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domingo, 14 de abril de 2019

Entrevista a Julián González Guyer

Julián González Guyer, FFAA: Hay un gran desconocimiento en la

 sociedad civil y los políticos

La temática militar se puso al rojo vivo y está en la agenda pública desde hace unas semanas. Decidimos ir a las fuentes y nos encontramos en la Facultad de Ciencias Sociales con un experto en el tema para tratar entender un poco más a los uniformados de nuestro país.



Por Jorge Lauro y Alfredo García / Fotos Rodrigo López – Voces 11 4 19
¿Qué estudiaste?

Originalmente estudié Agronomía, y llegué a ser un estudiante relativamente avanzado. En el 72 fui preso.

Agronomía era una Facultad complicada.

Fui coetáneo de Roberto Gomensoro, ingresamos juntos a la facultad. Éramos muy amigos y compartimos muchas cosas. Lo quise mucho. Fui preso en el 70, y estuve preso hasta el 79, cuando terminé la pena que me dio la justicia militar. Quedé bajo medidas prontas de seguridad, en detención administrativa. Después de un tiempo me ofrecieron si quería irme al exterior, y dije que sí.

¿Dónde fuiste?

Había un grupo de Amnistía Internacional que se había estado preocupando por mí, en Suiza. Mi abuela era suiza, y mi abuelo fue cónsul honorario de Suiza en Uruguay durante algunos años. Todavía vivía allá un primo hermano de mi madre. Algunos de mis hermanos habían salido de Chile con el golpe de Estado, incluso alguno estuvo en el Estadio Nacional de Santiago, y fueron a parar a Suiza. Otros salieron de Buenos Aires, también para Suiza. Lo natural era que también yo fuera para allí. Me habían puesto como condición que tenía que ir a un país de Europa Occidental. Suiza cerraba bien, allá estaban mis hermanos instalados hacía tiempo, y allá estaba la familia de mi madre. Estuve un tiempo en Zúrich y me fui a Ginebra, donde mis hermanos me recomendaron que estudiara. Me inscribí en un instituto de estudios de posgrado de la Universidad de Ginebra.

¿Y después?

Vine a Bolivia, cuando se produjo la apertura del gobierno en el 82. En realidad, quería ir a México, pero nunca logré resolver la visa. Además, ya tenía una pareja y una hija recién nacida, y no podía hacer demasiadas locuras. Por eso preferí venir más al sur, donde estaba más claro el panorama. Estuve un par de años en Bolivia, trabajando como periodista. 

En ese tiempo se produjo la apertura en Argentina y en Bolivia hubo una crisis económica grande, con hiperinflación. En ese momento yo suplía al corresponsal de Prensa Latina, que se había ido de vacaciones a La Habana. Tuve que bancarme esa situación complicada. Al corresponsal anterior lo habían matado en un golpe militar. Después vino Paz Estenssoro e impuso una serie de medidas económicas, con un programa neoliberal de ajustes, y ahí se produjo la apertura en la Argentina. Me fui para ahí con la familia, donde llegué a estar apenas seis meses. Me comí el verano en Buenos Aires, que es una experiencia terrible.

¿Solo seis meses?

Entonces se produjo la apertura aquí, un poco sorpresivamente, con la amnistía general. Pude volver, agarramos lo poco que teníamos y nos vinimos en el Vapor de la Carrera, que todavía existía. Mi hermana Mariana, hoy en día pro rectora de extensión aquí en la Universidad, se estaba yendo a hacer un posgrado a Río de Janeiro con quien era su compañero en aquel momento, y me dejó un espacio en la casa de mis padres, donde vivimos un tiempo. De a poco me fui reinstalando aquí. Trabajé unos cuantos años de periodista. Me inscribí cuando se abrió la primera maestría aquí en el Instituto de Ciencia Política en la Facultad de Ciencias Sociales, y fui aceptado gracias a aquel diploma que había obtenido en Ginebra. Ahí tenía dos opciones: la cuestión electoral y de partidos, la parte más conocida de la ciencia política, o el área de políticas públicas, que se ha desarrollado mucho en los últimos años.

¿Cómo surge el interés por el tema militar?

Por casualidad yo había caído en una comisión de defensa del Frente Amplio unos años antes. El general Licandro era un hombre muy estudioso, y le fui agarrando el gusto al tema militar y de seguridad internacional. Más política pública que la política de defensa no hay. Es el ejemplo que se pone en economía cuando se estudia lo público. Agarré para el lado de la defensa, e hice mi tesis, que llamó un poco la atención, por un lado, por la originalidad del tema y por otro porque mientras hacía la maestría hubo una oportunidad e hice un curso en una institución que en aquel momento era nueva, el Centro de Estudios Hemisféricos. 

