Por Raúl Olivera.
Hay seres humanos, como el Sabalero, que sorpresivamente mueren. Hay otros que se empiezan a ir de a poquito. Es cierto que la muerte es un ratito, pero en el caso de María Esther, ese instante entre la vida y la muerte, era previsible. Pero ni la sorpresa en las muertes no esperadas, ni la falta de ella en las previsibles, cambian mucho lo que sentimos ante la muerte. Ese sentimiento, a determinada altura de nuestra vida empieza a ser una larga y dolorosa lista de muertos que poco a poco son tantos que padecemos la sensación inquietante de ir quedándonos solos en el mundo.
María Esther, se empezó a ir de a poco, aunque lo disimuló muy bien. Seguramente y eso es una responsabilidad nuestra, aún después de haberse ido, seguirá entre nosotros. Y para seguir entre nosotros contará, además del recuerdo que un ser humano de su calidad siempre deja entre los que la conocieron y trataron, con el hecho no menor, de haber estado íntimamente ligada a capítulos trascendentales de la historia de nuestro país.
María Esther debió ostentar mucha entereza y dureza para enfrentar uno de los dramas más terribles que puede sufrir una madre-abuela. Atrás de esa dureza, había un ser portador de un gran amor. Amor que seguramente para ella fue un alivio, un sedante que la ayudó a enfrentar el horror al encuentro con el fin de sus días, sin saber la verdad sobre el destino de su hija desaparecida.
Al igual que Tota, que Luz, que Violeta y tantas madres de compañeros desaparecidos que poco a poco se fueron yendo, supo ocupar un lugar de lucha del que sus hijos seguramente se sentirían orgullosos. Lo hizo con coraje y entrega sin límites. La construcción de la historia de las luchas de estos tiempos de impunidad, sin lugar a dudas, la tendrá como una de sus protagonistas. Y la tarea aún inconclusa de terminar con la impunidad en nuestro país, será una tarea que en su memoria, le deberemos ofrendar más temprano que tarde.
Fue una mujer fuera de serie. Capaz de interpelar al criminal Gavazzo en los tiempos en que éste gozaba de impunidad. No descartó ningún recurso ni riesgo a la hora de tratar de recuperar a su nieta Mariana. En sus últimos días hasta se llegó a interrogar, si había hecho lo suficiente para saber el destino de su hija María Emilia.
María Esther decía que el olvido era el lado oscuro de la memoria. Seguramente desde ese convencimiento su vida fue una larga e inagotable lucha por alumbrar esos lados oscuros que nos deja aún hoy la impunidad en el Uruguay. Hoy que se apagó su vida, hagamos nuestra esta exhortación que como buena maestra se ocupó de recordarnos hace pocos meses: "No hay que perder jamás la esperanza y tampoco la decisión de luchar".
¡Hasta siempre María Esther!.
---------