos nacionales, la nacionalización de las empresas extranjeras, mayor participación política, reforma agraria, el fin de la represión, educación gratuita e igualdad para los oprimidos, es decir, esencialmente, exigiendo derechos nuevos y la reestructuración del poder político y económico. 

Muchos trabajadores, campesinos, religiosos, estudiantes y maestros se sumaron a las organizaciones que exigían el cambio social. También surgieron varios movimientos guerrilleros. En la medida en que dirigentes de izquierda y nacionalistas ganaron elecciones en toda América Latina en los 60s y principios de los 70s y nuevos movimientos revolucionarios y progresistas ganaron fuerza, los estrategistas estadounidenses temieron el desarrollo de una amenaza inspirada por el comunismo contra los intereses económicos y políticos de los Estados Unidos en el hemisferio. Las élites locales temieron igualmente que estaba en riesgo su tradicional dominación política y su riqueza.

A partir de los 40s y especialmente después de la revolución cubana, funcionarios estadounidenses reorganizaron el sistema interamericano de defensa para combatir a las fuerzas de la revolución y el cambio social, ampliando la presencia militar estadounidense en la región, incorporando socios latinoamericanos al interior de una densa matriz de instituciones hemisféricas de seguridad y lanzando esfuerzos contrainsurgentes. El documento NSC-141 (1952) enunció la política estadounidense para el continente americano:

Para América Latina [sic] buscamos en primer lugar y primordialmente el desarrollo ordenado político y económico que haga que las naciones de América Latina se resistan al crecimiento interno del comunismo y la guerra política soviética…En segundo lugar, buscamos la solidaridad hemisférica para apoyar nuestra política mundial y la cooperación de las naciones latinoamericanas para salvaguardar el hemisferio mediante medidas de defense individuales y colectivas contra la agresión externa y la subversión interna. (1)

Existe mucha evidencia de que la Operación Cóndor funcionó dentro del sistema interamericano de defensa y seguridad. Washington había comenzado a exhortar la colaboración entre las fuerzas militares del continente americano después de la Segunda Guerra Mundial mediante organizaciones tales como la Escuela del Ejército de los Estados Unidos en el Caribe (USACARIB), creada en 1946 y después denominada Escuela de las Américas (SOA), y acuerdos tales como el Pacto de Río de 1947, que proclamó el concepto de defensa hemisférica. 

Otras instituciones que integraron a los ejércitos del continente incluyeron a la Junta Interamericana de Defensa y las conferencias de los ejércitos de América. Las conferencias fueron iniciadas por comandantes estadounidenses en 1960 para fusionar a las fuerzas militares de la región en el combate de la Guerra Fría contra la subversión y la revolución.

El segundo de los artículos que forman parte de la Carta de la Conferencia de los Ejércitos Americanos declaraba que la misión de los ejércitos era “proteger al continente de las acciones agresivas del Movimiento Comunista Internacional,” un movimiento que instigaba la subversión interna. 

En la planificación, el intercambio de inteligencia y la formulación de estrategias de la Conferencia se hacía énfasis, de manera abrumadora, en la amenaza subversiva. 

Según una historia militar de las Conferencias de 1985, las primeras reuniones en el decenio de 1960s se centraron en la generación de una doctrina continental para combatir “la agresión comunista;” el intercambio de inteligencia acerca de los grupos subversivos; el establecimiento de un Comité interamericano permanente de inteligencia, situado en la zona del Canal de Panamá; el establecimiento de escuelas de inteligencia en cada país; la configuración de un sistema codificado de telecomunicaciones entre los ejércitos; y programas de capacitación para todos los ejércitos en estrategias de contrasubversión, contrarevolución y seguridad interna. 

La Operación Cóndor, organizada posteriormente, fue obviamente un producto de estos programas y estructuras transnacionales.

La revolución cubana de 1959 había aumentado la sensación de amenaza entre los sectores conservadores en toda la región, llevándolos a una coordinación más profunda. De manera más importante, se redefinió la misión primaria de las fuerzas armadas latinoamericanas: de la defensa nacional a la seguridad interna. Se transformó totalmente el pensum de la SOA en 1961 para poner énfasis en la amenaza planteada por los “enemigos internos”. 

