Eduardo
Bleier Horovitz (*)
Por Sofía Kortyz – Brecha 11 10 19
―Apareció el
cuerpo del delito, ahora no podrán decir que no hubo delito. En todo este tiempo se ha negado, han negado los
testimonios, pero la verdad apareció y, de alguna manera, representa todas las
verdades que hemos venido declarando. Bleier representa a todos, a todos los
desaparecidos, los
muertos,
por los que esperamos‖, es lo primero que puede decir Sara Youtchak –que lo escuchó y lo vio
en el 300 Carlos–
en el presente. Lo último: ―Murió en nombre de sus ideales, murió como un
comunista‖. Quien en 1972 quedó en lugar de Eduardo Bleier como secretario de
Finanzas del Partido Comunista, Hugo ―Chumbo‖ Lanza, recuerda que estaba en una
casa clandestina que habían alquilado cuando ―en un informativo pidieron la
captura de Bleier‖.
En la sede del Partido Comunista. De izq a der, entre otros: Alberto
Suárez, Rodney Arismendi, su esposa Alcira Legaspi, Julia Arévalo y Eduardo
Bleier (de anteojos), junto a su hijo Carlos / Foto: gentileza de los autores
del libro (Des)aparecido. Eduardo Bleier Horovitz, André Fremd y Germán
Kronfeld
—Mataron a Eduardo. Hace
ya unos siete meses que lo tienen, si están pidiendo por él, es porque quieren justificar
su muerte–le dijo a la compañera
con la que vivía.
Ella lo miró, bajó la cabeza y le respondió:
—No puedo
contradecirte, pienso lo mismo, a Eduardo lo mataron.
Chumbo no
recuerda la fecha exacta, pero ha de ser el 12 de agosto de 1976, cuando las
Fuerzas Conjuntas sacaron un pedido de captura, en el que uno de los requeridos
era Eduardo Bleier Horovitz.
***
Eduardo nació en
Montevideo el 12 de noviembre de 1927. En cambio, sus padres y sus tres
hermanas mayores, María Aurelia, Elena y Julia, habían nacido en Hungría. Fue a la
escuela Chile y al viejo liceo Rodó. ―Te puedo decir
que a los 18 años lo
echaron de la casa porque mi abuelo era un muy buen tipo pero conservador y
religioso. Después eso se arregló, mi abuela mediante‖, cuenta su hijo Carlos para indicar
que cuando su padre cumplió la mayoría de edad, ya era comunista. Relata también que Eduardo se
integró al Pcu cuando Rodney Arismendi conducía el partido, en la etapa del revisionismo, ―de la
autocrítica‖. Integró una generación de jóvenes militantes que se incorporaron
―en la época de la solidaridad con la Unión Soviética, contra el nazismo‖,
añade.
Pero Carlos
no era parte de la historia cuando en 1949 Eduardo se casó con Kelly
Novogrebelsky, con quien tuvo a Irene, su primera hija, al año siguiente. Ese
matrimonio no duró mucho tiempo, y en 1954 se casó con Rosa Valiño. Ella fue su
compañera hasta el final y la madre de Carlos (1956), Gerardo (1960) y Rosana
(1964). Cuando Carlos era pequeño, vivieron unos pocos años en Malvín. No fue
el caso de sus hermanos, que toda su vida la transitaron en casas en el centro
de la ciudad, incluso mucho tiempo en la que fuera el hogar de los padres de
Eduardo, en Canelones y Río Negro.
A Eduardo
le faltaron dos o tres exámenes para terminar la Facultad de Odontología, pero eligió
dedicarse enteramente a la militancia. ―Fue una
definición de vida, se
llamaba a sí mismo un revolucionario profesional. Decidió que la forma de luchar por
un mundo mejor era esa‖, asegura Carlos.Se entregó con fervor a sus tareas como
secretario de Finanzas del Pcu, responsabilidad que desempeñó durante un largo
periodo. Quienes lo acompañaban en la labor recuerdan el cambio que significó
que él estuviese al frente de esta área. ―La genialidad de Eduardo fue la idea de unir
siempre las finanzas a la política y la política a las masas, a la gente. Podíamos
recibir un aporte de un hombre que por la suerte de la vida tuviese más dinero,
pero los cambios políticos profundos vienen si las finanzas son de la misma
gente que quiere
el cambio. Ese para mí es el gran aporte de Eduardo‖, dice el Chumbo. ―Nosotros
no sacábamos plata (a los aportantes), les dábamos la oportunidad de participar en el
maravilloso cambio del mundo. Si vos no le hablás de política a una persona,
¿por qué te va a dar plata? La política es lo esencial. Le estás vendiendo ilusiones,
futuro, utopías‖, son las palabras de Ella Ganz o, quizás, las de Eduardo
puestas en su boca.
