Descubrieron placa recordatoria en cárcel de ex presas políticas en Paso
de los Toros.
La diaria - 26 10 15 - Por Iván Franco
Ex presas políticas durante el acto de colocación de una placa recordatoria, el sábado, en el frente de la cárcel de Paso de los Toros. Foto: Virginia Martínez Díaz |
La antigua locomotora era un
infierno de hierro caliente, fuego y chorros de vapor en la fría y silenciosa
madrugada fraybentina. Daba miedo pasar a su lado. Era el invierno de 1974. En
el andén iluminado esperábamos mi hermana, de diez años, mi abuela, de 67, y
yo, de 13. Huevos duros y bananas eran la comida para el viaje de diez horas
que nos llevaría a visitar a mi madre en la cárcel de presas políticas de Paso
de los Toros.
A las cinco de la mañana nos
ubicamos en un vagón casi vacío, que luego del sonido del pito comenzó a
atravesar con un lento traqueteo los barrios más humildes del pueblo. Antes de
cruzar cada paso a nivel sonaba varias veces el silbato.
Luego de pasar por el costado
del cementerio, salimos a campo abierto. Sólo se veía una franja de pasto,
iluminada por la luz que dejaban pasar las ventanillas de los vagones y las
estrellas. El sueño me ganó acunado por el vaivén del vagón.
Desperté con el tren parado en
el medio del campo. Se había roto la locomotora y debimos esperar cuatro horas
a que enviaran otra. Llegamos tarde; se permitieron las visitas durante todo el
día hasta las 17.00, eran las 17.10. Luego de justificaciones y súplicas de la
abuela, y de que mi hermana se apoyara sobre una regla e hiciera volar el
cigarro que el comandante tenía sobre el escritorio, la negativa cerrada dejó
paso a la sentencia final: “Cinco minutos y sólo los niños”. La visita fue con
mi madre y otras compañeras que nos colmaron de besos, abrazos y cariño. Muy
corta, pero sentíamos que las 12 horas de tren habían valido la pena.
El sábado, 41 años después,
volví con mi hermana y la vieja a ese lugar que aún funciona como cárcel. Se
descubrió una placa recordatoria. Convocadas por Crysol, unas 150 personas, en
su mayoría ex presas y familiares, se concentraron frente a la Seccional 3ª de
Policía y a la contigua cárcel. Una rueda de ex presas cantaba canciones que
recordaban de la prisión.
Abrazos. Apretados abrazos.
Extensos. Besos, gritos de alegría. Y lágrimas. Muchas lágrimas corrieron por
decenas de mejillas. Es que reencontrarse después de 40 años implicaba
observarse, mirarse detenidamente, reconocerse.
Mi madre experimentó “primero
una reacción rara, porque fue una angustia de golpe ver el edificio, el lugar,
pero después la alegría de ver a mis compañeras, ahí me puse contenta y feliz
de estar de vuelta”. “Un recuerdo de años muy jodidos, pero muy vividos
también, vividos mal pero vividos bien”. Recuerda que les hacían limpiar las
cloacas, no había saneamiento; venían los milicos con un carrito y dos baldes
para que pusieran la materia. Otras obligaciones humillantes eran lavar los
uniformes de la tropa o ir al jardín del comandante, de pedregullo, a juntar
las colillas que tiraba. A mi madre esto le daba asco, por lo que se le ocurrió
hacerlo con una pinza de cejas. Al rato, el comandante mandó a decir que ese
trabajo había que hacerlo a mano. Se recordaron entre risas conversaciones como
ésta:
-Junten los puchos.
-Pero ya no hay más.
-Junten igual.
Luego del acto protocolar con
Himno, discursos y el descubrimiento de la placa, se ofreció un cana-tour.
Un oficial de policía, muy amable, nos guiaba en grupos de cinco por el
interior de la cárcel. Esto cambió, esto está igual, el celdario, etcétera.
Según las ex presas el edificio
no cambió mucho, pero está todo más deteriorado. Aquella cárcel nueva y pulcra
es hoy un recinto venido a menos, las paredes están sucias y tienen “olor a
cárcel”. Más fotos con cámaras, celulares o tablets, muchas fotos.
Aquí eran las visitas, dijo la vieja, y se nos quebró.
El marco
La Ley 18.596, de
reconocimiento y reparación a las víctimas del terrorismo de Estado, prevé
entre otras formas de reparación la colocación de “placas o expresiones
materiales simbólicas” en sitios públicos donde se hayan producido violaciones
a los derechos humanos en la última dictadura cívico-militar. En base a dicha
norma, el sábado se colocó una placa recordatoria en la Seccional 3ª de Policía
de Paso de los Toros, conocida como “cárcel militar de reclusión femenina Nº
1”, que ofició de centro de reclusión de 157 presas políticas entre 1972 y
1985. En el homenaje participaron representantes de la comisión especial que
instrumenta la ley -integrada por varios ministerios y organizaciones sociales-
y de la Comisión Memoria, Justicia y contra la Impunidad de Tacuarembó.
Isabel
Wschebor, directora de la Secretaría de Derechos Humanos para el Pasado
Reciente, dijo que Uruguay tiene “un gran problema” con su política de
“construcción de la memoria” porque “aún hay muchos silencios, muchas cosas que
no se saben y se tienen que conocer, y por ende, hay mucho por lo que se tiene
que trabajar”.
Giovanni
Rotondaro, miembro de la Comisión Especial, explicó a la diariaque la
solicitud de colocación de placas recordatorias surge de los involucrados,
principalmente ex presos políticos, y que la comisión colabora con su
implementación: visita el lugar, dialoga con los interesados y las autoridades
-en general se trata de predios policiales o militares- y gestiona la
colocación de la placa.
Los
próximos dos homenajes se harán el 6 de diciembre: uno será en la actual
terminal de ómnibus y shopping de Mercedes, que funcionó como centro de
reclusión en la dictadura, y el otro en un cuartel de Fray Bentos, donde los
militares asesinaron en 1984 al doctor Vladimir Roslik.