Los manuales de adiestramiento de los militares de los EEUU de la CIA, que fueron desclasificados a medianos del decenio de 1990, brindaron evidencias documentadas de que los instructores enseñaban métodos de tortura, tales como la utilización de la descarga eléctrica; el uso de drogas e hipnosis para inducir la regresión psicológica; la utilización secuencial de la deprivación sensorial, el dolor y otros medios en los interrogatorios; los métodos de asesinato; y amenazas contra los miembros de la familia y el secuestro de ellos para desmoronar la resistencia del prisionero.

Personal estadounidense y francés reorganizaron y adiestraron a las fuerzas militares de América Latina para emprender operaciones contrainsurgentes agresivas dentro de sus propias sociedades. El aparato de seguridad de los Estados Unidos de manera dramática reorientó, reconfiguró, amplió y movilizó el sistema hemisférico existente para voltear a las fuerzas militares hacia adentro.

El régimen continental de contrainsurgencia sirvió como vehículo para unificar las fuerzas militares, policiales y de inteligencia y ampliar la influencia de los Estados Unidos en la región. Las doctrinas nacionales de seguridad que los Estados Unidos y otros países promovieron, incluidos Brasil y Argentina, incorporaron las ideas de “seguridad y desarrollo” con feroz anticomunismo y bajo el concepto de que “el fin justifica los medios”. Esto es, se requerían métodos ilegales y despiadada represión para combatir al “enemigo interno”. 

La doctrina de la seguridad nacional de la Guerra Fría también legitimó un rol político central para las fuerzas armadas, en su condición de actores anticomunistas clave. Si bien algunos sectores militares se resistieron a la influencia estadounidense, con el tiempo las instituciones armadas de toda la región adoptaron la misión contrainsurgente, cada cual con sus propias variaciones, y participaron en la integración más profunda de las fuerzas militares.

En los 60s, 70s y principios de los 80s, las fuerzas armadas apoyadas por los Estados Unidos llevaron a cabo golpes en toda América Latina, procediendo a aniquilar las fuerzas de izquierda y extirpar sus ideas. Si bien las formas de represión fueron distintas de un país a otro, los grupos contrainsurgentes tenían objetivos comunes clave: la eliminación de los “enemigos internos” reales o potenciales y la reorganización de sus Estados y sociedades para consolidar el poder militar. 

Es esencial darse cuenta de que Washington temía a los dirigentes izquierdistas electos tanto, si no es que más, como a las guerrillas revolucionarias en la región, como se demostró con los complots contra Goulart y Allende, entre otros.

En 1973 o principios de 1974, antes de que el aparato de Cóndor adquiriera su nombre de código y su estructura formal, los grupos contrainsurgentes crearon el prototipo de Cóndor, un sistema coordinado para desaparecer, torturar y trasladar ilícitamente a los exiliados a través de las fronteras. En febrero de 1974, tuvo lugar una reunión en Buenos Aires para planificar una colaboración más profunda de las fuerzas policiales de cinco Estados de América del Sur. 

Entre 1973 y 1974 dieron inicio las desapariciones transfronterizas y las transferencias forzadas y extralegales de exiliados (“entregas”) a cargo de escuadrones multinacionales de Cóndor, con base en un acuerdo no escrito que permitía a los militares asociados perseguir a individuos que habían huído a los países vecinos. 

Un informe secreto de la CIA, National Intelligence Daily de 23 de junio de 1976, declaraba: “A principios de 1974, funcionarios de seguridad de Argentina, Chile, Uruguay, Paraguay y Bolivia se reunieron en Buenos Aires para organizar acciones coordinadas en contra de objectivos subversivos [5 LINEAS TACHADAS] Desde entonces [3 LINEAS TACHADAS] los argentinos han conducido operativos antisubversivos conjuntos con los chilenos y los uruguayos.” Ésta era la esencia de Cóndor, si bien aún sin nombre.

El coronel chileno Manuel Contreras, jefe de la DINA, fue un organizador clave de Cóndor. Convocó en 1975 a una reunión de fundación para institucionalizar el prototipo de Cóndor. En el año 2000, la CIA reconoció que Contreras había sido un “bien” (“asset”) pagado por la CIA entre 1974 y 1977, el período durante el cual la red de Cóndor planificaba y realizaba asesinatos en Europa, América Latina y los Estados Unidos.

