El grueso manto que ocultaba la
realidad de la tortura ha comenzado a descorrerse. En ello ha influido,
notoriamente, la condena de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH)
al Estado de Chile, por negar el derecho a la justicia a Leopoldo García
Lucero.
El Ciudadano* – 26 de diciembre de
2013 - Por Francisco Marín
Este hombre, que vive en el Reino Unido desde 1975, fue víctima de torturas
reiteradas –en diversos recintos–, entre el 16 de septiembre de 1973 y el 12 de
junio de 1975, fecha en que salió de Chile, gracias a un decreto del Ministerio de Interior.
La CIDH no castigó el delito de torturas en sí, si no el hecho que Chile no
hiciera una investigación de oficio, pese a conocer lo ocurrido con García Lucero desde 1994Este ex prisionero había
remitido -el 23 de diciembre de 1993– una misiva al estatal Programa de
Reconocimiento al Exonerado Político en Chile, en la que narraba lo sufrido. Este ente estatal
acusó recibo de la carta un año después.
Aunque, en octubre de 2011, la Corte de
Apelaciones de Santiago acogió una denuncia de García Lucero y ordenó que se
iniciara una investigación judicial por su caso, el tiempo transcurrido entre
cuando fue informado de los hechos y comenzó el juicio –16 años, 10 meses y
siete días– fue considerado demasiado largo por la Corte Interamericana de
Derechos Humanos.
“Debido a la excesiva demora en iniciar la investigación
de las torturas, Chile es internacionalmente responsable por la violación de
los derechos a las garantías judiciales y a la protección judicial”, señala el
fallo condenatorio. El citado tribunal internacional ordenó a Chile continuar y
concluir la investigación “dentro de un plazo razonable” y pagar la cantidad
fijada por daño inmaterial (cerca de 20 mil libras esterlinas).
La memoria pertinaz
Este fallo condenatorio, en el caso
García Lucero, ocurre en un momento de despertar de la memoria colectiva
respecto del drama de la tortura. Ese fenómeno se desplegó, con fuerza nunca
antes vista, en el contexto de la conmemoración de los 40 años del golpe
militar. Numerosos programas de televisión abordaron esta temática. Víctimas de
la tortura entregaron minuciosos detalles de lo sufrido. El País entero se
enfrentó a una realidad que se mantenía oculta, bajo la alfombra.
Dos semanas antes del 11 de septiembre, se
presentó en la ciudad-puerto de San Antonio el libro El despertar de
los cuervos [Editorial CEIBO], del periodista Javier Rebolledo. El auditorio del nuevo centro cultural de esta
ciudad –con capacidad para 500 personas– se repletó, y cientos quedaron afuera.
El hecho causó conmoción, quizás porque –a pesar de haber sido una de las
ciudades más afectadas por la represión política– sus habitantes nunca se han
podido liberar del todo del yugo que significó haber sido sometidos por el
entonces coronel Manuel Contreras.
Este genocida era, en septiembre de 1973,
comandante del Regimiento de Ingenieros Tejas Verdes, que fue el laboratorio que dio forma
a la Dirección Nacional de Inteligencia (DINA) de la que fue creador y director. Según se señala
en el referido libro, Tejas Verdes fue “el nido de la DINA”. Allí se
capacitaron en métodos de tortura cientos de uniformados, que pasaron a
integrar las filas de la DINA.
Cosme Caracciolo, líder histórico de los pescadores artesanales
chilenos, entregó el testimonio del horror vivido por él en dicho centro de
detención, tortura y exterminio. “Tejas Verdes representa, para mí, una de las
cuestiones más tristes, más turbias y más oscuras que se pueda recordar de la
Dictadura. Fíjate que cualquier persona que pasaba por el puente Las Rocas,
hacia San Antonio o hacia Las Rocas de Santo Domingo, podía ver el campo de
concentración, podía ver las torretas con las ametralladoras. Era igual que las
imágenes que guardábamos de las terribles películas de los campos de
concentración nazi. Eso era lo que la gente veía y yo creo que eso se hizo para
infundir terror en la población”.
