Por Oscar Destouet (*)
Desde tiempos inmemoriales los hombres vienen debatiendo abiertamente o en forma silenciosa como vivir en colectivo. De que manera mejor relacionarse entre si y definir un ideal de convivencia pacífica. Todas las sociedades se han puesto reglas y han marcado normas y dogmas. Desde las de carácter religioso, en función que las plantean como dictadas por un dios o aquellas acordadas por la ley, la tradición o las costumbres. No son debates de académicos, aunque estos intervengan, sino lo son de los colectivos sociales. Las familias, los grupos de pares, las religiones, los agrupamiento sociales y el Estado a través de la educación, la justicia y el poder coactivo, tendrán la tarea de construirlas, reproducirlas y lentamente modificarlas.
Hay normas como el No matarás que han perdurado milenios.
Las rupturas de las normas y tradiciones de convivencia son procesos de larga duración que en algunos momentos afloran con máxima crueldad y ayudan a dimensionar lo perdido y el reconocer hasta donde los hombres y mujeres pueden llegar con su capacidad destructora. También las situaciones extremas nos permiten aquilatar los mejores valores de convivencia y solidaridad humana.
Superado el momento de mayor exposición crítica a situaciones límites comienza el difícil período de “narrar” lo vivido. Aquí afloran nuevamente variados comportamientos humanos. Algunos pretenderán no asumir la experiencia y propondrán olvidar, otros negarán los extremos vividos, mientras que otros, con múltiples variantes, pretenderán reconocer, recordar y aprender.
Como construir memoria de situaciones extremas involucra variados actores y muchas preguntas. Hubo víctimas y victimarios pero también estaban los indiferentes, los colaboradores indirectos, y las personas solidarias comprometidas con su tiempo y la gente que los rodeaba. Todos los hombres y mujeres ocuparon un lugar, un rol determinado y hasta el no ocupar ningún rol, significaba un rol. Por lo cual serán probablemente interpelados por las generaciones posteriores que se ocuparán en conocer lo que sucedió y compartir una memoria democrática.
En el clásico libro de Tzvetan Todorov “Los abusos de la memoria” nos habla de memoria literal y memoria ejemplar. De esta última destaca su potencialidad liberadora. Interpreta que el recurso a las lecciones del pasado permite aprender de las injusticias para estar alertas ante situaciones análogas.
Es ejemplar la memoria cuando extraigo una lección de ese pasado que se convierte en principio de acción para el presente. El uso literal de la memoria convierte al recuerdo en algo insuperable. El uso compartido permite usar el pasado con vistas al presente, aprovechar las lecciones de las injusticias sufridas para luchar contra las que se producen hoy día, y separarse del yo para irse hacia el otro.
La memoria nos enseña qué olvidar y qué recordar. No se trata de recordar todo, porque eso podrá impedirnos vivir. Se trata más bien de, al decir de Gamio Gehri “desvelar la verdad de lo ocurrido y castigar a los culpables (..de modo que) la víctima recupere realmente su condición de ciudadano” .
Lo que se busca con la memoria es el aprendizaje en el sentido ético – político. Si sacralizamos la memoria, como ha sucedido en reiterados momentos en nuestra historia –pensemos en el Mausoleo a Artigas en Plaza Independencia- es otro modo de hacerla estéril.
El Siglo XX ha sido el siglo de mayor y más acelerado progreso científico y social en la historia de la humanidad. El hombre logró el sueño de caminar sobre la Luna, el 51% de la población mundial, o sea las mujeres, han visto reconocer algunos de sus derechos por primera vez, la esclavitud es condenada por las legislaciones de todo el mundo. Nada ha sido de regalo, todo ha costado un gran sacrificio de muchos y muchas, y muchísimo tiempo.
También el siglo XX ha sido testigo de las peores tragedias y crímenes en la historia de la humanidad: fue en el único momento en el que un Estado lanzó en dos oportunidades una bomba atómica; fue también el tiempo del Apartheid en Sudáfrica; los Detenidos Desaparecidos en América Latina; el genocidio al pueblo Armenio; las guerras con armas químicas y bacteriológicas; las purgas y asesinatos Stalinistas, y más cercano en el tiempo Rwanda, entre otras atroces violaciones a los derechos humanos.