Funcionarios de la CIA habían ayudado a colocar las bases para Cóndor a principios de los 70s, al organizar reuniones de funcionarios militares y de policía de América Latina, de derecha y torturadores de escuadrones de la muerte, como Sergio Fleury de Brasil. Las fuerzas estadounidenses les alentaron a coordinar sus operaciones contrasubversivas y a compartir técnicas represivas con sus contrapartes. 

El jefe de la estación de la CIA en Chile, ayudó a organizar la DINA en 1973-1974 y pidió específicamente a sus contactos militares brasileños que adiestraran a los agentes operativos de la DINA en tácticas “no convencionales”. Brasileños dieron capacitación a los funcionarios de la DINA sobre técnicas de tortura y, a su vez, funcionarios de la DINA colaboraron con derechistas argentines, tanto civiles como militares, para asesinar al general chileno constitucionalista Carlos Prats y a su esposa, Sofía Cuthbert, en Buenos Aires, en 1974, tal como mencioné anteriormente. Pinochet temía la influencia de Prats en su condición de opositor a la dictadura chilena. 

Se trató de un asesinato temprano cometido por el prototipo de Cóndor aún sin nombre. Hay otros ejemplos de secuestros y “desapariciones” en 1973, que tienen el sello de la colaboración de Cóndor.

En 1974, un escuadrón uruguayo para realizar secuestros y desapariciones se trasladó a Buenos Aires y trabajó con sus contrapartes argentinas y chilenas para capturar, torturar, interrogar y transferir ilícitamente a exilados a sus países de origen (muchos de los cuales tenían condición de protegidos políticos con las Naciones Unidas). 

Unidades seleccionadas de la marina uruguaya empezaron a coordinar acciones represivas secretas con personal de la infame Escuela de Mecánica de la Marina Argentina (ESMA) en 1974 y una delegación de la ESMA viajó ese año al Uruguay para adiestrar a los oficiales en técnicas de tortura como parte de los cursos de contrainsurgencia. 

En uno de los casos, el ciudadano uruguayo Antonio Viana fue secuestrado en su casa en Buenos Aires por una escuadra conjunta argentina-uruguaya, llevado a la sede de la policía federal y torturado por oficiales uruguayos que él reconoció. Viana supo después que eran de la Policía Federal Argentina y de las agencias OCOA y DNII del Uruguay. A mediodía fue llevado a la sede de la Policía Federal Argentina, La Superintendencia de Seguridad Federal, en donde continuaron torturándolo, tanto física como psicológicamente (2). 

Viana testificó que sus torturadores e interrogadores en la Superintendencia incluían a los policías argentinos Miguel Angel Iñiguiz and Alberto Villar y a los tristamente conocidos uruguayos Carlos Calcagno, José Gavazzo, Campos Hermida, Silveira y Castiglioni. Viana fue enviado de vuelta para el Uruguay, en donde permaneció “desaparecido” por años.

Cóndor, que fue “oficialmente” institucionalizado en noviembre de 1975, llegó a llenar una función esencial para el régimen interamericano de contrainsurgencia. Mientras que las fuerzas militares llevaban a cabo la represión masiva dentro de sus propios países, el sistema transnacional de Cóndor silenció a los individuos y grupos que habían escapado de las dictaduras y les impidió organizarse políticamente o influenciar la opinión pública.

La misión anticomunista, de la cual Cóndor era parte, trituró en última instancia tanto a los movimientos e individuos radicales como a los demócratas. Cóndor no fue solamente una iniciativa latinoamericana (o chilena), ni tampoco fue un simple instrumento de Washington. 

Cóndor fue un componente secreto del regimen continental de contrainsurgencia. Las fuerzas estadounidenses también colaboraron para hacer avanzar a los oficiales de línea dura alineados con los objetivos de los Estados Unidos al interior de las estructuras militares de la región, a fin de promover al sector contrainsurgente de las fuerzas armadas por encima de los sectores constitucionalistas.

El rol de Estados Unidos en la Operación Cóndor

Cóndor no surgió de la nada en los 70s o menos en respuesta a la formación de coaliciones revolucionarias tales como la Junta Coordinadora Revolucionaria en 1974: las semillas de Cóndor se plantaron mucho antes, en los programas de capacitación al interior del sistema militar interamericano. Cóndor fue un elemento totalmente secreto del régimen contrainsurgente en el continente americano y documentos desclasificados dejan en evidencia que funcionarios en Washington de alto nivel estaban bien informados de Cóndor y brindaban colaboración, compartían información de inteligencia y daban apoyo político.

