HABLA EL
HIJO DEL EX SACERDOTE MAC GUIRE, TORTURADO EN EL SEMINARIO SALESIANO DE FUNES
“Más que
cómplice, la Iglesia es coautora”
Santiago Mac
Guire es el ex cura tercermundista detenido en un centro clandestino que
funcionó en un predio de la Iglesia, tal como viene denunciando Horacio
Verbitsky en Página/12. Lucas tenía 5 años cuando su padre fue secuestrado.
Aquí cuenta la historia.
Página 12 - 16 12 13 - Por Natalia
Biazzini *
En abril de
1978, Santiago Mac Guire apenas podía caminar. Recién salido de un centro
clandestino de detención, dos soldados arrastraron al ex sacerdote
tercermundista hasta el Batallón 121 de Rosario.
Santiago Mac Guire: una odisea familiar |
Cuando les preguntó a esos
hombres que lo trasladaban adónde había estado en esos días en que lo
torturaron brutalmente, uno de los cabos le respondió: “En un lugar que se
llama Ceferino Namuncurá”.
Pasaron 35 años y recién ahora se está comenzando a investigar
lo que ocurrió en ese predio, que perteneció a la Congregación Salesiana de
Rosario y funcionó como un centro clandestino de detención y tortura en el
pueblo de Funes. En octubre, la familia de Mac Guire –que dejó los hábitos para
casarse y tuvo cuatro hijos– se presentó ante la Justicia como querellante en
la causa que investiga el circuito represivo que funcionó bajo la órbita del
Batallón de Inteligencia 121 del Ejército.
Después de
pasar diez días en ese centro clandestino, los militares le informaron a
Santiago que había sido juzgado por un consejo de guerra y que debía cumplir
una pena de 15 años. Vivió los siguientes seis en cuatro cárceles y salió en
libertad en 1983. Falleció en 2001, sin poder declarar ante la Justicia, pero
lo hizo ante la Conadep en 1984. Nunca se cansó de perseguir a los que creyó
responsables. Siguiendo esa búsqueda de justicia, a principios de octubre, la
familia Mac Guire presentó una querella en la causa Guerrieri, donde se está
juzgando a doce represores responsables del circuito represivo organizado en el
sur de Santa Fe durante la última dictadura.
“Santiago pudo confirmar su lugar
de cautiverio por boca de dos oficiales, durante su estancia en el Batallón de
Comunicaciones, de nombres Gauna y Berra”, relata el escrito firmado por las
abogadas Gabriela Durruty y Jésica Pellegrini. La orden salesiana y el
Arzobispado de Rosario niegan que ahí haya funcionado un centro clandestino.
Corría el
convulsionado año 1968, la guerra de Vietnam, los movimientos sociales y rebeliones
estudiantiles marcaban la época. En la Argentina, el militar Juan Carlos
Onganía había llegado al poder dos años antes, tras derribar el gobierno de
Arturo Illia. El sacerdote Mac Guire trabajaba en la villa rosarina Bajo
Saladillo. Mac Guire formaba parte de los Sacerdotes del Tercer Mundo, como
Carlos Mugica en Buenos Aires y Enrique Angelelli en La Rioja. Haciendo trabajo
social, conoció a María Magdalena Carey, veinte años menor y de raíces
irlandesas, como él. Se enamoraron, él dejó los hábitos y se casaron por civil.
Tuvieron cuatro hijos. “Santiago era un militante peronista y siempre tuvo una
vocación de servicio”, dice su hijo Lucas en una entrevista que le concedió a
Infojus Noticias. Durante la charla, Lucas rara vez lo llamará “papá”, siempre
dirá “Santiago”.
El secuestro
y la “negociación”
La tarde del
18 de abril de 1978, Santiago había ido a buscar a Lucas al jardín de infantes.
Con sus cinco años, Lucas vio cómo una patota militar se llevó a su padre. El
niño se quedó solo en la calle, llorando, en el centro de Rosario. Lucas nunca
pudo olvidar un cruce intenso de miradas con uno de los secuestradores. “Creo
que no sabían qué hacer conmigo y por suerte me dejaron ahí”, dice hoy. Ese día
comenzó el calvario de la familia Mac Guire: saber dónde estaba Santiago. Al
hábeas corpus le siguió la respuesta más frecuente de aquel momento: no está
bajo las fuerzas de seguridad.
