Emanuel Bremermann – El Observador -13 7 2020
La historia que revela los secretos del único asesinato de un nazi en
Uruguay
El escritor uruguayo
Fernando Butazzoni habla de "Los que nunca olvidarán", una
investigación que reconstruye el asesinato del nazi Herberts Cukurs en Uruguay
a manos del Mosad en 1965 y que ya está en librerías
A los martillazos en una
casa de Shangrilá. Así liquidó un comando del Mosad al único nazi ajusticiado
en nuestro país, en febrero de 1965. Su nombre era Herberts Cukurz, era
letón, vivía en Brasil, había sido parte de las atrocidades de las SS en la
ciudad de Riga y su grotesco final fue el último eslabón de una cadena de
engaños trenzada durante mucho tiempo desde Israel. De Cukurz y su final se
sabe hace tiempo, pero las incógnitas son muchas y longevas: quiénes fueron los
uruguayos que colaboraron con los israelíes, por qué decidieron matarlo en
Uruguay y no en su residencia en San Pablo, por qué se metió el cuerpo en un
baúl y qué intereses políticos había detrás de esta “cacería” que, de alguna
manera, se emparenta con la de Adolf Eichmann ocurrida cinco años antes en
Buenos Aires.
Los que nunca olvidarán,
la nueva novela del escritor uruguayo Fernando Butazzoni (67), responde esas
interrogantes, reconstruye el asesinato y echa luz a un caso lleno de
claroscuros. Pone en el centro a una figura particular –a Cukurs se lo acusa de
cosas terribles pero, al mismo tiempo, es visto como un héroe en Letonia–,
desenreda una compleja madeja de espionaje internacional y emplea su pulso como
narrador para construir una novela/investigación trepidante que no se puede
soltar. Butazzoni, que viene de dos best-sellers sobre nuestra historia
reciente –Las cenizas del cóndor y Una historia americana– tiene todo para
marcar el 2020 con otro superventas, esta vez metiéndose con una investigación
mucho más complicada, que interpela el lugar de nuestro país en el tumultuoso
siglo XX y que moja los pies en la negrura insondable del nazismo.
Con el
tapabocas en el bolsillo, un café cortado delante y en medio de una de las
mañanas más heladas de julio, el autor se hundió de nuevo en el corazón de Los
que nunca olvidarán y este es el resultado.
¿Cuándo fue la primera vez que escuchó de Herberts Cukurs?
Tenía 12
años. Vivía en Las Piedras y vi el titular de un vespertino o del diario de la
noche: “Asesinado un nazi en Shangrilá”. Me impactó mucho porque en esa época
veraneaba en ese balneario, y lo hacía a pocas cuadras de donde sucedió. Pero
eso fue todo. Me causó un gran impacto y creo que a la media hora me había
olvidado. De alguna forma, igual, me quedó allí resonando.
Es curioso cómo, sin
saberlo, algo que en la infancia nos pasa por delante de los ojos termina
convirtiéndose en algo que le demanda tantos años de trabajo y dolores de
cabeza.
En general sucede. Creo
que uno cuando escribe, en cierta medida escarba y busca dentro de sí mismo
sensaciones, datos, experiencias, impresiones, convicciones. Y eso tarda muchos
años en salir a flote.
¿Cómo fue el
proceso interno de entender que esta historia se tenía que convertir en un
libro?
Siempre es un
proceso muy largo y complejo. Y me ha pasado de trabajar en un tema por más de
un año y que de un día para el otro se desinfle. Cuando pasa
es una desilusión, casi que una especie de ruptura amorosa. Así que el proceso
es complejo. En general, le doy mucha importancia y me parece atractivo
rescatar episodios que han sido deformados, no han sido bien contados o se han
perdido. Me gusta la idea de tener una especie de acta de determinados momentos
de la historia reciente, no necesariamente vinculados a la dictadura.
Que, sin embargo, es la asociación que se hace de inmediato.
Sí. Pero en
Uruguay hay muchos episodios de lo que se podría calificar como historia
reciente que no tienen nada que ver con la dictadura, ni siquiera en cuestiones
políticas. Por ejemplo, uno de esos casos en que estaba investigando y que se
desinfló fue la última epidemia de rabia que hubo en el país. Investigué
bastante, averigüé quién fue la primera víctima y lo trabajé como eso. Es una
parte de la historia reciente que está perdida en el enorme bosque de la
historia política reciente.
Parece lógico
que la dictadura termine por eclipsar al resto de los temas, de todas formas.
Sí. Los escritores y los
narradores, sin embargo, le han dedicado poco espacio en la literatura. Hay
muchísimos libros, pero si te fijás hay pocas novelas, algunos pocos cuentos
más, y menos obras de teatro. Es un tema que ha generado cierta dificultad para
ser tratado y abordado, ya sea por prejuicios políticos, por corrección
política, o como decían los viejos “por temor al qué dirán”.