Un crimen aberrante y paradigmático lo fue el intento de exterminio al pueblo Judío, por el régimen nazi. Hombres y mujeres, ancianos y jóvenes, niños y adolescentes, sólo por ser de origen judío, fueron perseguidos y deportados. Algunos fueron matados inmediatamente, otros fueron humillados, maltratados, torturados y se los quiso privar completamente de su dignidad humana, y al fin matados. Muy pocos de los que fueron internados en los campos de concentración sobrevivieron, y los sobrevivientes permanecieron aterrorizados durante toda la vida. Esto fue la Shoá: uno de los principales dramas de la historia de este siglo, un hecho que nos atañe todavía hoy.
Estamos hablando del episodio histórico más documentado de la historia reciente. Y para colmo, en la actualidad, disponemos de casi todas las evidencias a un clic a través de Internet. A quienes no se conformen con ello, y además de "documentarse", quieran ver con sus propios ojos los vestigios del horror, no hace falta que recorran las barracas del campo de exterminio de Birkenau, basta con una visita al cementerio judío de Varsovia. Un predio vastísimo, doscientas cincuenta mil tumbas, en un estado de abandono absoluto, como si el tiempo se hubiese detenido allí por 1943. Desde aquel entonces, aquellas miles de tumbas quedaron sin nadie que las visite.
La planificación de un genocidio por parte de sus perpetradores siempre conlleva dos aspectos bien definidos: por un lado, la destrucción física del grupo humano elegido como enemigo; por el otro, la estrategia de absoluta impunidad que habrá de imponerse a continuación, no sólo para sortear cualquier tipo de enjuiciamiento criminal, sino también para perpetuar los efectos del exterminio en la cultura imperante.
Se procura erradicar no sólo su existencia, también su historia, su cultura, sus raíces. Es que si aquel pueblo jamás existió, entonces tampoco tuvo lugar su criminal desaparición.
El testimonio es el arma que destruye el olvido y la negación y mantiene en presente el pasado. Será el relato quien abra el camino a la búsqueda de la verdad. “Siempre tuve presente que los que sobrevivimos a la hecatombe nazi tenemos el deber de narrar nuestra historia”, manifestó en 1987 la sobreviviente uruguaya nacida en Polonia Ana Vinocur siendo Secretaria General del Centro Recordatorio del Holocausto del Uruguay. “Es un triste recuerdo o terrible pesadilla, pero es necesario relatarlo para que las futuras generaciones no permitan que esto se repita jamás”.
El adueñarse del pasado adquiere símbolo liberador cuando apela a la verdad de lo sucedido o como dominador para no permitir aprender. La lucha por la memoria es una lucha política e ideológica siempre planteada desde el presente. Sólo la verdad contribuye a fortificar hombres libre y una identidad férrea separando de nuestras mentes y acciones, por lo menos, lo que no queremos.
Theodor Adorno no se cansa en repetir que la primera exigencia en toda educación es que Auschwitz no se repita nunca más. La consigna “Nunca Más” se ha transformado en el lema rector frente a toda violación de los derechos humanos. Con ella finalizó su alegato el fiscal Strasera en el juicio a las Juntas Militares responsables del terrorismo de estado en la República Argentina en las décadas del ’70 y principios del ’80.
El genocidio desarrollado por los nazis se ha constituido en el principal “laboratorio” frente a los problemas del exterminio sistemático, serial, de grandes masas de población. Esa instancia histórica inauguró la posibilidad de aplicar las prácticas propias de la industrialización a la producción del asesinato colectivo.