Se había generado en Washington cuando Estados Unidos cambia su política después del fin de la Guerra Fría e inicia una nueva política hacia América Latina, con el interés de poner en cintura a los militares y que dejaran de dar golpes de Estado, dejando a los gobiernos ocuparse de los temas de defensa. Aproveché la oportunidad y me fui a un curso de tres semanas, muy intenso. La directora, una economista, me autorizó a quedarme dos o tres días más, pagándome la estadía. Esos días los dediqué a ir a los archivos nacionales en Virginia, cerca de Washington, donde están los archivos del Departamento de Estado. 

Pedí lo que tuvieran acerca de las relaciones entre Uruguay y Estados Unidos en el ámbito de la defensa, desde el año 47 hasta hoy en día. Ahí encontré un documento que fue un poco el centro de mi tesis, que es un acuerdo secreto que se hizo entre Estados Unidos y Uruguay en el marco del Convenio de Cooperación Bilateral en Defensa, donde incluso se establecen las tareas de ambos países con unidades militares concretas en la defensa del hemisferio, que fue el instrumento que ordenó la cooperación militar de Estados Unidos a Uruguay. Además, encontré las comunicaciones de la embajada con el Departamento de Estado, con todas las tratativas para firmar ese documento secreto
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¿Qué gobierno uruguayo lo firmó?

El de Luis Batlle. Fue en el 53. Tiene la firma de Gestido, que en aquel momento era coronel, de otro coronel americano, que estaría a cargo de la oficina de cooperación militar. Esa tesis llamó la atención, y una carambola muy insólita hizo que ingresara al Instituto con un cargo de unas poquitas horas de investigación, y a partir de allí comienza mi carrera académica y empiezo a dar algunos cursos sobre estos temas. Finalmente hice el doctorado, que terminé en 2016, sobre operaciones de la contribución uruguaya en operaciones de paz entre el 92 y el 2016. Esa es un poco mi carrera académica.

¿Sigue teniendo esa importancia la injerencia norteamericana en las Fuerzas Armadas?

Estados Unidos siempre es un actor importante, en el mundo y en particular en América Latina, aunque América Latina ha perdido significación estratégica para Estados Unidos. La importancia de la cooperación militar norteamericana bajó, y Uruguay ha puesto ciertos límites. Antes, hasta la llegada del Frente Amplio al gobierno, era permanente la llegada de destacamentos militares norteamericanos para hacer maniobras con las fuerzas militares uruguayas.

¿UNITAS?

Sí, UNITAS, en las cuales se termina la participación uruguaya durante el ministerio de Azucena Berrutti. Es interesante, porque es la única actividad de cooperación militar norteamericana que se continúa después de que en el año 76 la enmienda Koch, aprobada por el Congreso norteamericano, corta la ayuda militar a Uruguay. Sin embargo, en esa enmienda hay una precisión, y es que se cortan aquellas que no tengan significación estratégica para los intereses nacionales de Estados Unidos, y las UNITAS no se suspenden. Recién Uruguay suspendió esa participación durante el ministerio de Azucena.

¿Los oficiales uruguayos siguen yendo a Estados Unidos?

Siempre hay actividades, cursos, seminarios. Alguna que otra operación virtual de operaciones de paz. Pero ya no es aquella cosa tan intensa que fue en la época de la Guerra Fría y después de la salida de la dictadura, donde Estados Unidos mantuvo cierta presencia. Hoy ya no es tan fuerte como lo fue en otra época. Está ahí, hay una oficina de cooperación militar en la embajada, y ellos desarrollan su actividad. Sobre todo, se han concentrado mucho en el tema de las catástrofes naturales, con apoyo al Sistema Nacional de Emergencia y a las operaciones de paz. Les interesa mucho el tema del narcotráfico, tema que no les interesa ni al gobierno ni a las Fuerzas Armadas uruguayas.

Es el tema con el que se insertan en varios países.

Terrorismo y narcotráfico son los caballitos de batalla, pero que en esta región tienen poca incidencia, y en particular en Uruguay. Hay una distancia que han puesto los gobiernos y las propias Fuerzas Armadas, a las que no les interesa involucrarse en ese tema.

¿Se puede hablar de una política militar del Frente Amplio?

Hay algunos lineamientos. Es bastante sintomático que en los congresos ha sido siempre un tema muy debatido. No han sido pocos los congresos en los que no se llegó a resolver nada y hubo que resolver posteriormente.

