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miércoles, 3 de julio de 2019

La justicia militar condenada

Coronel ® Rodolfo Alvarez: la justicia militar condenada


El teniente gral ® Guido Manini Ríos declaró que el torturador fue procesado 
por ser sobrino del “Goyo” Alvarez, otra mentira más al descubierto

La semana pasada, la jueza Ana de Salterain condenó al coronel ® Rodolfo Alvarez a 6 años de penitenciaría. Le tipificó varios delitos, del código penal ordinario, por hechos brutales, ocurridos durante el terrorismo de Estado. Específicamente, lo condenó por sus actividades en el año 1980 en el Batallón de Artillería N°1 de “La Paloma” en el Cerro. Siendo capitán del Ejército, actuó como juez sumariante y participó activamente en las torturas que se les realizaron a Gerardo Riet, Angeles Michelena y Gabriela Riet en el centro de detención y torturas de La Tablada a donde concurrió para ello.

La justicia militar: una farsa cruel 

Uno de los aspectos más significativos de la condena del coronel ® Rodolfo Alvarez es el hecho de que se lo procesa y condena por haber actuado como juez sumariante de la Justicia Militar durante el secuestro, tortura y condena de Gerardo Riet. Formalmente, en el año 1980, no integraba los servicios represivos operativos. En años anteriores abundan los testimonios de quienes lo vinculan directa y activamente participando en los interrogatorios y torturas a los detenidos en el cuartel de La Paloma.

Cuando el operativo represivo contra Gerardo Riet, que es quién formaliza la denuncia penal que culmina con su procesamiento, el coronel ® Rodolfo Alvarez era parte del sistema montado por la cúpula militar para dar apariencia de legalidad a las condenas que los servicios de inteligencia y los mandos militares de la época imponían a los prisioneros. Actuaba como Juez Sumariante, primer eslabón de los servicios judiciales del régimen, la mal llamada justicia militar.

Estando apostado en el cuartel de La Paloma, concurrió al centro de detención clandestino de La Tablada, lugar emblemático de torturas, asesinatos y desapariciones desde 1977 a 1983, para ejercer como Juez Sumariante. En carácter de tal obligó a Gerardo Riet a firmar bajo amenazas un acta previamente elaborada por él y en la cual el detenido confesaba haber realizado actividades subversivas y se autoincriminaba, luego de varias semanas de torturas.

Juzgar a todos los jueces militares  

El coronel ® Rodolfo Alvarez realizó lo mismo que hicieron todos los jueces sumariantes de las tres armas en todas las dependencias militares y policiales, con mayor o menor involucramiento en las sesiones de tortura desde el 15 de abril de 1972 en que se aprobó el Estado de Guerra Interno por parte de la Asamblea General del Parlamento hasta el retorno a la institucionalidad democrática.

En Uruguay, la detención masiva de ciudadanos, asociada a la tortura, a los abusos sexuales y a la prisión prolongada en condiciones brutales de reclusión fue la metodología deliberadamente seleccionada por el régimen cívico militar para destruir a los opositores y mantenerse en el gobierno. Más de 7.500 ciudadanos fueron formalmente condenados por los tribunales militares, sin ninguna garantía legal, luego de días, semanas y meses de incomunicación, aislamiento total del mundo exterior y torturas.

La justicia militar, tal como lo declaró en su momento el coronel Néstor Bolentini, figura señera del proceso cívico militar, fue un simple aparato administrativo al servicio de los mandos. Los jueces sumariantes de la época, todos, deberían ser juzgados y condenados como ocurrió con el coronel ® Rodolfo Alvarez, por participar en las torturas y avalarlas, a miles de ciudadanos, muchos de los cuales finalmente no fueron formalmente procesados.  

La valiente actitud de Gerardo Riet al formalizar la denuncia sin el más mínimo apoyo estatal ha permitido poner al desnudo, negro sobre blanco, la insanía legal que sufrieron miles de compatriotas juzgados y condenados por tribunales militares.

La tortura es un crimen de Lesa Humanidad

 La tortura es una práctica aberrante. Es un procedimiento que no admite ninguna justificación, de ningún tipo. Denigra, bestializa, animaliza, a quien la ejecuta y a quienes la justifican política, militar o intelectualmente. Daña irreversiblemente a quienes la sufren y padecen, dejando secuelas físicas, emocionales y psicológicas de por vida que se trasmiten, incluso, a los descendientes de quienes las padecieron, tal como ha quedado demostrado científicamente.

La Declaración del Estado de Guerra Interno fue aprobada el 15 de abril de 1972 a instancias del Poder Ejecutivo que comandaba Juan María Bordaberry y que integraba el Dr. Julio María Sanguinetti como ministro. Suspendió las garantías individuales, quitó competencias sustanciales al Poder Judicial y otorgó facultades extraordinarias, inconstitucionales, a las fuerzas armadas para reprimir y condenar al mismo tiempo. Fue un paso decisivo, no menor, en el camino cuesta abajo de la degradación democrática. Ignorar el impacto brutal de la Declaración del Estado de Guerra interno es un gran error. No puede ser obviado ni minimizado.

Los mandos militares que al actuar en tribunales de honor, desconocen los pronunciamientos, absolutamente tibios y moderados del Poder Judicial, deben ser destituidos sin más trámite por el Poder Ejecutivo. Con la complicidad de senadores de la oposición, hay generales en actividad que siguen teniendo mando de tropas, que desprecian los pronunciamientos de la justicia, para quienes la tortura, el asesinato y la desaparición de detenidos no lesionan el honor de las fuerzas armadas. Algunos de ellos se postulan, además, a ser presidentes.

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Opinando N° 10 – Año 8 – Martes 2 de julio de 2019