“Porque no quieren morir sin decirlo”
Brecha. Por MARIANA CONTRERAS
“Dejadme entrar, que bien puedo
en consejo de los hombres;
que bien puede una mujer,
si no a dar voto, a dar voces.
¿Conocéisme?”
Laurencia, en Fuenteovejuna (1619), de Félix Lope de Vega
EL LUNES PASADO Uruguay recordó los 38 años transcurridos desde que Juan María Bordaberry y su claque civil y militar dieran el golpe de Estado. El 26 de junio, un día antes de esa fecha nefasta en el calendario nacional, se celebró a instancias de la ONU el Día Internacional en Apoyo a las Víctimas de la Tortura.
Este año, en su mensaje, el secretario general de la institución, Ban Ki Moon, calificó la tortura como “un intento brutal de destruir el sentido de la dignidad y el valor del ser humano. Funciona como un arma de guerra y no sólo aterroriza a sus víctimas directas sino que trasciende a las comunidades y sociedades”.
Uruguay sabe de eso, lo saben quienes fueron torturados y quienes vivieron durante años con el temor de que les “tocara a ellos”. Lo saben quienes, ya en la apertura democrática, cerraron sus oídos ante el relato del horror.
A su vez, quienes participaron el pasado fin de semana en el II Encuentro Latinoamericano por la Memoria, la Verdad y la Justicia* –cuyo tema central fue la tortura– saben también lo difícil que sigue siendo hoy sostener la mirada ante quien testimonia.
Fue en ese mismo encuentro que Pablo Chargoñia recordó que Uruguay sigue sin tener presos por el delito de tortura. Esas palabras se llenan de sentido apenas se piensa en las innumerables formas de dolor y sadismo que aplicaron los militares uruguayos frente a sus víctimas.
Y llaman a la reflexión cuando apenas horas después Ban Ki Moon afirma que los estados “no podrán invocar circunstancias excepcionales tales como estado de guerra o amenaza de guerra, inestabilidad política interna o cualquier otra emergencia pública o situación de seguridad nacional” para cometer actos de tortura. Y agrega que entre sus “obligaciones” se incluye el deber de proporcionar a todas las víctimas de tortura los medios de obtener reparación de manera efectiva y rápida, y de recibir indemnización y rehabilitación. Nada que ver a Uruguay.
En el marco de todo lo que queda por hacer, de todo lo que queda por conocer, Brecha eligió entrevistar a Soledad González Baica (S G B) y Mariana Risso (M R) –estudiante de ciencias políticas la primera, psicóloga la segunda–, dos jóvenes que llevan adelante el proyecto Las Laurencias, donde buscan generar reflexión en torno a uno de los aspectos más acallados de la tortura: la violencia sexual que perpetraron los militares sobre sus víctimas.
Las Laurencias lo llaman, y presentan su proyecto con el acápite que da inicio a esta nota, recordando a aquella labradora de Fuente¬ovejuna que conmina a los habitantes de su pueblo a hacer justicia frente al sometimiento sexual que aquel comendador, amparándose en el derecho de pernada, cometía contra las mujeres. Casi 400 años después, las formas que se da la justicia son otras, muy distintas a las del pueblo de Fuente¬ovejuna, pero la trama del relato parece seguir intacta.
—Ustedes trabajan en dos proyectos que son independientes entre sí, ¿es así?
S G B —Yo hice un trabajo para el taller Género y Política, de la Facultad de Ciencias Sociales, en el que planteé el tema de la violencia sexual en el terrorismo de Estado uruguayo, a partir sobre todo de las realidades latinoamericanas y de los testimonios hechos públicos aquí. No recabé testimonios porque considero que dado el tema hay que tener protocolos de entrevista; hay que tener mucho cuidado en cómo se relevan y generar mecanismos de contención. Por otro lado está Las Laurencias, el proyecto en que trabajamos con Mariana.
M R —Que coincide con que un grupo de ex presas políticas se está reuniendo y estudiando la posibilidad de abrir una causa judicial por casos de violencia sexual durante el terrorismo de Estado en nuestro país. Es un grupo importante de mujeres, representativo de un número mucho mayor. En ese contexto nos planteamos hacer una compilación de trabajos que generen discurso y reflexión sobre tres ejes: el género, la violencia sexual y el terrorismo de Estado.
Si bien hay mucha necesidad de empezar a hablar, ya existen testimonios públicos. En 1985 Germán Araújo expuso en la Cámara de Senadores, entre muchos crímenes de la dictadura, situaciones de mujeres que fueron víctimas de violencia sexual. Con la ley de impunidad, con todo el proceso histórico de estos años, la violencia sexual vivida en la prisión política o en la detención, no sólo de mujeres, fue una de las cosas que quedó más sepultada en el olvido.
—Justamente, ¿por qué hablar de violencia de género cuando los hombres también sufrieron estas violencias?