Da la impresión que hay varias visiones.

Hay una cierta visión general y después hay aproximaciones generales. Te diría que, pese a que el Frente Amplio ha sido el único partido que ha tenido una comisión dedicada al tema, de cualquier manera, hay un fenómeno general que es de desconocimiento y de falta de atención. Hay una tendencia a delegar en las Fuerzas Armadas esta temática. 

La vieja tradición desde principios del siglo XX es que el gobierno define los comandantes y los generales, y tiene incidencia en el ascenso de los coroneles a través del Parlamento, que junto con el Poder Ejecutivo establecen el presupuesto, y se señalan algunas misiones que deben cumplir las Fuerzas Armadas, pero después son las propias Fuerzas Armadas las que gestionan su funcionamiento interno. Hay un gran desconocimiento del tema por parte de la sociedad civil, y los políticos, que salen de la sociedad, no están ajenos a eso. Son pocos los políticos que conocen, y a los que conocen les interesa el manejo de conocer quién es quién en la alta oficialidad, sobre todo, lo que no deja de ser importante, pero es más bien una tarea de relaciones públicas. Comer asados, visitar cuarteles, confraternizar, ganarse confianzas y establecer vínculos. Pero en la política militar, y la de defensa, la cosa queda más bien en manos de los profesionales militares. 

Hay una especie de economía de recursos. Los políticos dedican sus esfuerzos y los recursos públicos a otras cosas que consideran más prioritarias. América Latina es la región más pacífica desde el punto de vista de conflictos interestatales, que son la tarea de las fuerzas armadas. Desde el punto de vista estratégico mundial es una región marginal. Esa escasa relevancia de la defensa nacional hace que los gobiernos tengan siempre otras prioridades, y el hecho de que las Fuerzas Armadas hayan sido una institución relativamente aislada de la sociedad, porque el único intento de establecer algo similar al servicio militar obligatorio fue la ley de instrucción militar obligatoria de la década de 1940, y fue una cosa muy fugaz, luego del episodio del Graf Spee en el 39, cuando pareció que se nos venía la guerra y los nazis podían invadir, y surgió aquella cosa del complot nazi en Salto, con aquel alemán que se suponía iba a organizar una invasión. 

Fue toda una fabulación de la inteligencia británica y norteamericana. Fue la época en que mucha gente iba al CGIOR (Centro General de Instrucción de Oficiales de Reserva), donde hacían cursos para prepararse. Pero todo eso cesó cuando desapareció la posibilidad de la guerra. Hay un documento muy interesante de un ministro de Defensa de la época, que le plantea al presidente que no puede hacer cumplir la ley porque los uruguayos no van a enrolarse. Había un rechazo de la gente, que no iba a ir voluntariamente al cuartel.

¿Cuál es tradicionalmente la composición social de la oficialidad de las Fuerzas Armadas uruguayas? ¿Es diferente a la de Argentina?

No sé si alguna vez lo escribió Methol Ferré, el primo hermano de mi padre. A veces yo iba a almorzar a su casa, y me acuerdo de algunas de las cosas que dos por tres planteaba. Hablaba de la cruz y la espada, y decía que en las grandes familias argentinas propietarias de tierras siempre había un obispo y un general. Es muy distinto a la realidad uruguaya, donde la realidad social de la oficialidad militar siempre fue más bien de clase media baja, y la carrera militar un medio de ascenso social, un posibilidad para familias que no podían pagarles la educación a sus hijos en un momento en que la educación terciaria estaba en Montevideo. El Liceo y la Escuela Militar son internados, y hasta se le paga un pequeño estipendio al cadete. En fin, hay muchas facilidades para ingresar a la carrera militar, y además hay un trabajo seguro de por vida.

Y una buena jubilación.

Además, aunque eso vino después. Pero esa es la realidad.

¿Hay tradiciones familiares, se repiten apellidos?

Sí. Es una institución muy endogámica, aunque esto hay que relativizarlo un poco, porque también lo es la Universidad. Mi padre fue decano, mi hermana es docente. También hay apellidos que se repiten. Pero efectivamente hay familias que son tradicionales.

¿Qué Fuerzas Armadas precisamos?

Unas Fuerzas Armadas que en el indeseable e improbable caso de que alguien nos quiera invadir sean capaces de organizar una resistencia, lo más digna posible, que eviten que se nos metan para adentro.

Que en vez de diez horas demoren setenta y dos.