Cosme Caracciolo señala que fue detenido el 10
de marzo de 1975, en una redada que se hizo en San Antonio en contra de
militantes del Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR): “Yo estaba en mi casa; ese día,
habíamos estado trabajando en la mar con mi padre y con otro par de compañeros
pescadores […] cuando me desperté me di cuenta que los militares estaban dentro
del dormitorio y me habían puesto en la cabeza el cañón de la ametralladora […]
había uno que me pegaba con el cañón en la cabeza, y yo miro al lado y veo a mi
esposa, la Tere, que estaba sentada en la cama: estaba llorando con la guagua [su
hijo Luciano] en brazos, y yo les pedía a los militares, que venían con gorro pasamontaña
[…] que si me iban a hacer algo, me sacaran de ahí”.
“Me sacaron del dormitorio; mi mujer quedó
llorando, en la casa; en el patio me golpearon, me amarraron y me vendaron […] Cuando me llevan a la camioneta,
sentí el llanto de mi hermana Belinda… ella estaba en la cabina de la camioneta
y me pedía perdón… ahí me di cuenta, por sus gritos […] que la habían sacado de
la casa para que dijese dónde yo vivía”.
Al llegar al lugar de reclusión y después de
tenerlo un par de horas en el piso, iniciaron el `interrogatorio´. “Yo, lo
único que pedía era que liberaran a mi hermana: [ella] había tenido un parto
hacía muy poco tiempo… entonces. yo lo único que quería era que la liberaran”.
Como a los tres días, uno de los guardias le informó que la habían soltado.
Poco después, ella se fue a Suiza, país en el que aún está radicada.
Cosme continúa su narración: “Esa noche me
llevaron a sesión de interrogatorio; es decir, de tortura […] Me metieron a una sala con la
ropa que estaba no más y me tiraron sobre una camilla, o cama. Me pusieron unos
perros metálicos en los lóbulos de los oídos y bueno, ahí [comenzó] una sesión
de electricidad. Llegaba el momento en que era tan fuerte la electricidad que
uno empezaba como a convulsionarse… y ahí te paraban la electricidad y volvían
a preguntarte huevadas, tonteras, estupideces […] Para mí eran cuentos,
invenciones; entonces, no podía tener respuestas a esas cuestiones… creo que me
desmayé después, porque sentí como me llevaban en el aire y me tiraron entre
medio de los compañeros que estaban en el piso”.
“Toda esa noche, estuvieron sacando compañeros
y los sometían a lo mismo que me habían sometido a mí […] no podías dormir… no
sabías si la luz estaba encendida, o apagada. No sabías si estaban los guardias
adentro… de repente escuchabas: ‘aquí viene un huevón, aquí traemos uno’ y lo
tiraban al piso […] yo intenté conversar con los compañeros que llegaban, para
darle un poco de fuerza […] y nos agarraban a puntapiés y culatazos a los que
tratábamos de conversar con los que venían llegando. Esa fue la primera noche,
fue una noche horrible y esto continuó así, sin parar”.
El pescador Caracciolo, que durante la primera
década de este siglo presidió la Confederación de Pescadores Artesanales de
Chile (CONAPACH), expresa que, a pesar de lo horrible de las torturas, lo que
más le afectó fueron las humillaciones.
Dice que durante los primeros cinco o seis días de reclusión no recibió alimento alguno. Transcurrido ese tiempo, le soltaron las manos a él y a otros cuatro detenidos y los invitaron a comer. “Era sólo una fuente para cuatro prisioneros. Yo, instintivamente, traté de apropiarme de la fuente, y para hacerlo atiné a golpear a mis compañeros”.
Dice que, luego de unos segundos, recapacitó,
lloró y dejó de comer. Esa experiencia la recuerda como la peor de toda su
vida. “Nos rebajaron a la categoría de seres irracionales, porque podría haber
sido un hermano al que le pegaba, por un poco de comida”, manifiesta.
Caracciolo estuvo detenido cerca de tres
meses, en los que fue torturado casi todos los días. Al ser liberado, le
pidieron a él y a otros prisioneros que contaran que habían sido tratados bien.
A pesar de los tormentos vividos, Caracciolo –que, ahora, tiene 60 años– inició
una lucha clandestina contra la Dictadura, que nunca abandonó. De hecho, aún es
uno los dirigentes sociales más combativos de Chile.
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