S G B —En los dos casos son violencias de género, con significados distintos. Al hombre, cuando sufre violencia sexual, se lo trata de feminizar, de quitarle su masculinidad. Tiene otra implicancia. Es tan tabú como la violencia sexual femenina sólo que se vive distinto y se resuelve distinto. En la mujer se trata de la apropiación del cuerpo, son tus dueños.
—¿Y el trabajo aborda los dos ejes?
S G B —En principio estamos más abocadas a las mujeres.
M R —Son ellas las que se están reuniendo para iniciar una causa, pero también hay testimonios públicos de hombres que han sido objeto de abuso y humillaciones sexuales en prisión. Tengo la impresión de que esto es un grano de arena para empezar a hablar de violencia sexual durante el terrorismo de Estado, para ubicarlo como categoría de reflexión y de investigación, además de las posibilidades de judicialización. El tema del silencio opera en hombres y mujeres por igual, pero creo que la trasmisión intergeneracional del silencio se da generalmente en la mujer.
S G B —Elizabeth Wood analiza la violencia sexual en la guerra y conflictos armados. Habla de las diferentes calidades y objetivos: en algunos casos se usa para obtener información. En otros casos para sellar silencios. Hay conflictos donde no hay violencia sexual, y en otros fue usado para fertilizar poblaciones enteras, para instalar una etnia sobre otra. En otros es una venganza: el Ejército Rojo entró a Berlín y violó cientos de miles de mujeres como forma de venganza contra los nazis. En el conflicto de El Salvador la violencia sexual es ejercida desde el ejército contra la guerrilla, contra las mujeres de la guerrilla, o las mujeres del enemigo aunque no fueran guerrilleras. Pero no sucedió al revés, la guerrilla no usó la violencia sexual. Tiene funciones distintas, se aplica de maneras distintas. Pero sobre todo esto en Uruguay no tenemos respuestas sino preguntas.
SILENCIOS
—Dicen que con la ley de caducidad se tejió un manto de silencio sobre aquellos primeros testimonios de las mujeres, ¿no hubo otros factores?
S G B —La discriminación de género es un problema a todo nivel. Lo vemos en la cantidad de homicidios resultado de la violencia doméstica; sin embargo el Ministerio del Interior está preocupado por la violencia en el fútbol más que por la violencia doméstica. A uno lo trata como un problema cultural y al otro como un problema a atender. Tiene que ver con el marco del sistema patriarcal en que vivimos. En ese marco, la violencia que se ha estudiado y analizado y las memorias de las que se habla son principalmente las masculinas: la mayoría de los libros trata de los hombres, salvo ejemplos como el grupo de presas que hizo Memorias para armar o el documental de Virginia Martínez, Memorias de mujeres; pero son cosas muy pequeñas que se rescatan. Quizás esté más a la vista el tema de los familiares, el de “las viejas”, que desde su rol más tradicional de madres, está rescatado.
Rita Segato, una antropóloga que ha investigado los crímenes de Juárez (en México), ve que la violencia sexual cumple una doble función: la dominación física y la moral. Por el rol que tiene la sexualidad genera un estigma, culpa, vergüenza en la víctima, el abusador queda como dueño de la vida de la víctima. Eso produce silencio en su entorno. En ese sentido habría que investigar qué pasó en Uruguay, cuánto de esto que estoy diciendo sucede aquí.
M R —Se impone también el sufrimiento de que no hay palabras para hablar de eso. Hablar de sexualidad siempre implica un nivel de esfuerzo en el discurso. Se impone ese juego perverso donde el abusador es protegido por la sensación de angustia silenciada de la víctima, y la víctima se termina transformando –por su propio dolor y necesidad de recomponerse para salir adelante, bloqueando el recuerdo doloroso– en portadora de ese silencio. Ese silencio se relaciona con las omisiones jurídicas de Uruguay, porque el hablar público implica la construcción de un sentido, y hablar de violencia sexual para los que han sido detenidos políticos tiene que tener sentido. Si no es sólo martirologio. Creo que lo más valioso que están haciendo estas mujeres que se reúnen es encontrar un sentido, un sentido político y uno humano de denunciar los crímenes a los que fueron sometidas.
—Esto me recuerda lo que dijo Enrico Irrazábabal durante el encuentro del sábado, cuando señaló que “las palabras no alcanzan para expresar y lo expresado vivido no encuentra escucha”, según palabras de quienes fueron torturados y en referencia a la necesaria trasmisión de lo vivido.
S G B —A todos les cuesta hablar de la tortura. Y una cosa que tienden a hacer todos es igualar: todos sufrieron tortura. No todo el mundo sufre la violencia de la misma manera, no todas las personas sufrieron las mismas violencias. Desentrañar es difícil por esa homogeneización. No hay análisis de particularidades y a eso también apuntamos. Todo esto tiene un fin reparatorio, sanador, no sólo personal sino social.