Que quien quiera invadir sepa que algún costo tiene que pagar, y que ese costo militar supone un costo político. Porque una cosa es que a un país independiente se lo invada sin resistencia, y que la gente reciba las tropas aplaudiendo, y otra cosa es que haya resistencia. En la ley de Defensa se reconoce una cosa que está en el imaginario colectivo y es que nuestro primer instrumento de la defensa nacional es la diplomacia. Los uruguayos nunca creímos seriamente en lo bélico y nunca le gustó demasiado a la sociedad hiperintegrada, humanista, pacífica, negociadora, de la primera mitad del siglo XX, próspera y muy alejada de lo militar. Nunca hubo servicio militar obligatorio. En Estados Unidos, por ejemplo, hay otra cercanía con lo militar. Ahí hubo servicio militar obligatorio hasta no hace tanto tiempo. Lo militar es algo mucho más cercano, también en la propia Argentina.

Para esas hipótesis de conflicto. ¿Tenemos las Fuerzas Armadas adecuadas?

Mientras estamos en situación de paz tenemos que ejercer soberanía sobre aquellos espacios que no están habitados, el mar y el aire. Mientras el Ejército tiene que ser una institución que esté en condiciones de organizar una resistencia, la Fuerza Aérea y la Armada, además de cooperar con esta resistencia, sobre todo tienen que estar enfocadas en ejercer soberanía sobre esos espacios territoriales y cumplir algunos acuerdos internacionales que no son banales, por ejemplo los que tenemos sobre búsqueda y rescate. Esa jurisdicción nos lleva hasta el medio del Atlántico, aunque en una franja muy angosta, y tenemos que tener capacidad de llegar ahí con medios aéreos y marítimos lo más rápido posible, para socorrer un eventual naufragio, por ejemplo, o hechos graves que ocurran en esa franja. 

La plataforma marítima donde tenemos jurisdicción o soberanía desde el punto de vista económico se ha ampliado. Y se precisa poner mucha sesera e inteligencia para que con los escasos recursos que podemos dedicar a la defensa nacional construir una institucionalidad y unas capacidades militares acordes a las necesidades que esas misiones exigen. 

Esto requiere mucho pienso e imaginación para ver lo máximo que podemos hacer con el mínimo de inversión, y que la inversión valga la pena. No precisamos aviones de alta precisión, porque un F16 despega y ya estamos fuera del territorio nacional, sería algo desproporcionado. Precisamos cosas adaptadas a nuestra realidad. No precisamos cruceros ni portaviones, ni submarinos. No estamos pensando en esas cosas. una infantería de marina tiene poco sentido, porque sirve para desembarcar en territorio enemigo. ¿Para qué la querríamos? Como me dijo una vez el director de Inteligencia de Prefectura Naval, ya hace muchos años, en realidad nuestra Armada es una fuerza guardacostas un poquito desarrollada. Y cuidado: la cooperación norteamericana convirtió a nuestra Armada en una fuerza antisubmarina. 

Esa era la preocupación de Estados Unidos, y eso fue nuestra Armada durante mucho tiempo; sus capacidades eran antisubmarinas, porque el problema de Estados Unidos eran los submarinos alemanes y soviéticos. Hoy en día lo que precisamos es una marina que esté en condiciones de patrullar eficazmente nuestro mar territorial y plataforma marítima, y llegar a cubrir esa área de búsqueda y rescate. 

Tenemos que estudiar, por ejemplo, si vale la pena tener una aviación naval y una fuerza aérea, o si no podremos racionalizar ese esfuerzo. Tener una aviación naval supone tener en la Armada la formación de politos navales y todo lo que supone una fuerza por más que sea pequeña, con toda la parafernalia que supone una pequeña institución, y a su vez la Fuerza Aérea también tiene lo suyo. Estamos duplicando cuando probablemente podría haber una especialización de aviadores militares navales. Lo naval está pensando más en los portaaviones, en las flotas que operan con la aviación, pero eso está fuera de nuestro panorama.

Es como la estructura de cuarteles diseminados por todo el país.

Ahí hay un debate interesante. Hay dos grandes concepciones sobre lo que se llama el tema del despliegue. El despliegue actual es una combinación de las necesidades políticas que tuvo José Batlle y Ordóñez con el aporte de la cooperación francesa, una cooperación que se contrató después de la Segunda Guerra Mundial. Batlle y Ordóñez tenía el problema de que los jefes políticos de los departamentos del interior eran blancos y disponían de una policía. Es lo que en algún momento en la interna militar se llamó la “pulverización de los mandos”. Mataba dos pájaros de un tiro: por una parte impedía que ningún oficial concentrara demasiado poder y pudiera dar un golpe militar y, por otra, tenía un contrapeso para los jefes políticos en cada departamento. 