Rodrigo Gómez nos recuerda su pasaje por la cárcel clandestina de la base aérea de Boisso Lanza durante el Terrorismo de Estado en nuestro país “Mi madre y yo fuimos detenidos el 29 de mayo de 1972 teniendo yo 4 semanas de gestado. Fuimos sometidos a torturas durante gran parte de la noche en el mismo lugar donde fuimos detenidos. Enterados los militares de que había una mujer embarazada, en lugar de tener en cuenta eso para dejar de torturarla, recrudecieron los castigos, sometiéndola incluso a un intento de violación en grupo. Una vez en la base aérea fuimos sometidos durante varios días a plantones alternados con sesiones de tortura que incluían golpes, picana eléctrica y submarino. Sumado el horrible tormento al pensar que podía perderme y que le decían que harían lo posible para que no naciera” .
Nada es comparable en la historia, cada hecho tiene su tiempo y espacio específico pero los hombres aprendemos de lo bueno y de lo malo de las construcciones humanas. La ideología y logística de la muerte nazi enseñó a civiles y militares a lo largo de la segunda mitad del Siglo XX. Lo sigue haciendo hoy. Es obligación prevenirnos y prevenir.
También aprendemos solidaridad, compañerismo, heroicidad. El Siglo XXI será ético o no será, es el gran desafío que tenemos.
La Shoá no fue/ no es un problema de los judíos ni el Apartheid un problema de negros, ni los desaparecidos cosa de subversivos izquierdistas uruguayos o argentinos, son temas de la condición humana que todos tenemos la responsabilidad de desterrar.
Podemos debatir qué sociedad queremos pero lo que ya no debe estar en debate es lo que no queremos ni aquí ni en ningún lugar del mundo. Definir y asumir claramente los límites de lo humano y las garantías para una convivencia pacífica y armoniosa, reconociendo la diversidad humana.
La construcción de puentes entre el presente y pasado garantizará una cimentación profunda y fuerte del futuro. La necesidad del fortalecimiento de la dignificación humana es, tal vez, la única certeza que permanece en el Siglo XXI.
“A la tristeza queremos que la acompañe la esperanza” reza una de las estelas del Memorial al Holocausto del Pueblo Judío de la Rambla de Montevideo en palabras de Elie Wiesel.
Para finalizar quisiera compartir con ustedes un documento, que como dice Wiesel desde la tristeza nos conduce a la esperanza.
Montevideo, Marzo 3 de 1946
Yo el abajo firmante Juan Boris Gurewitsh Blimowitsh, de nacionalidad rusa, nacido el 6 de agosto de 1909 en Moscú, de estado soltero y domiciliado en esta capital en la calle 25 de mayo 707 Ap. 9 con cédula de identidad 461.200 vengo a solicitar el correspondiente permiso de inmigración en esta ciudad de mi Srta. Novia Anna Herzberg Schenk de nacionalidad alemana, nacida el 12 de diciembre de 1913 en la ciudad de Celle, residente en Hamburgo. Después de 4 (cuatro) años sin ninguna noticia, ahora recibí una carta que ella había sobrevivido la catástrofe, y que quería venir a Montevideo para contraer enlace con el suscrito.
Montevideo, Mayo 8 de 1946
Le ruego quisiera Ud. poner toda su atención sobre una solicitud hecha por el Sr. Gurewitsh, artista de gran talento que colabora en la Revista que dirijo.
Se que el Sr. Gurewitsh, espero durante años en esta ciudad la terminación de la guerra para hacer venir a su novia la Srta. Anna Herzberg, para contraer enlace en Montevideo. Vive con esa preocupación y está ansioso de poder realizar su sueño. Yo le ruego haga Ud. por el artista y amigo, cuanto este a su alcance para que sus deseos se cumplan.
Gracias por todo,
Orestes Baroffio
Director de Mundo Uruguayo, Revista Semanal fundada en 1919
Muchas gracias,
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(*) Ponencia realizada ayer jueves 15 de julio de 2010 en el Seminario Memorias colectivas: ¿Cómo y para qué trasmitir el Holocausto y otras experiencias extremas en las aulas" organizado por el Ministerio de Educación y Cultura y la Universidad ORT de Uruguay en el IMPO.