Como se hizo notar previamente, los militares de Washington y América Latina tenían temor de los dirigentes izquierdistas electos tanto como de los movimientos guerrilleros. La democracia no se podía tolerar si se hacían del poder los izquierdistas o los nacionalistas. 

Ese temor a los líderes electos queda bien ilustrado mediante los documentos desclasificados que detallan las discusiones entre Richard Nixon y el dictador militar brasileño Emilio Garrastazu Médici, en diciembre de 1974. (3) Los dos líderes de mentalidad similar hicieron planes para socavar o derrocar a los líderes izquierdistas y progresistas en todo el hemisferio mediante operaciones encubiertas que esconderían la mano de los Estados Unidos. 

Nixon le dijo a Médici que “habían muchas cosas que Brasil en su condición de país sudamericano podría hacer que los Estados Unidos no podrían” – se implicaba que Brasil podía actuar en representación de los Estados Unidos—para socavar a los dirigentes izquierdistas de Chile, Bolivia, Uruguay, Cuba y Perú, todos los cuales ellos analizaron.

Médici propuso que Brasil y los Estados Unidos colaboraran para detener la “tendencia de la expansión marxista e izquierdista” y Nixon se comprometió a “dar asistencia a Brasil en todo lo que fuera posible y cuando fuese factible”, específicamente con fondos y recursos para socavar el gobierno izquierdista de Salvador Allende en Chile. 

Médici informó a Nixon que Brasil colaboraba con oficiales chilenos para derrocar a Allende (esto se dio dos años antes del golpe de 1973) y Nixon respondió que era “muy importante que Brasil y los Estados Unidos colaboraran estrechamente en esta esfera” de manera de que pudieran “prevenir nuevos Allendes y Castros y tratar en donde fuese posible de revertir estas tendencias” . (4) 

Ambos acordaron establecer un canal secreto para las comunicaciones (para impedir que personas no autorizadas leyeran explosivos intercambios de extremo secreto y evitar dejar huellas con documentos) y Nixon manifestó que nombraría a Henry Kissinger como su enlace.

Estos documentos, que fueron liberados en agosto de 2009, proporcionan nuevas evidencias sobre las maneras en que dirigentes anticomunistas poderosos conspiraban para sabotear a gobiernos progresistas electos que promovían el cambio social en la región. 

De manera importante, un preocupado general brasileño le dijo a su contacto en la CIA que pensaba que “Es obvio que los Estados Unidos desea que Brasil ‘realice el trabajo sucio’” (5) expresando de esa manera las reservas internas acerca del rol de Brasil en vías de expansión para subvertir a los gobiernos vecinos como un agente en favor de Washington. Pese a esas ocasionales reservas, no obstante, los militares brasileños desempeñaron una función importante como actor contrarrevolucionario en la región. 

Formas de cooperación de esa naturaleza sentaron las bases para la Operación Cóndor.
Las fuerzas militares y de inteligencia de los Estados Unidos estaban bien informadas de las operaciones de Cóndor y los Estados Unidos desempeñaron una función encubierta clave para modernizar y extender el aparato de Cóndor. 

Una fuente militar argentina dijo en 1976 a su contacto en la Embajada de los Estados Unidos que la CIA había estado profundamente involucrada en el establecimiento de vínculos por computadora entre las unidades de inteligencia y operativas de los seis Estados de Cóndor. 

Un ex agente de Cóndor de Bolivia manifestó a un periodista a principios de los 90 que un sistema avanzado de comunicaciones había sido instalado en el Ministerio del Interior en La Paz, junto con un sistema de télex interconectado con los otros cinco países de Cóndor. Indicó que la CIA había hecho una máquina especial para codificar y descodificar mensajes especialmente para el sistema de Cóndor.