La cooperación francesa, después, en un lineamiento que se adoptó por parte de las Fuerzas Armadas uruguayas, vio que nuestra frontera más vulnerable era la brasilera, donde no hay un obstáculo físico como el Río Uruguay, y donde se precisaba una fuerza con capacidad de atender esa frontera. Las unidades de combate del Ejército uruguayo desplegadas en los departamentos fronterizos con Brasil son de caballería, y ahora motorizadas. Una fuerza con capacidad de movilizar. Sobre el litoral del Río Uruguay está la infantería, una fuerza con mucha menos capacidad de movilidad pero más adaptada a un posible desembarco, porque a través de un río hay que pasar por un lugar y es más difícil que se invada por varios lados. Luego, en el centro del país, está la artillería. Luego se fueron desarrollando las unidades alrededor de Montevideo, que forman un cordón y rodean la ciudad. Hay un verdadero cerco.

¿Cuál es el objetivo de cercar Montevideo?

En Montevideo tradicionalmente estuvo concentrado el proletariado, la fuerza más peligrosa. Los sindicatos. No sé muy bien, pero sospecho. Después de la dictadura se establecieron dos visiones opuestas respecto a ese tema del despliegue y de las características de las Fuerzas Armadas. Una fue la de Julio María Sanguinetti, que es la de mantener el actual despliegue. ¿Por qué? Porque así se atienden los desastres naturales, con fácil acceso de las tropas a todos lados. El otro concepto es el de Luis Alberto Lacalle Herrera: un ejército pequeño y concentrado, con alta tecnología. Han sido dos concepciones que se han confrontado. Lacalle intentó concretar su visión. Estuvo muy poco tiempo. Emitió una directiva. ¿Se acuerdan del comandante Daniel García? 

Rápidamente en el gobierno de Sanguinetti se revirtió buena parte de lo que García intentó instrumentar, con mucha oposición desde las propias Fuerzas Armadas. Fueron parte de los problemas que Lacalle enfrentó en su gobierno cuando quiso blanquear. Intentó esa reforma e intentó blanquear la cúpula, y para eso rompió con el criterio establecido por la dictadura, de ascenso por la derecha, que fue la gran fórmula de la dictadura para asegurar que no hubiera caudillos. Se ascendía por la derecha y ahí se sabía quién llegaba y quién no. Eso garantizó la unidad de la corporación, y ese carácter de una dictadura institucional de las Fuerzas Armadas, que no fue muy común en América Latina. Solo Gregorio Álvarez fue una excepción a ese fenómeno. Y el Frente Amplio nunca definió claramente cuál de las dos concepciones, u otra, planteaba.

¿Ni el “eleuterismo”, como podría decir Sanguinetti?

En realidad eso no fue una posición del Frente sino de Eleuterio Fernández Huidobro, si es que tuvo una estrategia al respecto. Hubo algunos cambios, pero no fue nada del otro mundo, nada demasiado claro. Es algo que el Frente debiera definir con más claridad. El problema central, me parece a mí, es cómo un próximo gobierno encara el tema. A este gobierno le queda poco tiempo.

Si sigue sacando generales a mansalva…

La institución se reproduce con facilidad. Hablo de tiempos políticos útiles. Es instrumentar cambios en las Fuerzas Armadas, hay una cosa que, con todos los bemoles que se le pueda poner, existió hasta mediados del siglo pasado y fue que las Fuerzas Armadas en alguna medida eran un reflejo de la sociedad. No eran algo tan distinto a la sociedad uruguaya. Podía tener un cierto sesgo, quizás en las corrientes riveristas, con sobrerepresentación de las corrientes más autoritarias de los partidos tradicionales, pero también había oficiales con otras orientaciones y otra cabeza. Esas Fuerzas Armadas, después de una tarea que se produjo durante la Guerra Fría, a partir de los cincuenta con la cooperación norteamericana y la incorporación de elementos doctrinarios de ese país, las terminaron de matar. Con la dictadura se produce la purga sistemática y absoluta de cualquier resquicio, postura o actitud que no estuviera acorde con esa idea de unas Fuerzas Armadas tutelando la sociedad.

La Doctrina de la Seguridad Nacional.

Sí. ¿Qué sucede? Que a la salida de la dictadura los gobiernos democráticos no ejercieron el mando que la Constitución les otorga para, de alguna manera, revertir ese proceso. ¿Cómo se revierte ese proceso? En las escuelas militares, básicamente.

¿Eliminándolas?

