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viernes, 27 de julio de 2012

"Escribo y lloro"

Mirta Macedo (1939-2012)

Brecha. 28 7 12. Por Roxalba Oxandabarat


Mirta Macedo falleció el martes. Había nacido en Minas, en 1939, fue militante y funcionaria de la Unión de Juventudes Comunistas primero y luego del Partido Comunista, antes y durante la dictadura militar, estuvo presa desde 1976 hasta 1981. 

Una más entre decenas de mujeres que sufrieron prisión bajo la dictadura, su nombre saltó a la atención pública cuando, en noviembre del año pasado, ella y otras ex presas políticas denunciaron las torturas y abusos sexuales padecidos durante su tiempo de prisión.

Murió después de una dolorosa enfermedad. Enfermedad que no fue tratada a tiempo, dice a Brecha Charna Furman, amiga y compañera desde la militancia en el Partido Comunista, compañera también –de Mirta y de su hermana Selva– “en la cana y después”, enfermedad en fin sobre la cual quizá hubo errores u omisiones médicas, y también hasta un proceso de negación por parte de la misma Mirta. Pero que se desató, está segura Furman, a partir de la angustia de ese doloroso duelo con la memoria que siempre llevó a cabo Mirta, y que llegó al paroxismo desde el trabajo con sus compañeras en torno a esa denuncia.

Mirta era dura, era rebelde, era peleadora, lo que le hacía las cosas aun más difíciles en el penal, recuerda Charna. Así, terminaba demasiado a menudo en el calabozo. 

En el penal obligaban a las mujeres a hacer caminería, muchachas frágiles y maltratadas manejando pesados pilones, y Mirta, con su aorta de plástico, castigada a cada rato por no acompasarse al ritmo requerido. 

“No sólo el penal, el trabajo, hasta penas de amor y traición que llegaban desde afuera golpearon duramente a Mirta. Pensábamos que con ese corazón tan frágil no resistiría. Y sin embargo, fue ese corazón el que resistió hasta el final”, dice Furman.

La mujer con la aorta de plástico tuvo, o sacó de sus convicciones y sus ganas de vivir, fuerzas para las tareas de resistencia contra la dictadura, para sobrevivir a la tortura, las violaciones y la cárcel, y también para recomenzar su vida, en todos los sentidos, después de recuperar la libertad en 1981. 

Volvió a las aulas con cuarenta años, se recibió de asistente social, tuvo un hijo, escribió libros. Un día, una noche, todos los días, en 1999; Tiempos de ida, tiempos de vuelta, en 2002; Atando los tiempos: reflexiones sobre las estrategias de sobrevivencia en el penal de Punta de Rieles, 1976-1981, en 2005; De la prisión a la libertad: reflexiones sobre los efectos sociales de la prisión, en 2008. 

Tres libros de largo nombre –publicados por Orbe– y mucho más largo trabajo de reflexión, de enfrentar los fantasmas que acosaban la memoria, tratando de comprender para seguir.

“Escribo y lloro”, le confiaba a su amiga. Volver a mirar de frente todo aquello que ella y otras y otros habían vivido, que en su caso, como en el de otras mujeres, incluía también la humillación y la repugnancia del abuso sexual. Ella y casi treinta ex presas políticas más presentaron esa denuncia (véase Brecha 4-XI-11) sobre tortura y violencia sexual contra decenas de militares, policías, médicos y enfermeras. 

“En el grupo (Denuncia) somos 28 mujeres y aparecieron dos casos de violación; y hay otra compañera que tiene testigos de que la violaron pero ella no lo recuerda. Es horrible, es la forma que encontró para poder sobrevivir”, contaba Mirta durante las peripecias del trámite. 

Ella eligió recordar, aplicar su temperamento guerrero para apuntalar su búsqueda de verdad y justicia, aunque implicara poner frente a la mirada del público ese oscuro tramo donde lo íntimo queda expuesto a la vez que lo político.

Mirta fue una de las mujeres que contó lo que había vivido frente a las cámaras de Canal 12, en el programa Esta boca es mía, conducido por Victoria Rodríguez. ¿Cuántos momentos de angustia, de duda, de resurrección de viejos espantos costó ese salir afuera para hacer evidente lo que se sabía había pasado, pero muchos negaban o lo difuminaban en un vago recuerdo oscuro? 

La lectura –en la Sala de Redacción de la Licenciatura de Ciencias de la Comunicación de la Udelar– del testimonio de Mirta sobre las torturas, manoseos, humillaciones y violaciones padecidas es absolutamente insoportable. La sola lectura. Ciérrese la imaginación para bloquear esas imágenes horrendas. 

Mirta hizo lo contrario; hurgó en ello, lo meditó, lo escribió, lo expuso como intuyendo que los demonios encerrados, aplastados, siguen siendo demonios. Al declarar así, “en vivo y en directo”, Mirta y sus compañeras dieron rostro, presencia, voz, carnalidad, a esas cosas que no se quieren saber. 

Fatídicas, la persiguieron hasta el final: cuando ya estaba grave, su historia repicaba por Internet. Para su amiga de tantos años ese ejercicio torturante de hurgar en el pasado está ligado a la aparición de la enfermedad. El dolor, ya se sabe, enferma. Y también mata. Aunque, milagrosamente, el coraje y la luz humana siempre sobreviven.

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