Muchos documentos desclasificados de los Estados Unidos se referían a Cóndor con lenguaje favorable. Un informe de 1976 de la Agencia de Inteligencia de Defensa (DIA) destacaba que una unidad de asesinatos de Cóndor estaba “estructurada de manera muy similar a un equipo estadounidense de Fuerzas Especiales” y, como algo común, describía las “operaciones conjuntas de contrainsurgencia” para “eliminar actividades marxistas terroristas” (6) 


Cables militares y de la CIA y Pentágono informaban acerca de las operaciones secretas de Cóndor, incluidas las desapariciones forzadas en Buenos Aires en 1976 de docenas de miembros del Partido de la Victoria del Pueblo del Uruguay, indicando con ello las estrechas relaciones con las unidades clave de caza y muerte de Cóndor. (7) 


Las agencias de seguridad de los Estados Unidos proporcionaron a los militares cooperación en inteligencia, incluidas listas de sospechosos. Documentos desclasificados demuestran que el personal estadounidense estaba directamente involucrado en algunas operaciones de Cóndor en materia de secuestro-desaparición y “entregas”. 


La Comisión Rettig de Chile se enteró, por ejemplo, que la captura del militante chileno Jorge Isaac Fuentes Alarcón en Paraguay fue un esfuerzo cooperativo entre los servicios de inteligencia argentines, personal de la Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires y la policía paraguaya.

Tal vez la evidencia más contundente del involucramiento de Washington en Cóndor es que los EEUU facilitaron las comunicaciones de Cóndor en todo el continente americano. En 2001 durante mis investigaciones de los documentos desclasificados del EEUU encontré un cable de 1978 que decía que los EEUU pusieron a la disposición del aparato de la Operación Cóndor su red interamericana de comunicaciones. 


Los oficiales de Cóndor tenían una base secreta de comunicaciones en la sede militar de los EEUU en la zona del Canal de Panamá. En esos años existían ahí una gran estación de la CIA, la sede del Comando Sur, el centro de las Fuerzas Especiales y la Escuela de las Américas. La base siempre fue un nexo para las operaciones encubiertas y una plataforma para intervención estadounidense en América Latina. 


Los oficiales de Cóndor usaron dicho sistema, “codificado dentro de la red de comunicaciones de EEUU”, para coordinar información de inteligencia en toda América Latina. Ésta es una prueba clave del rol encubierto de los EEUU en Cóndor, en su condición de patrocinador secreto: estaba involucrado directamente en el ámbito operativo de funcionamiento. 


Esta red sofisticada permitió que los oficiales de Cóndor pudieran comunicarse con sus centros operativos y vigilar los movimientos de personas en áreas grandes de Sudamérica. Según Robert White, ex embajador en Paraguay (y autor de la cable), este tipo de sistema de comunicaciones fue establecido para el uso de los militares aliados, para que personal de los EEUU pudiera monitorear sus comunicaciones y avisar a sus superiores sobre las operaciones planificadas.


En otras palabras, las fuerzas de los EEUU tenían conocimiento completo sobre las operaciones de Cóndor coordinadas en la red estadounidense. Aunque no sabemos quien autorizó esta operación, ella demuestra que Washington consideró que Cóndor fue una operación negra que sirvió a los intereses de los EEUU.

Conclusiones

Es clave analizar Cóndor como parte de lo que he nombrado el Estado paralelo, que fue un componente fundamental en la doctrina y práctica de contrainsurgencia. Parte del modelo de contrainsurgencia fue la creación de fuerzas paralelas—las fuerzas parapoliciales y paramilitares, que están ancladas en el Estado y son dirigidas por éste, pero secretamente–y una vasta infrastructura paralela, en las sombras, que incluye prisiones clandestinas, flotillas de vehículos sin identificación y aparatos aéreos sin registro, cementarios secretos y sistemas protegidos de comunicación. 

En América Latina, el Estado paralelo aumentó las capacidades letales de las dictaduras, al tiempo que permitían a éstas retener la apariencia de legalidad. Las fuerzas paraestatales incluían grupos clandestinos, organizaciones secretas de inteligencia, fuerzas de tareas y redes de informantes civiles que actuaban de manera encubierta a favor del Estado. Fue un sistema para garantizar la impunidad.

El aparato del Estado paralelo era el lado invisible del Estado militar, pero estrechamente ligado a la cara visible, si bien de manera secreta. Escuadrones de la muerte paraestatales llevaron a cabo, de manera encubierta, las desapariciones, los actos de tortura, los asesinatos y las ejecuciones extrajudiciales, en su condición de apéndice del Estado visible y bajó sus órdenes, a la vez que proporcionaban a los gobiernos militares la capacidad de negar su participación. 