No necesariamente. Ahí hay muchas experiencias distintas. Básicamente hay un tema de romper con el enclaustramiento y la tradición de doctrinas. La educación no es un lugar donde se inculcan ideas sino donde se forma gente. Cuando en una institución educativa se hace entrar el conocimiento a martillo, y donde de alguna manera cuando alguien contradice eso se lo mete preso o no se lo deja salir el fin de semana, se lo sanciona, se lo persigue y los compañeros le hacen bullying, como se dice ahora, ese se termina yendo. 

Es un proceso necesariamente largo, complejo, que requiere paciencia, pero que en algún momento se tiene que dar. Se tiene que empezar a introducir cambios en la forma en que se educa a los cuadros militares. El fenómeno es que, como les dejamos la formación de los cuadros militares a la propia institución, son los viejos coroneles, sobre todo, los que terminan siendo la referencia intelectual de las jóvenes generaciones. Y eso se reproduce, y la prueba está en estos días a la vista de todo el mundo, con cómo se reprodujo, desde el 85 hasta ahora, una institución que fue capaz de ser, en lo esencial, permeable a lo que estaba sucediendo en la sociedad.

Durante todo el período democrático no se pudo sacar el tema de la Doctrina de la Seguridad Nacional.

No es que no se pudo, es que no se quiso. Ahí está el problema. No hubo una percepción clara del problema, y ahora nos explota en la cara. Hace muchos años que hablo del problema de la autonomía militar. Y la gente me escucha y me dice que qué interesante, pero todo sigue igual. La autonomía sigue planteada.

La política fue reducir el número y que no embromen, que se queden en sus cuarteles tranquilos, pero no cambiarlos radicalmente.

Exacto.

Lo que vos planteás es que sean un reflejo de toda la sociedad.

Que exista realmente una compenetración. Cuando yo era un muchacho jovencito los cadetes iban a los bailes. De pronto podía haber un tema de orígenes sociales, pero a los cumpleaños de quince iban los cadetes uniformados y a las chiquilinas les parecía interesante. Hubo muchos años, después, donde los cadetes no salían uniformados a la calle. Hoy en día se los empieza a ver de nuevo, pero es un cuerpo extraño, y no puede ser así. Es lo contrario a lo que dijo Samuel Huntington en su primer gran libro más conocido, El soldado y el Estado. Era un conservador, y planteaba que la sociedad norteamericana tenía más para aprender de West Point, la escuela de oficiales militares, que West Point de la sociedad norteamericana. Lo dijo en el año 57, cuando el liberalismo todavía florecía, en una sociedad muy liberal. Él veía eso como un problema para las Fuerzas Armadas. Esa idea de Huntington se expandió a través de la cooperación norteamericana en todo el mundo, y también llegó a Uruguay, donde tuvo su influencia.

¿Cuánto pesan las logias en las Fuerzas Armadas?

Es un tema que es difícil. Hay mucha leyenda. Diría que no creo en brujas pero que las hay, las hay. Logias han existido, y han tenido su peso. Quizá existen hoy en día y algún peso tienen. El problema es que para conocer de las logias hay que investigar, hay que meterse en ese mundo. Mi aproximación a la temática militar no ha sido esa. Cuando se habla con un militar, en principio se habla con una institución. El militar, antes de venir a hablar conmigo, se lo va a informar a su superior, y después le va a contar lo que habló. A mí no me interesa eso, sinceramente. Y si además de su subordinación a los mandos naturales tiene algún tipo de subordinación a una logia, va a informar para un lado y para el otro y me va a pasar mensajes que en realidad van a estar transmitiéndome cosas que sus superiores o la logia quieren que yo conozca, opine o crea. En esa yo no entro, no me meto, no me interesa. No niego que pueda ser un tema importante.

Los miembros de las logias se apoyan para llegar hasta las posiciones más encumbradas.

Sí, todas esas estrategias existen. Los jefes de la Casa Militar terminan siendo generales casi siempre, y muchas veces comandantes en jefe. El presidente por lo menos les conoce la cara y algún contacto ha tenido. Cuando Seregni fue a Chile a visitar a Salvador Allende, el comandante en jefe del Ejército, que en aquel momento era Prats, había tenido que ir a atender algún incendio por algún lado y como no lo podía ir a recibir, Allende le dijo a Seregni que le ponía a su disposición al general Pinochet, “un hombre de total confianza”. Sinceramente no tengo nada en contra de los militares. Me parece que, en todo caso, mi aproximación al tema es otra. Lo que quiero saber y transmitirles a los estudiantes en facultad no son esos líos internos de la cocina sino estas otras cosas que hemos estado hablando.