Justamente,
en Los que nunca olvidarán hay abordajes sobre temas moralmente pesados, como
las cacerías de los nazis a manos de los israelíes, entre otros. ¿Cómo lo
manejó?
En realidad, en el libro
nunca se cuestionan esas acciones, se exponen sus conductas, las historias. Si
surgen los cuestionamientos, vienen desde el lector. Me parece muy jodido meter
subliminalmente mis opiniones en el texto. Por eso me apego mucho a los hechos;
creo que ayuda a despejar los mantos con los que se cubren las verdades. El
caso de Cukurs es apasionante desde el punto de vista ético y moral, y creo que
al final el lector se lleva un volumen de información lo suficientemente grande
como para decidir por su cuenta si se actuó bien o mal. Porque los hechos son
los hechos. Hace poco, en una entrevista me preguntaron si había que llamar “asesinos”
a quienes ejecutaron a los criminales de guerra nazi. Y lo que dije fue que una
ejecución extrajudicial, realizada además con alevosía, es un asesinato y
punto. Para algunos habrá asesinos buenos y asesinos malos. O asesinatos buenos
y malos. Yo, en cambio, creo que es difícil hacer una planilla y decir “a este
lo ponémos acá, y a este acá”. El asesinato, y más un asesinato político como
este, incluye una cierta postura moral.
Encontrar el
alma de los hechos, como dice Onetti, es la mejor manera de contar lo que pasó.
Sobre todo para mí, que hace muchos años que estoy en una zona fronteriza que
me obliga, sobre todo, a no pifiar y confirmar todo lo que escribo. Mi meta fue
que todo lo que se escribía tenía que ser verdadero, aunque a veces no fuera
real.
¿Fue la investigación más difícil a la que se sometió?
Sin dudas. Fue agotadora.
Primero, porque las fuentes directas que me podían contar las cosas estaban
muertas. De algunas obtuve testimonios grabados o escritos, pero estaban en
idiomas que no domino, como el hebreo, el letón o el ruso. Por lo tanto tenía
que encontrar traductores y de mi confianza. Pero además de eso, no era un
conocedor muy grande de la cultura judía. Y los personajes principales de esta
historia son judíos, incluso son judíos antes que israelíes.
Tenía, entonces, que lograr entender su mentalidad, sobre todo la de los judíos
europeos. Me obligué a rodearme de una especie de consejo de asesores que me
auxiliara, por eso tengo la tranquilidad de que cada cosa que se dice está bien
fundada.
¿Cuál es el precio, psíquico y emocional, a pagar por un libro así?
Philip Roth, un escritor
al que admiro, decía que los escritores siempre están buscando a alguien que
esté tan loco como ellos. Yo escribo por vocación, porque soy muy feliz
haciéndolo, investigando, encontrando elementos y poniéndolos a disposición de
los lectores. Pero el precio emocional siempre es alto porque te involucrás en
procesos jodidos. Y tenés que convivir con eso. En este caso, me involucré
mucho con la investigación del Holocausto en Letonia, que realmente es
estremecedor y que no se conoce tanto como, por ejemplo, Auschwitz. Y el autor
de ese genocidio en Letonia fue Friedrich Jeckeln, casi un compadre de Cukurz,
que es algo que trato de desarrollar en el libro.
Más allá de
que su asesinato fue en Uruguay y que eso nos vincula con el hecho, la figura
de Cukurs es particular. A diferencia de otros nazis, él mantuvo su nombre,
reivindicó su pasado y hasta es considerado como un héroe para gran parte de
Letonia.
Es una figura especial,
extraordinaria. Pero un criminal de guerra no puede ser otra cosa que un
criminal de guerra. Todo lo que haya hecho antes o después, no importa. Pero
sí, era un hombre que siempre adujo inocencia y su familia también. Siempre
discutió con los judíos brasileños por su pasado, y era además un aviador
pionero, alguien que si hubiera que hacer un salón de la fama de la aviación
estaría entre los principales. Pero las pruebas en su contra son abrumadoras.
Son cientos de testimonios. Con nombre, apellido, lugar y hora.
¿Qué tanto se conocía su historia y su asesinato en Uruguay?
Muy poco. Los mayores de
60 años tienen alguna idea; saben que mataron a un nazi o a un alemán en
Shangrilá y que lo metieron en un baúl. Pero, en general, en el mundo no se
conoce demasiado. Salvo en Letonia, donde están muy divididos y pelándose por
si es un héroe o un criminal, es un caso que pasó inadvertido. De todas formas,
aunque fue un episodio mucho más reservado que el caso de Eichmann, por
ejemplo, tuvo un gran impacto político para Alemania e Israel y significó que
la decisión del parlamento alemán de prescribir los crímenes nazis se
postergara.