El Estado paralelo fue un instrumento para lograr de manera secreta lo que no se podía conseguir de manera legal o política. Fue creado para poner en práctica políticas que violaban todas las leyes y normas y para sortear cualquier límite impuesto al poder coercitivo del Estado.

¿Por qué apoyó Washington a las dictaduras militares de la era de las dictaduras militares y presto sustento a la Operación Cóndor? Resulta obvio que funcionarios de alto nivel en los Estados Unidos encargados de tomar decisiones consideraban esas políticas como favorable a los intereses estadounidenses. 


La promoción de fuerzas de derecha y de guerras contrainsurgentes en el mundo en desarrollo era más que un proyecto antisoviético de la Guerra Fría. Washington actuaba para retener y hacer avanzar la hegemonía de los Estados Unidos en América Latina y en todas partes y consideraba que las fuerzas anticomunistas eran los aliados de mayor confianza para preservar los intereses políticos, económicos y estratégicos de los Estados Unidos.

Washington aprobó las operaciones encubiertas y las campañas de contrainsurgencia particularmente en países en donde el poder parecía pasar de estar concentrado en las élites pro capitalistas y pro fuerzas de los Estados Unidos a sectores sociales nacionalistas o izquierdistas con interés en la reestructuración política y del poder económico. 

En la medida en que tales dirigentes ganaban elecciones en toda América Latina en los 60s y 70s y surgían nuevos movimientos revolucionarios y progresistas, los estrategas estadounidenses temieron que el informal imperio estadounidense en el continente americano fuese amenazado. Las élites locales temieron de manera similar la amenaza a su dominación tradicional. La política de los Estados Unidos sirvió, en la mayoría de los casos, para fortalecer a las élites tradicionales y las fuerzas militares y de seguridad, mientras se diezmaban a los individuos y los movimientos sociales izquierdistas y progresistas. 

La guerra contrainsurgente fue el medio para desmovilizar a los movimientos izquierdistas y nacionalistas, aterrorizar a las sociedades y mantener bajo control las zonas de interés de los Estados Unidos. 

Cóndor fue una operación negra dentro del esfuerzo contrainsurgente y tuvo un protector y benefactor poderoso. Sin lugar a dudas, hay mucha más información acerca de Cóndor en los archivos del Gobierno de los Estados Unidos. 

Sería muy importante que la Comisión solicitara a Washington que desclasifique los documentos sobre Cóndor en el Brasil, con el propósito de encontrar nuevas informaciones.

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(*)  Ponencia en el “Seminario Internacional Operação Condor”, Brasilia, Brasil, 4 y 5 de julio, 2012.
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 (1) Ver Brian Loveman, For La Patria: Politics and the Armed Forces in Latin America (Wilmington, DE: Scholarly Resources, Inc., 1999), 151.

(2) Comunicaciones de Antonio Viana a la autora, 17 y 18, 2006, y materiales enviadas por Viana , incluyendo “Aide Mémoire” 12 de agosto, 1981; United Nations, “Communication No. 110/1981,” UN Doc. CCPR/C/OP/2 at 148 (1990); “Memorandum” por Raúl Benitez Caches, DNII, on Viana, n.d. (but 1974); Policia Federal de Argentina, “Exposición de: Antonio Viana Acosta;” y Swedish Ministry of Foreign Affairs, “Aide Memoire,” July 7, 1993. Ve también: A Todos Ellos: Informe de Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos (Montevideo: Madres y Familiaries, 2004), 383-86; Walter Pernias, “Una dupla de terror,” Brecha (Uruguay), July 1, 2006; and “¿Un tercer muerto en Boiso Lanza?” La República (Uruguay), May 16, 2006.

(3) See National Security Archive, “Brazil Conspired with U.S. to Overthrow Allende,” National Security Archive Electronic Briefing Book No. 282, Posted - August 16, 2009, at http://www2.gwu.edu/~nsarchiv/NSAEBB/NSAEBB282/index.htm

(4) “Memorandum for the President’s File,” de Henry Kissinger, December 9, 1971, p. 5. See also Predatory States, 53-58.

(5) Secret CIA Memorandum, “Alleged Commitments Made by President Richard M. Nixon to Brazilian President Emilio Garrastazu Médici,” n.d. on document.

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