¿Tenemos el número de militares que precisamos?

Eso tiene que estar en función de la definición de qué Fuerzas Armadas queremos.

Se está discutiendo la ley orgánica, y teóricamente eso va a ser clave para poder definir este tema.

No sé al final cuál va a ser el proyecto de ley.

Está en discusión, todavía.

Está en discusión hasta el propio contenido del proyecto. Se ha escrito a varias manos, el Estado Mayor de la Defensa puso lo suyo, y desde el ministerio, aparentemente, pusieron otras cosas que notoriamente no son de pluma militar, como eliminar la Doctrina de la Seguridad Nacional o la cuestión de la obediencia debida, y una serie de derechos para las mujeres. A través de la nueva ley orgánica militar se introduciría un cambio en la definición de las misiones de las Fuerzas Armadas que está en la ley marco de Defensa. Y además de defender la soberanía y la integridad territorial también tienen que defender a la población. 

Eso no está en la ley marco y aparece en un texto del proyecto de ley. Me llamó la atención, porque de la seguridad de la población se ocupan la Policía, el Ministerio de Salud Pública, el MIDES y una serie de instituciones del Estado. La idea de la población parece venir de las operaciones de paz, donde sí las Fuerzas Armadas uruguayas tienen como misión proteger a la población de esos países frente a violaciones de los derechos humanos, pero esa es otra historia, otra realidad, son territorios donde casi no existen los Estados y donde hay fuerzas irregulares que atacan a la población. No tiene nada que ver con nuestra realidad. Hay una lista muy larga de tareas de las Fuerzas Armadas, tremendamente detallada. Creo que llega a la letra R de abecedario, donde cada una de las tres fuerzas se ha preocupado de poner cada una de las cosas que hoy en día está haciendo o que ha hecho en los últimos años. 

Eso se quiere poner en la ley. Si se pone, queda grabado en piedra y determina que las Fuerzas Armadas sientan que esas son tareas que les pertenecen y para las cuales se tienen que preparar, y para eso necesitan recursos y personal, y personal que tienen que formar. Pero son tareas subsidiarias, que eventualmente se le otorgan a las Fuerzas Armadas con carácter más permanente, como en el caso de la guardia perimetral en las cárceles, cosa que, en realidad, me parece que, cuanto antes pudiera terminar de hacerse sería mejor.

Ahora además para “vivir sin miedo” se viene también el rol de  policías.

Sí, y esta cosa del patrullaje de las fronteras me parece que es otra cosa que hay que discutir muy bien, lo que dice la ley es que patrullan a veinte kilómetros de la frontera pero fuera de los centros poblados, es decir, solamente en las zonas rurales. Pero van a cumplir funciones de policías, y para eso hay que adiestrar e instruir a los oficiales y sargentos en el Código del Proceso, porque van a ser fuerzas auxiliares de la Justicia. Hay cosas que no termino de entender muy bien.

Se da de bruces con los roles tradicionales.

Me parece que, en todo caso, tenemos que desarrollar un poco más y darle algunas posibilidades a la Guardia Republicana, con un grupo de guardias de frontera. Creo que las Fuerzas Armadas tienen que estar básicamente preparadas y equipadas para atender una posible amenaza militar externa. No niego, y me parece que está bien, que cuando hacen eso generan un montón de capacidades. Porque tienen camiones, porque están las veinticuatro horas en servicio. Es una capacidad que tienen el Estado y los gobiernos para atender situaciones excepcionales. Pero son situaciones excepcionales, y son capacidades que tienen para otra cosa y que eventualmente se usan para esto, pero las Fuerzas Armadas no están para eso, y son cosas bastante distintas.

Las misiones de paz han sido una válvula de escape para darles mejores ingresos a las Fuerzas Armadas. Tenés un porcentaje de militares uruguayos permanentemente en el extranjero, y cobrando mucho más.

Ha sido un mecanismo que ha permitido amortiguar el tema salarial y los bajos niveles de inversión. En las Fuerzas Armadas invertimos el 1% del presupuesto, sin contar el Servicio de Retiros y Pensiones. Está en el rango de lo que invierten los países vecinos, está dentro de lo razonable. El problema es que si dedicamos el 80% de eso a pagar salarios, como sucede en el Ejército, lo que nos queda para funcionamiento, mantenimiento y e inversiones es muy poca cosa. 