MR —Ese es un tema que en Uruguay tenemos que poder pensar. Me refiero a cómo uno le trasmite a sus hijos, a sus nietos, a su pareja, luego de la cárcel, un nivel masivo de daño. Lo que decías, que es difícil encontrar palabras y oídos, también lo es porque muchas veces se calla por protección, por protegerse uno mismo pero también por no dañar al otro. Y eso va generando el vínculo de lo perverso que tiene este tipo específico de castigo. Nuclear gente que pueda pensar sobre esto es intentar romper un muro de trasmisión intergeneracional del silencio.
Maricel Robaina, una de las psicólogas que acompaña al grupo de presas, nos decía que muchas de ellas están hablando ahora porque no se quieren morir sin decirlo. Fueron presas muy jóvenes. También fueron liberadas siendo mujeres jóvenes, fértiles, que tenían que salir a pelear una reconstrucción vital, pero ahora están en otra etapa de la vida y no quieren seguir cargando con silencios, no quieren llevárselos sin que nadie haya escuchado lo que tienen para decir.
SIN LÍMITES
—En una entrevista radial,** Soledad dijo que estaba bueno no enfocar esto en una persona –en referencia al “Pajarito” Silveira, emblema de la violencia sexual en dictadura– porque no fue el único. Sumado esto a la referencia que hacen al terrorismo de Estado, me pregunto si puede hablarse de práctica sistemática.
M R —Además de Silveira, Gavazzo y Cordero también son acusados. Ésos son los más representativos, los que están presos (no por violencia sexual y torturas, por cierto) pero hubo muchos más involucrados. Wood también dice que el silencio implica la complicidad: aquellos que han participado en la violencia sexual sellan un pacto de silencio. El primer silencio es de los agresores, la carencia de testimonios de quienes participaron en el terrorismo de Estado.
S G B —Pero hay algunos. En el trabajo cito a un militar de los que testimonió “lo que vio”. Y cuenta que había soldados que aunque tuvieran libre, si sabían que llegaban presas, iban al cuartel a abusar de las mujeres. Y tenés testimonios que hablan de mujeres violadas por 15 hombres, o la violaron durante una semana entera. Hay que tener en cuenta que la violencia sexual no es sólo la penetración, ya sea con un órgano sexual o un objeto; es estar desnuda, y que te hagan bailar, que te manoseen, que te martiricen los genitales, los senos. Que te amenacen con violarte es violencia sexual. Cuando mirás la categoría en ese nivel, no hay mujer presa que no la haya vivido, porque todas fueron desnudadas para ser interrogadas. A pesar de que si uno habla con algunas ex presas, la desnudez no la consideran violencia sexual, por lo general se refieren más especí¬ficamente a la penetración.
—¿Y qué es lo que opera ahí para hacer esa diferenciación?
M R —El cuerpo, si bien es todo uno, está cargado de distintas significaciones. Es así en la tortura y en la vida cotidiana: no es lo mismo ir a hacerse rayos equis o que te revisen la mano, que ir al ginecólogo, y no es lo mismo cuando los hombres tienen que ir al urólogo. La sexualidad y los órganos sexuales están cargados con la máxima significación social en cuanto a la reproducción, a la identidad de la víctima. Uno es alguien: un hombre o una mujer. El cuerpo es sexuado, y el sexo del cuerpo tiene que ver con la identidad de la persona. Si uno ataca la sexualidad, ataca la identidad de la persona, en forma directa. Estamos hablando de esto con conjeturas muy parciales, no hay investigación sólida, ni siquiera sabemos con certeza cuántas mujeres presas hubo, por ejemplo.
—Plantean la temática en tono de reflexión, pero ¿los testimonios dónde entran? ¿No hay necesidad de ellos?
M R —Es que se podría hacer un libro con los testimonios ya publicados. Nuestra hipótesis inicial es que hay testimonios suficientes para que haya evidencia de que hubo violencia sexual sistemática durante el terrorismo de Estado ¿Por qué no ha tenido lugar suficiente en la investigación académica, de escucha, de desarrollo, indagatoria, y obviamente tampoco en el campo legal?
S G B —La ley de reparación no tiene tipificado este delito. Y si no cumpliste tantos meses de prisión no sos reparado. Yo citaba un testimonio que leí de una mujer que estuvo presa una semana, en la que todos los días fue violada. Ella no tiene ningún marco de reparación en la realidad legal del Uruguay de hoy.
M R —Ni legal, ni simbólica, ni posibilidad de acceso privilegiado a sistemas de asistencia en salud mental, nada. Queremos invitar a pensar estas cosas. Escuchar tiene que tener un sentido, de la misma manera que uno habla con un sentido, si no, ¿para qué estoy escuchando? ¿Para llorar con la persona? ¿Para desgarrarme en el sufrimiento como quien mira un informativo amarillista en la televisión?
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* Organizado por Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos, SERPAJ, Hijos, Fundación Zelmar Michelini, Casa Bertolt Brecht, Crysol, Fundación Mario Benedetti y el Centro de Estudiantes de Ciencias Sociales.
** En el programa Hasta las doce, de radio Uruguay, por las periodistas María Inés Obaldía y Lourdes Rodríguez.
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