¿Por qué
pasan los años y el Holocausto y sus perpetradores siguen ejerciendo esa
atracción y tiene el peso actual?
Es cierto que
tiene peso, pero ojo: es un peso ambivalente. Hay mucha gente que sigue atraída
al hecho desde ese sentido, desde el horror, y hay gente que sigue fascinada en
un sentido positivo. En el libro se cuenta, por ejemplo, que en Riga se hacen desfiles
en honor a la Legión Letona, aliados de la ocupación nazi en el país. Y este
año se celebró igual que siempre. Lo que quiero decir es que hay un sector de
la población europea que es abiertamente pro nazi, sobre todo porque se
tragaron el verso de que lo que hicieron los nazis fue invadir sus países para
combatir a los bolcheviques. De ahí deriva la idea de que se liberaron de los
alemanes pero no del comunismo, y que por ende hasta que cayó la URSS fue todo
lo mismo. La diferencia, claro, es que los seis millones de muertos ocurrieron
durante el nazismo. Eso es algo que me interesa subrayar: cómo hoy la política
de los nazis en Europa está siendo reivindicada. Y también en América Latina y
en Uruguay.
De alguna
manera es difícil no conectar ese discurso de la “liberación” nazi con el
discurso nostálgico de la dictadura en Uruguay. Sobre todo en el momento de repartir
culpas, cuando se echa mano a que las cosas se hicieron “siguiendo órdenes”.
Fue el
discurso de todos. Y el de los nazis también. La defensa de Jeckeln, por
ejemplo, fue “asumo la culpa, yo era un militar y tenía que acatar”. La
obediencia debida es una especie de gran bandera en defensa de las violaciones
a los derechos humanos. Y creo que eso no es un invento de las dictaduras
latinoamericanas, viene desde mucho tiempo atrás. Tiene que ver con el
funcionamiento de ciertas estructuras castrenses.
Algo que también aparece
en el libro cuando se discute en Alemania la prescripción de los crímenes
nazis, es el discurso de que el pueblo está “harto del pasado” y que quiere “dar
vuelta la página”. Se asemeja mucho a discursos que hemos escuchado
últimamente.
La diferencia es que este
planteo en Alemania se dio veinte años después de la guerra. El planteo actual
se da casi cincuenta años después de la dictadura.
¿Y es más peligroso?
Claro, porque a medida
que pasa el tiempo las cicatrices individuales se van diluyendo y lo que queda
son los conceptos. De todas formas, no quise con eso hacer una metáfora del
presente, no me interesa el paralelismo. Pasó así, es un hecho. Y un tema que
queda planteado es qué hubiese pasado si los israelíes no ejecutaban a Cukurs.
¿Qué pasaba si en el parlamento alemán se prescribían los crímenes del nazismo?
No son temas menores.
La venganza y
la justicia son dos conceptos que el libro aborda de manera recurrente. Por la
dimensión del Holocausto ¿fue posible la justicia para las víctimas, o solo
quedaba la venganza?
Soy muy respetuoso del
pueblo judío y del Holocausto y creo que sería irrespetuoso de mi parte opinar.
Quienes deben responderlo son las propias víctimas, ni siquiera los judíos en
general. Sí reconozco que es un tema moralmente difícil. Creo firmemente que la
justicia y la venganza son primas hermanas,
que la justicia termina siendo una evolución civilizadora de un impulso de
venganza. Es una especie de institucionalización, estructuración y adecuación
de determinados comportamientos primitivos que se fueron civilizando. En muchos
casos, para mucha gente, al acto de justicia lo termina sintiendo como una
venganza deconstruida. Y no sé si está mal que lo sea.
Cómo contar un asesinato
Pese a que
sabemos cómo muere Cukurs desde la primera línea, la reconstrucción de su
asesinato es el punto cúlmine de la novela. Para plasmarlo en papel, Butazzoni
se valió de múltiples documentos y fuentes, pero tuvo que lidiar con temores e
inseguridades que lo mantuvieron alejado del tema por un rato. “Pasé mucho
tiempo sin saber cómo podía abordarlo. Tenía miedo de errarle y quedar
paralizado. Sin embargo fue mágico, porque un día me senté y escribí las cuatro
páginas de corrido. Había escrito lo que quería y encima funcionaba narrativa y
dramáticamente”. En efecto, el tramo final del libro, que se vincula a su vez
con el final del general letón Jeckeln, es donde el brío narrativo del autor se
desata; ya sabemos todo lo que pasó, ya no hay nada que saber, y sin embargo es
imposible apartar la vista de las páginas.
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