Las operaciones de paz le sirven al Ejército para renovar algún material, pero eso, insensiblemente, va deformando las capacidades del Ejército porque el material más operativo que el Ejército tiene es aquel que necesita para las operaciones de paz, y no necesariamente ese material es el más necesario para aquí. Capaz que eventualmente sí, pero en principio no. Pero lo tienen para eso porque esa es la forma de que Naciones Unidas les pague mejor, por el desgaste de ese material. 

Genera unas lógicas un poco perversas, asociadas al hecho de que no hay atención por parte del sistema político. Hoy tenemos un general que es el principal asesor del Secretario General de Naciones Unidas, lo cual le permite a las Fuerzas Armadas tener un contacto excelente, y lograr que vayan a una misión en el Golán, como parece que van a ir.

Hablabas de que las Fuerzas Armadas se autodepuraban en la dictadura. ¿Hay posibilidades hoy de que elementos democráticos,  con otra visión, lleguen a posiciones de mando?

En una institución donde las jerarquías actuales, las que fueron removidas, piensan como demostraron pensar, no hay por qué pensar que el resto de los generales que no participaron de los tribunales de honor no piensen lo mismo. Los militares se reunieron en el Comando con el comandante en jefe, los destituidos y los que quedan, y eso es grave. 

Es inadmisible, porque además la Junta de Generales ya no existe más y no hay ninguna razón para que los generales se reúnan sin autorización expresa del ministro y del presidente de la República. En una institución muy vertical y disciplinada, donde los cuadros se forman con un sistema que es muy poco flexible, poco abierto, es difícil que un oficial tenga una cabeza muy abierta. La dictadura eliminó un fenómeno que existía antes: el ascenso a general por concurso. En todos los ascensos siempre hay una opción por concurso. El militar puede llegar hasta coronel por concurso, una vez que cumple un mínimo de tiempo en su jerarquía. El ascenso a general por concurso se eliminó, y era un mecanismo interesante, porque a un oficial capaz, brillante y estudioso, le daba posibilidades.

Fue el caso de Seregni.

Seregni llegó por concurso, y ha habido otros casos, no necesariamente con ideas… Pero sí un militar un poco fuera de lo estándar, por decirlo de alguna manera. Pero por algo se autorreprodujeron en la medida en que lo hicieron.

Es otra generación, se supone que tendría que tener otra visión del mundo.

Y sin embargo… Claro, los generales de hoy eran cadetes en la época de la dictadura. O incluso oficiales. Manini contó que él era alférez y que alguna vez había ido con una de las guarniciones que custodiaban el Penal de Libertad. Era alférez en plena dictadura.

Todavía quedan resabios de esa época.

Han pasado muchos años, pero la prueba está. Hoy en día no necesito probarlo con argumentos teóricos. Está en la realidad. Está el discurso de Manini, está el documento que adjuntó a los tribunales de honor, están las propias actas de los tribunales de honor, de las que se divulgaron algunas partes a pesar de que siguen siendo secretas.

¿Qué lógica tiene un tribunal de honor de las Fuerzas Armadas hoy? ¿Habría que abolirlo?

Es una supervivencia de la tradición española.

Es medio arcaico.

Absolutamente. Ni los españoles ya lo tienen.

¿Sos optimista con respecto a que es viable un cambio en las Fuerzas Armadas uruguayas?

Optimista hay que ser siempre. Creo que lo que ha sucedido en los últimos días es una llamada de atención, principalmente para el próximo gobierno, porque esto requiere un poco más de tiempo y de políticas. Espero, además, que el sistema político reaccione. Ahora el Parlamento va a enfrentar la cuestión del mensaje que mandó Vázquez para pasar a retiro a los generales. Se necesita mayoría especial. Se necesitan votos de los partidos de la oposición. Esperemos que la oposición esté a la altura de las circunstancias, y esperemos que haya un debate. Aparentemente se va a discutir la ley orgánica, en estos próximos meses antes de que termine la gestión de este Parlamento. Esperemos se genere un clima que permita el intercambio fructífero entre los partidos, y que de alguna manera deje al costado la tentación del argumento fácil y de ganarse la simpatía del lobby militar, y que realmente haya una disposición de todos los partidos para sentarse a discutir seriamente.

Esto que pasó es histórico. ¿Es una fortaleza de nuestra institucionalidad?

Sin duda. Ayer me llamó una periodista de O Globo asombrada, porque desde Brasil ven eso y dicen: “¡Aleluya!”. No, nunca ha pasado.

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(*) La difusión de la presente nota periodística es meramente de carácter informativo y no supone ningún grado de aceptación y/o compromiso con los conceptos, juicios o comentarios que en la misma se formulan.

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