―A esta altura de mi vida confundo qué cosas fueron dichas por mí o por él‖,
explica. Es que compartieron su origen y tuvieron una larga amistad. Como él,
Ella era la única de sus hermanos que no había nacido en Hungría y, además,
estaba en Finanzas. A
los Bleier los siente parte de su familia. ―Nosotros le dábamos la
posibilidad a
la persona de colaborar con una obra tan maravillosa como cambiar al
mundo.
¿Qué cosa más
linda podés ofrecerle al ser humano?‖, vuelve a su idea, en forma de pregunta
retórica.
***
Todos los relatos coinciden
en que Eduardo era ―temperamental‖, ―tenía carácter‖, era ―vehemente‖, pero
siempre aparece la contraparte: ―sabía ceder‖, ―quería de una manera
maravillosa‖, dice Chumbo. En tanto, Amalia Chizmich, ex presa política que estuvo también
en Finanzas, lo describe de
este modo: ―Tenía una cara
fuerte pero dulce. Ojos claritos, preciosos‖. El marido de Amalia nació en lo que por entonces
era Yugoslavia, en la frontera con Hungría, y hablaba, por ende, tanto húngaro
como esloveno. Ella recuerda un encuentro antes de la dictadura en la casa del ―doctor Leibner‖.
―Estaban los dueños de casa, nosotros, Rita (Ibarburu) y su esposo, Eduardo con
Rosa y otra compañera, Margarita. Tanto Eduardo como esta compañera eran judíos
húngaros, entonces con mi marido cantaban y bailaban en húngaro. Eduardo era un tipo alegre‖. Por su
parte, Ella recuerda cuán inteligente era y lo mucho que valoraba la
inteligencia ajena.
En el 72, cuando Chumbo
queda como secretario de Finanzas −lleno de miedo por la admiración que le
tenía a quien debía sustituir−, Eduardo pasa a Organización y, tiempo antes de caer, a
Propaganda. Allí se encarga de la publicación de Carta Semanal, tarea que, para Ella, él realizó
―como si la hubiese
hecho toda la vida‖.A comienzos de 1973, Eduardo y Rosa viajaron a Europa y la Unión
Soviética. Durante su estadía compartieron varios días en Roma y París con
Irene, que se trasladó desde Israel para encontrarlos. Fue la última vez que
vio a su padre.
***
Eduardo cayó tiempo
después, la noche del 29 de octubre de 1975, en el marco de la Operación
Morgan, que había comenzado días atrás. ―En ese momento me estaba quedando en la calle
Williman, en la casa de esta tía Elena, y un compañero del Partido Comunista de
aquel entonces estaba esperándome. Antes de que me dijera nada, yo ya lo había advertido‖,
señala Carlos. Eduardo fue trasladado a la casona de Punta Gorda conocida
como Infierno Chico, ubicada en la Rambla República de México 5515. En el
testimonio que dio ante la comisión parlamentaria en 1985, Rita declaró haberlo
escuchado tanto allí como en Batallón número 13. Efectivamente, de Punta Gorda
lo trasladaron al 300 Carlos o Infierno Grande.
―Estaba en un foso, con unos
tablones por arriba, no sé si en estado de inconsciencia, pero no hablaba y nos obligaban
a pasar por arriba de los tablones para ir al baño. Nosotros pisábamos ese cuerpo probablemente
(…).
