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martes, 7 de diciembre de 2010

Los ojos de María Esther

Por Roger Rodríguez.

Fue en los primeros días de 1984. Trabajaba en Convicción y el tema de los derechos humanos comenzaba a aflorar. El reflejo de la apertura en Argentina nos permitía ver y conocer cosas similares en Uruguay. La liberación de Lilian y Universindo demostraba la existencia de secuestros y traslados. Había presos políticos y familias que reclamaban su libertad. Había rehenes y por primera vez se denunciaba. También había desaparecidos y se exigía (aún con algo de esperanzas) que con vida los devolvieran…

La cita fue en la Plaza de Colón. Se establecieron medidas de seguridad. La reunión era clandestina. Desde mis 24 años de edad, esperé a mi contacto, con creciente adrenalina. Era algo importante lo que me iban a decir. Era necesario difundirlo. Caminamos algunas cuadras desde la Plaza. Llegamos a una casa y detrás de la puerta me recibieron dos enormes ojos azules acompañados por la sonrisa cálida de una boca que no revelaba sus dientes. Su voz me resultó profunda, su bienvenida y su mirada fue tranquilizadora.

María Esther Gatti de Islas era la anfitriona de aquella reunión. Allí estaba Angélica, la abuela de los niños Julién, que desaparecieron en Argentina y los encontraron en Chile. Estaba el matrimonio D’Elía, que tenía información de que existía un nieto nacido en cautiverio. Estaba Sara Méndez, quien por primera vez me relató la historia de cómo le robaron a Simón. Aquel grupo de personas también me dio una foto de Amaral, a quien sabían desaparecido. María Esther fue la última en contar su búsqueda de Mariana…

El artículo se publicó el 11 de febrero de 1984. Fue la primera denuncia sobre niños uruguayos desaparecidos… Parece lejano, muy lejano, ahora que la gran mayoría de ellos fueron recuperados. Y no me es fácil recorrer estos 26 años en los que pude ser un privilegiado testigo de las historias que llevaron a los reencuentros. Desde Amaral a Simón, caso a caso, sorpresa a sorpresa, alegría a alegría, subrayando cada nombre recuperado en cada estrofa de la letra de los angelitos del Sabalero.

Todas las historias fueron duras, pero pocas tuvieron la crueldad de la de María Esther. Encontrar a su nieta y no poder recuperarla. Volver a perderla cuando se la llevaron a Paraguay. Volver a perderla cuando los extraditaron a Argentina y ella se negó al contacto. Volver a empezar una y otra vez para ser aceptada, para explicar, para hacer comprender… Y finalmente lograrlo. Sin perder jamás la ternura de sus ojos, tan parecidos a los de su nieta en aquella impactante foto hecha ícono.

Mariana finalmente volvió para quedarse en nosotros. Aunque viva allá, es de acá. Con su familia y sus hijos, bisnietos de Maria Esther. Nieta y abuela lograron finalmente estar unidas ante la terrible confirmación del destino de Jorge y María Emilia. De los documentos aparecidos en los Archivos del Terror en Paraguay, de la confirmación del “segundo vuelo” de Orletti, de la certeza del traslado, del dolor de la muerte y el ocultamiento de los cuerpos y, aún, de la posibilidad de buscar a un nieto-hermano.

Podría detenerme en el recuerdo de muchas imágenes que me surgen de María Esther. Desde los días de la emergente lucha de Familiares, en su trabajo en la presidencia de la Comisión del Voto Verde, en las charlas públicas y seminarios, en las reuniones con Luz, Milka, Quica y demás, en su angustia ante cada retroceso en la relación con Mariana, en su voz firme, aún cuando ya se apoyaba en un bastón y seguía marchando cada 20 de mayo… Su pelo fino y lacio, sus ojos transparentes, su calma sonrisa. La paz que trasmitía la certeza de su lucha.

Pero hay una imagen particular que guardo en mis retinas. La registré el día que por primera vez Mariana aceptó aparecer públicamente. Fue cuando declararon ciudadanos ilustres a los hijos recuperados. María Esther estaba feliz, no dejaba de mirar a Mariana, quien por primera vez hacía declaraciones a la televisión. Durante la breve entrevista, mientras el periodista interrogaba y Mariana respondía, las bellas manos de María Esther entraron en cuadro para arreglarle el cabello. Fue una sutil caricia de abuela.

No pude asistir a su último cumpleaños. No le hice la larga entrevista en la que hubiera querido reflejar su ternura, su inteligencia, su ironía y humor. Me quedan los besos sinceros en cada acto, en cada marcha, en cada actividad. Su profunda mirada nos lega el compromiso de seguir buscando mientras haya que buscar, hasta saber lo que ella ya no sabrá. Para que lo que ocurrió no vuelva a suceder jamás, para que su vida y su lucha sean parte de la necesaria memoria colectiva y ejemplo del amor de madre y de abuela.

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