“Mi mamá no
tenía contactos militares ni policiales, así que fue al arzobispado con
nosotros cuatro. Llorando, rogó por la vida del padre de sus hijos”, cuenta
Lucas en su casa del barrio porteño de Congreso, con el fondo de las campanadas
de un reloj antiguo que perteneció a su padre. Después de la visita al
arzobispado, el general Adolfo Luciano Jáuregui, entonces jefe del cuerpo de
Ejército con sede en Rosario, se apersonó a la casa a los Mac Guire.
“A mí y a
mis hermanos nos encerraron en un cuarto. Jáuregui se sentó con otros militares
y mi mamá en la mesa familiar”, recuerda, y señala una vieja mesa de roble.
“Allí la empezaron a interrogar. Le decían que ellos no lo tenían a Santiago y
que seguramente había sido secuestrado por alguno de los guerrilleros que solía
cobijar en la casa. En ese entonces, mi casa era un desfiladero de tíos
nuevos”, recuerda Lucas entre risas.
–¿Saben
de otras personas que estuvieron en el centro clandestino con su papá?
–Santiago
estuvo con Roberto Pistacchia y Eduardo Garat, que no soportó la tortura y
murió; lo asesinaron. Cuando desde el arzobispado pidieron por Santiago, se
confundieron y llevaron a Pistacchia. El arzobispo Guillermo Bolatti le pegó el
grito en el cielo a Jáuregui por la confusión. Fue un trato de cúpula
eclesiástica a cúpula militar. Por eso nosotros consideramos que la Iglesia más
que cómplice fue coautora.
–¿Por qué
piensa que a Santiago lo blanquearon y lo trasladaron a una cárcel común?
–Creo
firmemente en un momento de coyuntura. Ya habían desmantelado los centros
clandestinos más importantes, al menos de Rosario. Estaban llegando los
organismos internacionales de derechos humanos y la prensa internacional
informaba de las atrocidades que pasaban en el país. La peor barbarie ya había
ocurrido. Cuando cae mi papá, ya habían levantado el centro clandestino Quinta
de Funes.
A fines de
noviembre, Santiago recuperó la libertad. Había pasado por las cárceles de
Coronda, La Plata, Caseros y Rawson. “Cuando lo volví a ver en libertad, yo
había cumplido once años”, dice Lucas. En democracia, Santiago denunció en la
Conadep que cuando salió del centro clandestino fue trasladado al Batallón 121
de Rosario. Había recibido la visita de Bolatti y la del capellán Eugenio
Zitelli, quien lo reemplazó en la parroquia popular del Bajo Saladillo.
En los años
’90, Santiago se ocupó de perseguir y escrachar a Zitelli a cada lugar donde
era trasladado en su rol de sacerdote. Zitelli está imputado en la causa
Guerrieri y cumple prisión domiciliaria. Santiago y su mujer, María Magdalena,
se separaron, pero hace diez días ella declaró desde la cama de una clínica
rosarina ante el fiscal Gonzalo Stara y el juez Marcelo Bailaque, titular del
Juzgado Federal Nº 4 de Rosario.
–Nuestra
querella está en instrucción y se está incorporando a la causa. La Iglesia
niega este centro clandestino. Nosotros tenemos los papeles de la venta del
terreno un año después (1979) a la Aeronáutica. Lo vendieron porque deben haber
pasado muchas más personas por ahí. También para borrar huellas. Ahora el lugar
está todo reformado.
–¿Qué
esperan?
–Ojalá que
la gente de la Iglesia recapacite, no quiero ofender a nadie. Ya sabemos que
los salesianos no son curas de base. Tienen colegios privados, locales en
shoppings. Mueven millones de pesos. Espero que alguno pueda decir que ese
lugar se le prestó al Ejército un año antes de ser vendido. Serviría mucho.
* De la Agencia
Nacional de Noticias Jurídicas (Infojus).
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