Yo lo vi sacar del
Blindado 13 el 12 de diciembre de 1975 con una máscara de oxígeno‖, afirmó Rita en
1985. Entonces también declaró Sara a quien, para su sorpresa, muchos diputados
felicitaron por su valentía. Sara preguntó: ―¿Cómo valentía?‖. La respuesta
fue: ―Hay que tener cuidado con lo que se dice‖. ―Ese fue el inicio de la
democracia –insiste Sara–, hay que tener cuidado
con lo que se
dice.‖
Algunos de sus
compañeros sostuvieron el siguiente relato que se recoge en el libro dedicado a
Eduardo, de André Fremd y Germán Kronfeld (Estuario, 2011): ―Un día nos formaron a
todos y llamaron a Eduardo Bleier. Dio un paso adelante y lo empujaron a una fosa y obligaron
a que otros lo taparan con tierra y lo apisonaran. Se negaban; hubo ataques de
locura, nos pegaron salvajemente. A Eduardo Bleier lo sacaron moribundo y lo
llevaron al hospital. No supimos más nada‖. En el presente, Ella cuenta con horror: ―Le
pusieron un tubito en la boca que salía de la tierra y después lo sacaron y lo
reavivaron. Eso lo sé por compañeros que fallecieron. Había mucha gente que no
quería hablar
porque les parecía terrible, no eran capaces… A mí me cuesta, tengo en este
momento los pelos de punta‖. La confirmación de lo ocurrido se la dio Rita cuando fue a España
cerca de la apertura democrática. Ella le preguntó, Rita no pudo hablar, sólo
asintió.
***
Desde que dejaron de
tener noticia alguna de Eduardo, tanto Rosa como Elena movieron cielo y tierra
para encontrarlo. También su hija Irene, desde Israel, intentó obtener algún
dato del paradero de su padre. Rosa tuvo un rol fundamental en esta historia.
Carlos remarca hoy el papel de su madre, no quiere que figure en un lugar
secundario. Lo mismo hace Ella, que está triste porque Rosa partió hace un año y medio cuando se
había ―recorrido el mundo para denunciar lo de Eduardo, para poder salvarle la vida‖. Entre el 76 y el 79, Rosa y sus tres hijos
partieron para exiliarse en Hungría. El 26 de junio de 1977, Rosa se atrevió a
escribirle una carta al jefe del Estado Mayor Conjunto, Francisco Sanjurjo. Allí
decía: ―Señor jefe, yo podría hablar con usted de mis tres hijos y mi propio dolor, pero no es mi
intención distraer su atención de lo que para mí es más importante, amo a mi
esposo y por eso digo a usted: Yo sé que mi esposo está detenido, digo más, él
está en condiciones físicas que hacen temer por su vida‖. En el informe de la
Comisión para la Paz, se estima que lo asesinaron entre el 1 y el 5 de julio
de 1976.
Al retornar del exilio,
Rosa fue a la casa de Ella. ―Me dice: ‗¿Vos sabés, Ella, que me dijeron que en
el Etchepare hay una persona que se parece mucho a Eduardo?‘, y no le pude
contestar‖. Ella, que dice rara vez llorar, admite que en esa ocasión
afloraron las lágrimas. De nuevo, Eduardo habría fallecido entre el 1 y el 5 de julio de
1976. ―Para ella no estaba muerto. ¿En qué medida la gente puede entender lo que es tener un hijo,
un marido, desaparecido? Es terrible…No hace tanto que falleció Rosa‖, vuelve a lamentarse.
Carlos reconoce ahora
los momentos duros que han afrontado esta semana y piensa, una vez más, en la
familia, en quienes estaban cuando detuvieron a su padre y hoy ya no, como su
madre y las hermanas de Eduardo. Pero los nietos representan la esperanza. ―Los que están
llegando y los que están‖, aclara. ―Ayer estaban mi hijo, mi hija y la hija de
mi hermana. Es un momento duro, muy removedor, pero uno empieza a sentir paz. Quedan otras cosas por
saber,
nunca te da una tranquilidad total porque sentís que hay otros que no
tuvieron esa
suerte‖, sostiene, pensando en los desaparecidos que aún no han podido aparecer.
A fines del 74
Eduardo le escribió a su hija mayor: ―Nada ni nadie saldrá igual después de
esto. Recién empieza‖. Así fue, terrible, pero dos años atrás había cerrado
otra carta para Irene dejándole esta certeza: ―De lo que no te puede quedar la menor duda es
que puedes estar orgullosa del pueblo y del Partido Comunista uruguayo‖.
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